La
Escuela de Economía de París está situada en una parte muy poco
parisina de la ciudad. Se encuentra en el bulevar Jourdan, en el extremo
inferior del 14e arrondissement,
junto al parque Montsouris. A diferencia de lo que ocurre en la mayoría
de jardines franceses, ese parque exhibe una absoluta falta de rigor
cartesiano; en realidad, con su lago, sus espacios abiertos y sus
entrometidos y golosos patos, muy bien podría estar situado en cualquier
ciudad británica. En cambio, el pequeño campus de la Escuela de
Economía de París se parece inconfundible y reconfortantemente al de
casi todos los campus universitarios franceses. Es decir, que es gris,
monótono, destartalado y con pasillos que huelen vagamente a col. Es ahí
donde he concertado una entrevista con el profesor Thomas Piketty, un
tímido joven francés (tiene cuarenta y pocos años) que ha pasado la
mayor parte de su carrera en archivos y recopilando datos, pero que está
a punto de convertirse en el pensador más importante de su generación;
un pensador independiente y un demócrata -según lo definió el profesor
de Yale Jacob Hacker- que se ha convertido nada menos que en "un Alexis
de Tocqueville para el siglo XXI".
Y ello a causa de su última obra, titulada El capital en el siglo XXI.
Se trata de un libro voluminoso, de alrededor de un millar de páginas,
lleno de notas, gráficos y fórmulas matemáticas. A primera vista, su
aspecto es descaradamente académico, abrumador e incomprensible al mismo
tiempo. El caso es que, a lo largo de los últimos meses, el libro ha
desatado en Estados Unidos acalorados debates acerca de la dinámica del
capitalismo y, en especial, acerca del auge aparentemente imparable de
la minúscula élite que controla una porción cada vez mayor de la riqueza
del mundo. También ha suscitado polémicas acerca del poder y el dinero
en sitios web y blogs no especializados, y ha puesto en entredicho el
mito que constituye el núcleo mismo de la vida estadounidense: que el
capitalismo mejora la calidad de vida de todos. No es exactamente así,
afirma Piketty, quien lo demuestra de un modo claro y riguroso echando
por tierra todo aquello en lo cual creen los capitalistas sobre la ética
de ganar dinero.
El carácter innovador del libro ha sido reconocido en un largo artículo publicado en The New Yorker,
en el que se cita a Branko Milanovic -antiguo economista jefe del Banco
Mundial-, quien describe el volumen de Piketty como "uno de los libros
decisivos del pensamiento económico". En la misma línea, un colaborador
de The Economist ha
afirmado que la obra de Piketty ha reescrito doscientos años de
pensamiento económico sobre la desigualdad. De modo muy resumido, las
polémicas se han centrado en dos polos: el primero es la tradición
iniciada por Karl Marx, quien creyó que el capitalismo acabaría
autodestruyéndose en la interminable búsqueda de unos rendimientos
decrecientes. En el extremo opuesto del espectro se encuentra la obra de
Simon Kuznets, ganador del premio Nobel en 1971, para quien la brecha
de la desigualdad se reduce forzosamente a medida que las economías
evolucionan y se hacen más desarrolladas.
Según
Piketty, ninguno de esos razonamientos se sostiene frente a las pruebas
que él ha acumulado. Es más, logra demostrar que no hay razón para
creer que el capitalismo sea capaz de resolver el problema de la
desigualdad; un problema, que, según insiste, lejos de mejorar, empeora.
De la crisis bancaria del 2008 al movimiento indignado del 2011, es
algo que ya había sido intuido por la gente común. La singular
importancia de su libro es que demuestra de modo científico que
esa intuición es correcta. Por eso el libro ha traspasado los círculos
especializados, porque dice lo que muchas personas ya piensan.
"He
querido dirigir el libro al lector general", afirma Piketty al inicio
de nuestra conversación, "y, aunque es a todas luces un libro
susceptible de ser leído también por especialistas, mi objetivo era que
la información esté bien clara para todo el que quiera leerlo." En
realidad, hay que decir que El capital en el siglo XXI es
sorprendentemente legible. Está repleto de anécdotas y referencias
literarias que iluminan toda la narración. En inglés, ha sido una gran
ayuda la ágil traducción de Arthur Goldhammer, un gran estilista
literario que se ha enfrentado a autores de la talla de Albert Camus. No
obstante, contemplando en las estanterías del despacho de Piketty
títulos tan fácilmente inductores de jaqueca como Principios de microeconomía y La influencia política del keynesianismo,
una persona corriente como yo necesita alguna ayuda adicional. Así que
le hice la pregunta más evidente de todas: ¿cuál es la idea fundamental
que recorre todo el libro?
"Empecé
investigando un problema muy concreto", dice en un inglés teñido de un
elegante acento francés. "Hace unos años me pregunté dónde estaban los
datos brutos que sostenían todas las teorías acerca de la desigualdad,
desde David Ricardo y Marx hasta los pensadores más contemporáneos.
Empecé buscando en Gran Bretaña y Estados Unidos y descubrí que no había
gran cosa. Y luego descubrí que los datos existentes contradecían casi
todas las teorías, incluidas las de Ricardo y Marx. Cuando me puse a
estudiar otros países, vi que aparecía un patrón: que el capital, y el
dinero producido por él, se acumula más deprisa que el crecimiento en
las sociedades capitalistas. Y que ese patrón, observado en el siglo
XIX, se hizo más predominante a partir de la década de 1980, cuando se
eliminaron los controles sobre el capital en muchos países ricos."
De
modo que la tesis de Piketty, respaldada por una exhaustiva
investigación, es que la desigualdad económica del siglo XXI está en
aumento y se acelera a un ritmo peligroso. De entrada, este análisis
modifica el modo en que consideramos el pasado. Ya sabíamos que el final
del capitalismo predicho por Marx nunca se produjo; y que incluso en el
momento de la revolución rusa de 1917 ya estaban subiendo los salarios
del resto de Europa. También sabíamos que Rusia era según todos los
parámetros el país menos desarrollado de Europa y que por esa razón
arraigó allí el comunismo. Sin embargo, Piketty añade que fueron las
diversas crisis del siglo XX (principalmente, dos guerras mundiales) las
que impidieron el crecimiento continuado de la riqueza nivelando
temporal y artificialmente la desigualdad. En contra de nuestra
percepción del siglo XX como una época en la que disminuyó la
desigualdad, lo cierto es que en términos reales no dejó de crecer.
En el siglo XXI, es así no sólo en los llamados países ricos (Estados
Unidos, Gran Bretaña y Europa occidental), sino también en Rusia, China
y otros países en fase emergente de desarrollo. Existe un peligro real
de que si no se detiene el proceso la pobreza aumente al mismo ritmo; y,
según Piketty, muy bien puede resultar que el siglo XXI sea un siglo
con más desigualdad y, por lo tanto, más discordia social que el siglo
XIX.
Cuando
me explica sus ideas con fórmulas y teoremas, todo me suena demasiado
técnico (tuve problemas con las matemáticas en la escuela primaria). Sin
embargo, siguiendo atentamente sus explicaciones (es un buen maestro,
muy paciente) y descomponiendo el análisis en pequeños fragmentos, todo
empieza a cobrar sentido. Piketty explica a su principiante que la renta
es un flujo, que se mueve y puede crecer según el rendimiento. El
capital es un patrimonio, su riqueza procede de lo que se ha acumulado
"a lo largo de todos los años anteriores juntos". Es un poco como la
diferencia entre tener un descubierto y tener una hipoteca; y si uno no
consigue ser dueño de la propia casa nunca tendrá patrimonio alguno y
siempre será pobre.
En
otras palabras, lo que está diciendo en términos globales es que
quienes poseen capital y activos generadores de riqueza (como, por
ejemplo, un príncipe saudí) siempre serán más ricos que los
emprendedores que intentan conseguir capital. La tendencia del
capitalismo en este modelo concentra cada vez más riqueza en manos de
cada vez menos personas. ¿Acaso no lo sabíamos ya? ¿Que los ricos se
hacen más ricos y los pobres más pobres? ¿No cantaban acerca de eso
mismo los Clash y otros grupos en la década de los setenta?
"Bueno,
en realidad, no lo sabíamos, aunque podíamos haberlo sospechado", dice
Piketty, animándose con el tema. "En primer lugar, es la primera vez que
hemos reunido datos que demuestran que eso es así. En segundo lugar, es
evidente que este movimiento, que está adquiriendo velocidad, tendrá
implicaciones políticas: todos seremos más pobres en el futuro y eso es
una situación que genera crisis. He demostrado que en las actuales
circunstancias el capitalismo no puede funcionar."
De
modo interesante, Piketty afirma ser un anglófilo y, de hecho, empezó
su carrera investigadora con un estudio sobre el sistema del impuesto
sobre la renta inglés ("uno de los mecanismos políticos más importantes
de la historia"). Sin embargo, también afirma que los ingleses tienen
una fe demasiado ciega en los mercados, que no siempre comprenden.
Debatimos la actual crisis de las universidades británicas que, tras
haber impuesto unas tasas de matrícula, ahora descubren que carecen de
liquidez porque el gobierno no calculó bien lo que tendrían que pagar
los estudiantes y no es capaz de asegurarse la devolución de los
préstamos concedidos para el pago las matrículas. Dicho en otras
palabras, el gobierno creyó que conseguía una fuente de ingresos
introduciendo tasas de matrícula y, en realidad, al no poder controlar
todas las variables del mercado, lo que hizo fue apostar con dinero
público y parece que va a perder de modo espectacular. Piketty dice con
una sonrisa: "Es el ejemplo perfecto de cómo provocar deuda en el sector
público. Algo increíble y difícil de concebir en Francia".
A pesar de su simpatía por Gran Bretaña y Estados Unidos, Piketty confiesa que sólo se siente cómodo en Francia. El capital en el siglo XXI contiene
una multitud de referencias francesas (una figura clave es el
historiador François Furet); y Piketty admite que el panorama político
que mejor comprende es el francés. Creció en Clichy, en un barrio
principalmente de clase trabajadora. Sus padres eran militantes de Lucha
Obrera, un partido trotskista que aún goza de bastante predicamento en
Francia. Como muchos en aquellos años, decepcionados por el fracaso de
la casi revolución de Mayo del 68, se retiraron a criar cabras cerca de
Carcasona (la clásica trayectoria de muchos progres de
esa generación). Sin embargo, el joven Piketty estudió en París y acabó
obteniendo un doctorado en la Escuela de Economía de Londres a los 22
años. Luego se fue al Instituto de Tecnología de Massachusetts, donde
destacó como profesor, y acabó regresando a París y se convirtió en el
primer director de la escuela en la que tiene lugar la entrevista.
Su
propio itinerario político empezó, me cuenta, con la caída del muro de
Berlín en 1989. Viajó a Europa oriental y quedó fascinado por las ruinas
del comunismo. Fue esa fascinación inicial la que lo llevó a emprender
una carrera como economista. También influyó en él la guerra del Golfo
de 1991. "Vi entonces que muchas malas decisiones eran tomadas por los
políticos porque no sabían de economía. Yo no soy político. No es mi
trabajo. Pero me encantaría que los políticos leyeran mi obra y sacaran
conclusiones de ella."
La
afirmación es un tanto equívoca, puesto que Piketty sí que trabajó como
consejero de Ségolène Royal en el 2007, cuando la dirigente socialista
fue candidata en las elecciones presidenciales. No fue una etapa feliz
para él, puesto que por esa misma época acabó entre enconadas
acusaciones mutuas su romance con la política y novelista Aurélie
Filippetti, otra seguidora de Royal. Se entiende que, tras aquel turbio
asunto, Piketty quiera distanciarse del fragor y las trifulcas de la
política diaria.
No
importa, ¿Qué hemos aprendido? Que el capitalismo es malo. Muy bien.
¿Cuál es la respuesta? ¿El socialismo? Es de esperar. "No es tan
sencillo", afirma, decepcionando a este antiguo adolescente marxista.
"Lo que defiendo es un impuesto progresivo, un impuesto global, basado
en la imposición a la propiedad privada. Es la única solución
civilizada. Las otras son, en mi opinión, mucho más bárbaras; y me
refiero al sistema oligárquico ruso, en el que no creo, y a la
inflación, que en realidad sólo es un impuesto sobre los pobres."
Explica que la oligarquía, en especial el actual modelo ruso, no es más
que el gobierno de los muy ricos sobre la mayoría. Es un sistema
tiránico y que no se diferencia mucho de una forma de gangsterismo.
Añade que la inflación no suele afectar a los muy ricos, porque su
riqueza aumenta de todas formas; los pobres, en cambio, se llevan la
peor parte porque aumenta el coste de vida. Un impuesto progresivo sobre
la riqueza es la única solución sensata.
Sin
embargo, aunque cuanto dice tiene sentido, y no sólo sentido sino mucho
sentido común, le comento que ningún partido político, de derechas o de
izquierdas, se atrevería a acudir en Gran Bretaña o Estados Unidos a
las urnas con unas propuestas tan idealistas. François Hollande recibe
hoy un rechazo generalizado no por sus aventuras sexuales (que, en
realidad, le valen una amplia admiración), sino por el severo régimen
impositivo que intenta imponer.
"Es
verdad", dice Piketty. "Claro que es verdad. Pero también es verdad,
como mis colegas y yo hemos demostrado en este libro, que la presente
situación no puede sostenerse por mucho tiempo. No se trata
necesariamente de una visión apocalíptica. He hecho un diagnóstico de
situaciones pasadas y presentes, y creo que hay soluciones. Pero antes
de ponerlas en práctica, tenemos que comprender la situación. Cuando
empecé a recopilar datos, me quedé muy sorprendido de lo que encontraba,
que la desigualdad crece muy deprisa y que el capitalismo no parece
estar en condiciones de eliminarla. Muchos economistas empiezan al
revés, haciéndose preguntas acerca de la pobreza; pero lo que yo quería
comprender era de qué forma actúa la riqueza o la superriqueza para
aumentar la brecha de desigualdad. Y lo que encontré, como decía, es que
la velocidad a la que crece la brecha de la desigualdad es cada vez
mayor. Tiene uno que preguntarse qué significa eso para la gente
corriente, para los que no son multimillonarios ni lo serán nunca.
Bueno, creo que significa ante todo un deterioro del bienestar económico
colectivo; en otras palabras, una degradación del sector público. Sólo
hay que ver lo que quiere hacer Obama (reducir la desigualdad en la
asistencia sanitaria y en otros ámbitos) y lo difícil que resulta
conseguir eso para comprender lo importante que es. Existe entre los
capitalistas una creencia fundamentalista según la cual el capital
salvará el mundo y no es así. No por lo que dijo Marx acerca de las
contradicciones del capitalismo, sino porque, como he descubierto, el
capital es un fin en sí mismo y nada más."
Piketty
pronuncia su charla, erudita y convincente, con pasión tranquila. Es,
da la impresión, un personaje un tanto tímido y retraído, pero le
encanta su tema y, en realidad, es un placer encontrarse en medio de un
seminario privado sobre el dinero y cómo funciona. Es cierto que su
libro es largo y complejo, pero sus exposiciones acerca del modo cómo
funciona el mundo capitalista son comprensibles por todos los que viven
en él (es decir, todos nosotros). Una de las más penetrantes es la que
se refiere al auge de los directivos o superdirectivos, que no producen
riqueza, sino que obtienen de ella un salario. En realidad, sostiene
Piketty, se trata de una forma de robo, aunque ese no es el peor delito
de los superdirectivos. Mucho más perjudicial es el modo en que se han
embarcado en una competencia con los multimillonarios, cuya riqueza -que
se acelera más allá de la economía- será siempre inalcanzable. Eso crea
una carrera permanente en la que las víctimas son los perdedores, es
decir, la gente corriente que no aspira a semejante posición o riqueza,
pero que no obstante es despreciada por los presidentes, vicepresidentes
y otros lobos de Wall Street. En ese apartado, Piketty hace trizas una
de las grandes mentiras del siglo XXI: que los superdirectivos se
merecen sus sueldos porque, como los futbolistas, poseen habilidades
especializadas poseídas sólo por una élite casi sobrehumana.
"Una
de las grandes fuerzas divisivas que existen hoy -afirma-, es lo que
llamo el extremismo meritocrático. Es el conflicto entre
multimillonarios, cuya renta procede de la propiedad y los activos, como
en el caso de un príncipe saudí, y los superdirectivos. Ninguna de esas
dos categorías hace o produce nada salvo su propia riqueza; en
realidad, se trata de una superriqueza separada por completo de la
realidad cotidiana del mercado, que rige la vida de la mayoría de las
personas ordinarias. Peor aun, ambos grupos compiten entre sí para
incrementar su riqueza; y el peor de todos los escenarios es el modo en
que los superdirectivos, cuya renta se basa realmente en la codicia,
siguen subiéndose los sueldos al margen de la realidad del mercado. Es
lo que sucedió con los bancos en el 2008, por ejemplo".
Este
es el tipo de pensamiento que hace tan atractiva y fascinante la obra
de Piketty. A diferencia de muchos economistas, insiste en que el
pensamiento económico no puede separarse de la historia o la política;
eso proporciona al libro un carácter, definido por el premio Nobel
estadounidense Paul Krugman, como "excepcional" y de "visión
panorámica". La influencia de Piketty está creciendo mucho más allá de
la reducida microsociedad de los economistas universitarios. En Francia
es cada día más conocido por sus comentarios sobre los asuntos públicos,
con artículos en Le Monde y Libération,
sobre todo; y sus ideas son debatidas con frecuencia por políticos de
todas las tendencias en programas de actualidad. De modo quizás más
importante y menos usual, su influencia está creciendo en las corrientes
dominantes de la política angloestadounidense (al parecer, su libro es
uno de los favoritos entre el círculo de Ed Miliband, líder del Partido
Laborista británico), un entorno tradicionalmente indiferente a los
profesores de economía franceses. A medida que aumenta la pobreza en
todo el planeta, todo el mundo está obligado a escuchar a Piketty con
gran atención. Sin embargo, aunque su diagnóstico es preciso y
convincente, resulta difícil, cuando no imposible, imaginar que la cura
propuesta (impuestos y más impuestos) pueda ponerse en práctica en un
mundo donde, desde Pekín hasta Washington pasando por Moscú, es el
dinero y sus mayores acumuladores quienes llevan la batuta.
https://www.lavanguardia.com/cultura/20140611/54409823263/capitalismo-piketty.html
El
capital en el siglo XXI de Thomas Piketty es el libro sobre economía de
más éxito de la historia reciente. Su detallada explicación del aumento
de la desigualdad en las últimas décadas suscitó un encendido debate
político que aún hoy continúa y que probablemente
marcará el futuro inmediato. Pero, ¿son ciertos los análisis de
Piketty?, ¿acierta en su percepción de la desigualdad y los objetivos de
crecimiento? Y, si es así, ¿cómo debería desarrollarse la investigación
económica a partir de sus estudios? ¿Cómo debemos plantear el debate
actual?
Debatiendo con Piketty reúne un plantel
inmejorable de economistas para responder a estas preguntas y sopesar
las consecuencias sociales, políticas y económicas de sus respuestas.
¿Qué implicaciones de género tienen? ¿Cuál será el impacto de la
desigualdad en el trabajo, la escasez de recursos y la tecnología?
¿Debatimos lo suficiente sobre la pobreza, la esclavitud y la compleja
naturaleza del capital? ¿Cuál es el camino para seguir avanzando en
igualdad?
Los premios Nobel Paul Krugman y Robert
Solow, economistas mundialmente reconocidos como Branko Milanovic o los
editores de este libro, J. Bradford DeLong, Heather Boushey y Marshall
Steinbaum además del propio Piketty, entre otros, abordan los que quizá
sean los temas de índole económica más importantes de nuestra época.