La persona como centro de la economía
           La economía colaborativa lleva años retando a la economía 
tradicional, sobre todo, desde que la crisis comenzó a hacer mella. 
Plataformas digitales, cooperativas, asociaciones surgieron a la luz de 
esta nueva economía a través de la cual se realiza un intercambio de 
productos y servicios entre personas. Pero en los últimos meses parece 
que algunas plataformas están dejando en entredicho este tipo de 
proyectos. Por ello, esta semana hemos abordado este tema desde 360 
Grados Press de la mano de varios expertos.  
        
Evento organizado por Ouishare
Judit Bataye es miembro de Ouishare,
 un movimiento global presente en 27 países que nació en un apartamento 
de París hace seis años con el objetivo de transformar el mundo a través
 del intercambio, utilizando la tecnología para organizarse como redes 
de pares y hacer negocios de una manera más abierta, colaborativa y horizontal.
 Hoy cuenta con más de 8.000 personas, que se dedican a organizar 
eventos innovadores y participativos, crean nuevos espacios físicos para
 conectar diversos ecosistemas y tratan de arrojar luz sobre temas 
emergentes.
“Conocí este movimiento siendo partner; 
dejé la empresa en la que trabajaba y me fui implicando cada vez más en 
Ouishare. He sido voluntaria en eventos y conferencias, en formación y 
ahora estoy centrada en la organización, como el evento anual que se 
celebra en Barcelona para debatir las prácticas positivas y negativas en
 torno a la economía colaborativa y al impacto de la tecnología en la 
sociedad”, comenta Bataye.
Los proyectos que engloba la economía 
colaborativa son muy diversos. Pero ¿qué significa? “Se trata de un 
nuevo sistema de intercambio económico entre las personas que reduce los
 costes de transacción, basado en la participación democrática de la ciudadanía y en el que se elimina cualquier tipo de intermediario.
 En muchos casos se utiliza como canal de contacto las redes sociales y 
las tecnologías de la información y la comunicación”, explica Joan Ramon Sanchis, catedrático de Organización de Empresas y director de la Cátedra de Economía del Bien Común de la Universitat de València (UV).
El profesor de Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) August Corrons apunta que entiende esta economía como social y solidaria,
 pues es sostenible y pone a la persona en el centro. Así pues, señala 
que existe una economía colaborativa “a nivel de marketing o capitalismo
 de plataforma. Hay empresas que las utilizan pero el fin no es la 
persona, sino el lucro. Por otro lado, hay un cooperativismo de 
plataforma, esa economía social y solidaria, cuyas plataformas empoderan
 a las personas y no existen intermediarios. Y entre uno y el otro hay 
infinidad de casos”.
En este sentido, en los últimos meses, 
noticias relacionadas con plataformas que aseguran ser economía 
colaborativa han copado los medios, como Airbnb; pero detrás existen 
empresas que se lucran, pues no hay un intercambio entre iguales. Por 
ejemplo, se han dado situaciones en las que un vecino denuncia que su 
edificio ha sido comprado por una compañía y ahora vive en un hotel encubierto.
 Por tanto, este tipo de prácticas empañan y puede llegar a perjudicar 
ese cariz solidario y social, seña de identidad de la economía 
colaborativa.
Así pues, Sanchis señala que la economía 
colaborativa se ha extendido a todos los sectores económicos (servicios,
 industriales y primarios). “Pero donde más se ha desarrollado es en el 
sector servicios: turismo, servicios de taxi, finanzas, etc. Sin 
embargo, existen plataformas dominadas por grandes empresas que se han 
sumado a la moda de la economía colaborativa pero que realmente no se 
deberían de incluir dentro de esta, pues no cumplen con una de las premisas clave de la economía colaborativa: la eliminación de los intermediarios. Empresas como Airbnb, Uber o BlaBlaCar no son economía colaborativa”, afirma.
Tal y como indica el catedrático, se 
trata de empresas “que mantienen unas relaciones de explotación con sus 
trabajadores al obligarlos a darse de alta como autónomos en vez de 
contratarlos en la plantilla de la empresa y pagarles retribuciones que 
no son dignas”. Por tanto, subraya que un proyecto basado en la economía
 colaborativa ha de tener las siguientes características: relación 
directa entre productor/oferente del servicio y el consumidor en 
condiciones de igualdad de manera que desaparecen los intermediarios; 
transparencia; una reducción significativa de los costes de transacción 
tanto para los productores como para los consumidores; y unas 
condiciones de dignidad humana para las personas vinculadas con el 
proyecto.
Por ello, Sanchis matiza que el uso de 
las tecnologías de la información y de las plataformas “no es 
necesariamente economía colaborativa si no se cumplen las condiciones 
anteriores. En este caso, se trataría de economía digital,
 a la cual se están sumando grandes empresas que están obteniendo 
cuantiosos beneficios económicos de manera rápida pero sin ofrecer 
beneficios sociales. Estas prácticas están lastrando la economía colaborativa
 y suponen un grave peligro para las iniciativas que nacen de la 
sociedad civil con base en la democracia directa y la transparencia”.
Foto: Marga Ferrer
Cooperación y gobernanza
“El dinero no es el fin,
 es un medio de intercambio en la economía colaborativa”, destaca 
Corrons en referencia a la idiosincrasia de estos proyectos. En este 
sentido, Judit Bataye señala que se está implantando un modelo de 
cooperación con distintas formas de gobernanza. Por ejemplo, ella 
pertenece al consejo rector de un movimiento sostenible, Som Mobilitat,
 una iniciativa ciudadana para desarrollar una movilidad más sostenible 
en las ciudades. Otro proyecto que menciona, miembro de Ouishare, es Lendi,
 una aplicación que ayuda a vecinos y vecinas de Barcelona a compartir 
cualquier objeto que se necesite. “Empezó siendo un grupo de Whatsapp y 
ahora han lanzado su propia app. La idea es compartir y conectar entre 
iguales, la llamada ‘share economy’ o economía del acceso de la que se ha hablado hasta en Davos”, añade Bataye.
La principal ventaja de la economía colaborativa radica en garantizar el ese intercambio libre.
 “Esto permite el acceso a bienes y servicios a personas que han quedado
 excluidas de los circuitos tradicionales de la economía. Por ejemplo, 
las finanzas colaborativas (a través del crowdfunding, bancos del 
tiempo, redes de trueques, comunidades autofinanciadas, etc.) reducen la
 exclusión financiera al permitir a los ciudadanos acceder a 
financiación en condiciones adecuadas”, continúa Sanchis, quien agrega 
que otro beneficio importante es la sostenibilidad del sistema: “Mejor uso de los recursos, lo que evita consumo desmesurado, gastos innecesarios, etc. Esto se relaciona con la economía circular, la economía azul y la economía verde, de manera que tiene un importante impacto positivo en el medioambiente”.
Evolución de la economía colaborativa 
No obstante, debido a plataformas como Airbnb, sectores como el de los pisos
 turísticos se quieren empezar a regular en ciudades como Barcelona o 
València. ¿Impactará en los proyectos de economía colaborativa? “Si una iniciativa debe ser regulada, no es colaborativa
 como debe entenderse. Por ejemplo, Uber hace la competencia a taxistas 
que pagan sus licencias. Va más allá de lo que es colaboración. Por 
ello, si la iniciativa es solidaria no se debe regular”, apostilla 
Corrons, quien matiza que, personalmente, cree que las que conlleven ese
 lucro sí que deberían reglamentarse de alguna manera, ya que detrás 
existe especulación.
De todas formas, la evolución de los 
proyectos vinculados a la economía colaborativa es creciente, como 
asegura el profesor de la UOC: “Es un ámbito en el que las personas están sensibilizadas
 y se sabe que ayudará a las futuras generaciones, sobre todo en temas 
como el medio ambiente, aunque aún se asocia a gente, digamos, hippie. 
Pero, según datos de hace dos años, entre el 8% y el 10% del PIB de la 
ciudad de Barcelona proviene de la economía colaborativa, por lo que 
vemos que empieza a coger peso y fuerza. Veremos si continúa igual ahora
 que dicen que se está saliendo de la crisis”.
Judit Bataye también ha notado que cada 
vez más personas piden información al respecto o se ponen en marcha 
seminarios para ayudar a la ciudadanía a conocer estos movimientos en 
los que la gente puede participar, crear servicios y, por tanto, 
empoderarse.
Según Joan Ramon Sanchis, desde que 
comenzara a consolidarse en 2010, son numerosos los estudios e informes 
que se están realizando con el objetivo de cuantificar la implantación y
 el impacto de la economía colaborativa en España. Sin embargo, señala 
que es “muy difícil” hacer una cuantificación exacta porque una gran 
parte de la misma no está regulada y se desarrolla a través de 
estructuras informales. “Aún así, es evidente que se está desarrollando con mucho auge y empeño, y cada vez se extiende más a todos los niveles y sectores de la economía”.
El director de la Cátedra de Economía del
 Bien Común de la UV opina que, mientras exista exclusión social y 
financiera, “la economía colaborativa puede seguir teniendo un amplio 
recorrido y no estará suficientemente implantada. Queda, pues, mucho 
trecho por recorrer. El consumo colaborativo, la producción 
colaborativa, las finanzas colaborativas son diferentes modalidades de 
este tipo de economía que cada vez se extienden más pero que siguen sin 
resolver los problemas de la exclusión, la pobreza energética, las 
desigualdades económicas o la exclusión financiera. Por ello, desde la 
Economía del Bien Común se está  potenciando lo que se denomina las “comunidades del bien común”,
 a través de las cuales la sociedad civil puede tener una presencia 
directa y protagonista en la economía: grupos de consumo, comunidades de
 autofinanciación, son ejemplos de ello”.
Así, al igual que Corrons, cree que las personas han adquirido conciencia sobre los valores sociales y medioambientales. “Queda mucho trabajo por hacer, pero el esfuerzo se está notando. Vamos por el buen camino y de lo que se trata es de ir ampliando la base social,
 de manera que cada vez el crecimiento sea más rápido. Se trata de un 
reto a nivel global pero que comienza en los niveles locales, de abajo 
hacia arriba, a través de la democracia directa y participativa de la 
sociedad civil. El consumismo se resiste y muchas empresas siguen 
buscando beneficios económicos rápidos, pero la tendencia hacia el consumo responsable y directo (sin intermediarios) cada vez es mayor”, concluye.








