Tengo 83 años. Nací en Chicago y vivo en Nueva York. Me doctoré en Económicas en Yale y soy catedrático de Política Económica en Columbia. Estoy casado, tengo un hijo y cinco nietos. Creo en la vida buena, fruto del humanismo renacentista, la Ilustración y el crecimiento personal
Prosperidad inaudita
Edmund Phelps disfruta hablando de economía, que para él equivale a hablar de “vida buena”, esa vida que merece la pena porque comporta el placer del crecimiento personal, del florecimiento de todas tus potencias como individuo. Por eso defiende el reto, la exploración, atreverse con lo incierto. En la sede de la Real Academia Europea de Doctores (RAED), en la que ingresa como académico, me aconseja volver a leer a los clásicos de la literatura occidental para entender mejor de qué somos capaces: me lo dice con una sonrisa de niño travieso, como si en esos libros estuviese también el secreto de su jovialidad y éxito. Lo explica en su libro Una prosperidad inaudita (RBA).
¿Desde cuándo apuntó para Nobel de Economía?
Yo no tenía vocación. Mi padre me dijo: “Estudia lo que quieras, pero antes haz un curso de economía”.
¿Y eso?
No sé, él era publicitario. No pude decirle que no.
¿Y qué tal?
A las dos semanas ¡me encantaba!
¿Qué le sedujo de la economía?
Descubrí que bajo un rigor aparente... subyacen fuerzas de las que desconocemos casi todo. Y eso me motivó a indagar más y más.
¿Y qué encontró?
Que toda conclusión era aparente, que debía indagar más y más.
¿Y así hasta hoy?
Hoy ya me atrevo a defender alguna conclusión: la ciencia económica te aproxima al fenómeno de la prosperidad de las sociedades.
La aproximación soviética fracasó.
Todo dirigismo económico y toda planificación centralizada de los empeños humanos desembocará ¡siempre! en el fracaso.
¿Por qué?
Porque el individuo necesita un margen para actuar, intentar cosas, equivocarse, arriesgar, innovar, producir algo distinto... En resumen, para imaginar y crear. Y si esto se coarta, ¡todo se estancará y se pudrirá!
¿Gozamos hoy de este margen?
Lo hemos tenido..., ¡pero lo perdemos!
¿Por qué estamos perdiéndolo?
Por la excesiva y creciente connivencia entre gobiernos y entramados económicos. Es una trama clientelista que atenta contra la prosperidad colectiva futura.
Explíquemelo mejor.
Si intentas hoy algo nuevo, lo tienes cada día más difícil, eres cada día más insignificante ante gigantes cada día más poderosos, instituciones y corporaciones que se protegen. ¡Esto reduce horizontes a la humanidad!
¿Estamos al límite de prosperidad?
Si no corregimos esta deriva, sí. Y es triste, después de que la humanidad fuese capaz de alcanzar una prosperidad inaudita.
¿Qué entiende por prosperidad?
El bienestar material combinado con el inmaterial, que consiste en la posibilidad de imaginarte explorando horizontes nuevos.
¿Cuál ha sido el momento más próspero de la humanidad?
Desde el primer tercio del siglo XIX hasta el último tercio del XX. Puedo verlo con los ojos del joven abogado Abraham Lincoln...
¿Qué vio el joven Lincoln?
Recorrió Estados Unidos con la aspiración de presidirlos un día, y le fascinó descubrir el empuje de la gente de base, la pasión general y compartida por probar, inventar, descubrir, innovar, explorar, crear.
¿Es la clave?
¡Sin duda! Nunca antes en sociedad alguna hubo tanta gente de base sintiendo tan intensamente ese empuje como entonces.
Benditos tatarabuelos.
Nos hicieron florecer en todos los aspectos vitales, en carreteras, ferrocarriles, aviones, hospitales, escuelas, automóviles... Ahí tiene a Henry Ford, visionario increíble.
¿Hoy no hay gente así?
Poquísima.
¿Por qué?
Desde hace dos o tres generaciones estamos educando a la gente para que busque el empleo mejor pagado. Y no para explorar lo desconocido, arriesgarse a perderlo todo, experimentar, innovar, probar, crear.
¿Pide más soñadores?
¡Pido vitalismo! Una actitud vitalista, cultivar la propia vida individual, la vida buena, que es hacerla florecer con plenitud.
¿Y de dónde surgió aquel vitalismo?
¡Está en los ensayos de Montaigne! ¡Está en los escritos de Cervantes! ¡Está en la obra de Shakespeare! ¡Está en los cuentos y novelas de Dickens!
¿Ellos originaron nuestra prosperidad?
¡Sí! Fueron paulatinamente leídos y asimilados en el espíritu de la gente de base, que así lo expresaron en sus actos y conductas.
¿Hemos de leer más para prosperar?
Leer a Montaigne, Cervantes, Shakespeare, filosofar con Nietzsche y Kierkegaard..., y ser como los niños: obstinados, tenaces cuando quieren algo, como el capitán Achab de Moby Dick, de Melville. Y, sobre todo, ¡leed a Dickens!
¿Por qué?
Grandes esperanzas marca el tono, inyecta fascinación por la gente que crece, florece, se despliega. ¡Para crecer a lo grande hay que leer a los grandes escritores!
No me esperaba a un Nobel de Economía recetando literatura.
Esta es mi receta: que las escuelas fomenten la innovación, que cortemos todo tentáculo del poder que entorpezca la competencia... ¡y que leamos a todos los grandes!
¿Leen los economistas españoles?
No criticaré aquí a mis colegas españoles.
¿Alguien le inspira confianza hoy en Europa?
Sólo Macron. Ojalá pueda aplicar su sueño.
¿Y Putin y Trump?
Trump y Putin son dos caras de la misma desastrosa moneda: la moneda del amiguismo, la mísera moneda del clientelismo.
http://www.lavanguardia.com/lacontra/20170527/422970881846/para-prosperar-a-lo-grande-hay-que-leer-a-los-grandes.html?facet=app&utm_campaign=botones_sociales&utm_source=facebook&utm_medium=social
Una prosperidad inaudita
Phelps, Edmund S.
ISBN:9788490567821
Editorial: RBA Libros
Fecha de la edición:2017
Lugar de la edición: Barcelona. España
Colección: Economía
Encuadernación: Cartoné
Medidas: 24 cm
Nº Pág.: 573
Idiomas: Español
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