La obligada transición ecológica
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático advierte: los efectos del calentamiento global ya están aquí y se manifiestan a través de condiciones meteorológicas extremas. La transición energética y el viaje hacia la descarbonización no pueden esperar.
23
Ene
2019
2019
Cuando
hayan desaparecido los arrecifes de coral; cuando nos hayamos quedado
sin hielo en el Ártico; cuando suframos la escasez de agua y alimentos;
cuando tengamos que emigrar por efectos climáticos y los desastres
naturales destruyan todo a su paso; cuando perdamos cosecha tras
cosecha, grano tras grano; cuando el consumo sea insostenible y la
economía se haya estancado; cuando el aire sea irrespirable y la tierra
inhabitable, y nuestra salud pague las consecuencias; cuando el estado
del bienestar se haya arruinado. Cuando nos demos cuenta de que vamos tarde, de que esto ya está pasando.
Las
señales son inequívocas, tanto como lo es el cambio climático. Una
vez superado el debate (mal que le pese a Trump) sobre si existe tal
cambio o no y sobre la clara influencia humana en él, nuestra
obligación egoísta es poner todo lo que esté a nuestro alcance para
frenarlo. Y el tiempo apremia. Ya no podemos conformarnos con contener
el aumento de la temperatura media mundial hasta un máximo de 2 °C: debemos aspirar a menos de 1,5 °C.
Así se podría reducir a la mitad la desertización de entre un 20 y
un 50% de la superficie terrestre o evitar la práctica extinción de
los arrecifes de coral, entre otras cosas. Lo dice el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC)
en su estudio más reciente. Uno de sus mensajes «más contundentes» es
que ya estamos viviendo las consecuencias de un calentamiento global de
1 °C, «con condiciones meteorológicas más extremas y crecientes
niveles del mar, por citar algunos efectos», asegura desde el IPCC Panmao Zhai.
Las cifras son demoledoras y van a peor: tras tres años de estabilidad, las emisiones de carbono aumentaron un 1,4% en 2017
y alcanzaron el máximo histórico de 32,5 gigatoneladas, según la
Agencia Internacional de Energía. Ni los objetivos del Acuerdo de
París sobre el cambio climático ni los datos parecen tener mucho
efecto. No, al menos, el que cabría esperar ante un asunto tan urgente
como importante, con impacto directo en la vida humana. ¿Por qué no
avanzamos?
El engaño económico
Los palos en la rueda son
múltiples y en varias esferas: económica, política y social. Nada,
sin embargo, nos impide quitarlos y seguir rodando. En la pata
económica, una falsa dicotomía entre crecimiento y sostenibilidad pone el freno.
«Una mitigación ambiciosa es alcanzable con un coste en la reducción
del crecimiento económico del 0,06%, teniendo en cuenta que el
crecimiento sin actuaciones de mitigación se estima entre el 1,6 y el
3,0%», dice el quinto informe del IPCC.
En el ámbito económico, una falsa dicotomía entre crecimiento y sostenibilidad pone el freno
Pero
–y el pero es importante– la reducción es un retraso, no una pérdida
de crecimiento. Además, dicha estimación no tiene en cuenta los
beneficios asociados a una reducción del cambio climático ni los
riesgos para el crecimiento económico de no tomar medidas para
mitigarlo. Los cálculos en el ámbito de la economía medioambiental
son muy complejos. Tanto que les han valido este 2018 el Nobel a los estadounidenses William Nordhaus y Paul Romer por sus estudios en este campo.
A
medir y cuantificar económicamente el impacto del cambio climático se
dedica también la investigadora de economía medioambiental y ciencia
climática en la Universidad de California en Davis (EE. UU.) Frances Moore.
«No se trata únicamente de cuantificar las toneladas de CO2 emitidas a
la atmósfera, sino el coste social: el aumento de la mortalidad
también influye en el PIB, y los daños en los ecosistemas y la biodiversidad afectan a la agricultura
y, por ende, a las transacciones comerciales», explica. «Si partimos de
la base de que la temperatura tiene un efecto en la tasa de crecimiento
económico, el impacto es enorme, y las evidencias apuntan a que así
es», añade la científica.
En opinión de Gael Giraud,
economista jefe de la Agencia Francesa de Desarrollo (AFD), «es
absolutamente necesario desacoplar el crecimiento económico y el
consumo de energía para que el mundo sobreviva». En su opinión, no
hacerlo podría llevar a un aumento de hasta 5 °C para finales de siglo,
«amenazando la vida en la Tierra». «El aumento del nivel del mar, el
derretimiento de los glaciares, la erosión de los suelos, la
desertificación o la no disponibilidad de agua potable son algunas
consecuencias catastróficas ya visibles. Esto provocará migraciones
climáticas desestabilizadoras, ya que los países más pobres son
también los más vulnerables», asegura el economista e investigador.
La descarbonización debe realizarse de forma racional para que sea una fuente de riqueza y oportunidades
Al contrario que Giraud, el director del Instituto Woods para el Medio Ambiente de la Univerisidad de Stanford Chris Field no cree que disociar el crecimiento económico y el consumo de energía sea necesario.
«Si producimos y consumimos energía de una manera que no dañe al
planeta, la ratio puede continuar aumentando. El reto es pasar de un uso
de energía que daña el planeta a un uso para sostenerlo y mejorarlo»,
asegura. Cree que ello requiere contabilizar como parte de la actividad
económica las inversiones para proteger la naturaleza. «Que haya un
mercado para esto desatará el potencial de invertir en la limpieza de
aire y agua, y en la restauración de suelos y bosques», sostiene.
Carbón y basura: el reto 0,0
La
descarbonización de la economía es parte de la transición necesaria,
¿cuántas veces lo hemos escuchado? La teoría la sabemos bien, pero
faltan compromisos y planes reales para ello. En España, brillan por su
ausencia, algo que critica el catedrático Javier García, director del Laboratorio de Nanotecnología Molecular de la Universidad de Alicante. Cree que este proceso debe realizarse de forma racional para que sea una fuente de riqueza y oportunidades, y no de inestabilidad y desempleo.
Además
de voluntad política, el científico considera críticas una clara
apuesta empresarial y la inversión en nuevas tecnologías que aceleren
el proceso. En esto último trabaja su empresa, Rive Technology, que produce catalizadores que reducen entre un 2 y un 3% las emisiones de CO2 de las refinerías,
según sus propias cifras. «Esto supone un ahorro de millones de
toneladas de CO2 al año», afirma. En su laboratorio también buscan
nuevas formas de producir y almacenar energía limpia, en concreto
celdas solares, almacenamiento de hidrógeno y baterías de flujo.
García
cree que el desarrollo de nuevas tecnologías que compitan en precio,
eficiencia y sostenibilidad con las existentes «no se dará si las
grandes empresas energéticas siguen sin dedicar apenas recursos para
desarrollar nuevas formas de energía en comparación a los beneficios
que generan». Entre ellas está Naturgy, la antigua Gas Natural. Su
director de Nuevos Negocios, Joaquín Mendiluce, comenta que la compañía va a destinar 1.000 millones de euros en inversiones en energías renovables
en los próximos dos años, «hacia un escenario de baja dependencia de
carbono en el horizonte de 2050». También destaca su acuerdo con la
naviera Baleàri para el uso de gas natural licuado (GNL), «que reduce
las emisiones entre un 10 y un 20% frente al diésel».
En la esfera de la economía circular, Mendiluce asegura que están impulsando proyectos para convertir los residuos orgánicos,
«cuya descomposición está generando emisiones a la atmósfera con un
efecto de calentamiento global equivalente a 25 veces el de CO2», en gas
renovable que se pueda utilizar para el transporte, los hogares y la
industria.
Las emisiones de carbono aumentaron un 1,4% en 2017 y alcanzaron el máximo histórico de 32,5 gigatoneladas
En efecto, la basura es un problema muy serio. Según el informe What a Waste del Banco Mundial, en 2016 las ciudades del mundo generaron 2.010 millones de toneladas de residuos sólidos.
Dado el rápido crecimiento de la población y la urbanización, se
espera que la cifra aumente en un 70% para 2050. Eso sin tener en cuenta
las cifras de la industria, muy superiores. A esto se añade la basura
marítima. Solo el río Yangtsé (China) concentra 1,5 millones de
toneladas de plástico, frente a las 18 toneladas del Támesis (Reino
Unido), según un estudio del Centro para la Investigación
Medioambiental de Leipzig (Alemania). Más de un cuarto de los 8 billones de toneladas de basura que se encuentran en el agua se concentra en diez ríos, ocho de ellos chinos.
La
tecnología se ve una vez más como una aliada contra esta invasión.
Las autoridades portuarias de Oslo (Noruega) tienen en marcha un plan de
limpieza del mar con drones subacuáticos producidos por la startup Blueye.
También ha comenzado a funcionar recientemente en San Francisco (EE.
UU.) un sistema de limpieza en alta mar desarrollado por la
organización sin ánimo de lucro The Ocean Cleanup. Se
trata de un flotador de 600 metros de largo con una falda de 3 metros
diseñada para recoger unas 50 toneladas de basura. Su plan es lanzar 60
sistemas como este en los próximos cinco años. Suena bien, pero está
por ver el impacto de estas tecnologías en los ecosistemas marinos.
Más allá de los plásticos, el mar se enfrenta a un problema medioambiental mayor: la sobrepesca y los fertilizantes
suman juntos un coste financiero por los daños al ecosistema marino de
entre 250.000 y 800.000 millones de dólares al año, según el informe
Catalysing Ocean Finance de Naciones Unidas (2012). Los
plásticos, según las estimaciones más conservadores de esta
organización (en el libro anual de la UNEP de 2014), cuestan 13.000
millones de dólares.
El impacto de la carne
Del mar al
plato con un tema controvertido: el consumo de carne y de productos
animales que, siendo claros, es insostenible e incluso insalubre. El ganado ocupa más del 70% de las tierras de uso agrícola y apenas se traduce en un 18% de la ingesta de calorías en todo el mundo, según el informe Shaping the Future of Livestock
de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la
Agricultura (FAO). Además, estas no se reparten equitativamente: la
mayoría se consume en países de altos ingresos y cada vez más en
países de ingresos medios, donde la ingesta de alimentos de origen
animal excede sus necesidades alimentarias.
La mayoría de la carne se consume en países de altos ingresos y cada vez más en países de ingresos medios
Con los datos en la mano, una
transición hacia dietas que dependan menos de la carne y más de
frutas y verduras podría salvar hasta ocho millones de vidas para 2050,
reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en dos tercios,
evitar daños climáticos por un valor de 1.500 millones de dólares y
ahorrar costes en atención médica, según un estudio realizado por
investigadores de la Oxford Martin School (Reino Unido), publicado en
2016 por la revista científica PNAS. Con el propósito de facilitar la
producción de alimentos y hacerlos más accesibles, el investigador
español Eduardo Castelló creó con sus compañeros
del grupo Open Agriculture en el MIT Media Lab un «ordenador personal de
comida». Se trata una plataforma de tecnología de agricultura en
ambiente controlado, del tamaño de una mesa y de código abierto, que
utiliza sistemas robóticos para controlar el clima, la energía y el
crecimiento de las plantas dentro de una cámara de cultivo
especializada. «Es un Linux para la comida, un sistema para hacer el
sistema de producción transparente y al alcance de todos».
En
efecto, cualquiera puede descargarse las instrucciones para crear su
propio ordenador de comida. «Lo que se consigue con esto es democratizar el clima y que la producción de alimentos no dependa de si estás en el Sáhara o en Finlandia.
Esto no solo aumenta la cantidad de comida que se puede producir –con
el con– siguiente impacto en términos de refugiados climáticos-, sino
también su calidad», explica el científico.
Castelló trabaja ahora con otro grupo diferente, Human Dynamics, con el que ha creado un sistema de recogida inteligente de residuos.
«Funciona como una especie de hormiguero con triciclos robóticos que
se mueven por la ciudad y detectan cuándo están llenas las basuras
–dotadas de sensores– o lo estarán próximamente. No hay un
planificador central, como un ayuntamiento, sino que la información
está descentralizada y es muy difícil de piratear», señala el
investigador. Este sistema, que de momento han probado –y publicado– en
un espacio controlado que simula el funcionamiento de una ciudad, se
podría usar para diferentes procesos urbanos autónomos.
Ecologizar las ciudades
Las
urbes son precisamente otra pieza clave en el puzle de la
sostenibilidad. En un mundo globalizado donde estas cobran cada vez más
importancia, su papel es decisivo y requiere de valentía y liderazgo.
Las políticas y estrategias de movilidad inciden directamente en las
emisiones de CO2. Según Alicia Rubio Fernández, subdirectora general de Inspección de Transporte Terrestre, «el transporte representa el 25% de los gases de efecto invernadero en España y es la principal causa de contaminación urbana». Está claro que es un problema, pero no tanto cómo atajarlo.
Las
restricciones a la circulación impuestas en capitales europeas como
París, Londres o Madrid son altamente polémicas. Los vehículos
eléctricos no disponen aún de la infraestructura de carga necesaria
para su generalización más allá del acceso a flotas de vehículos
compartidos. Las carreteras siguen sin estar adaptadas a las bicicletas, y menos aún a los patinetes,
que tampoco pueden hacer uso de las aceras. En trayectos interurbanos,
las opciones de desplazamiento compartido se plantean como una
alternativa para sacar vehículos de la circulación, aumentando la
ratio de ocupación. Según un macroestudio de BlaBlaCar, los viajes en coche compartido en España en 2017 a través de su plataforma supusieron un ahorro de 70.000 toneladas de CO2.
Las carreteras no están aún adaptadas a las bicicletas ni a los patinetes
En
el ámbito urbanístico se impulsan desde Europa los llamados
«Distritos Inteligentes Sostenibles» (SSD, por sus siglas en inglés).
Entre los seleccionados por el programa europeo para el desarrollo de
distritos urbanos sostenibles «pioneros en el mundo» está el barrio La
Pinada. Se trata de un ecobarrio impulsado por el emprendedor español Iker Markaide, que se empezará a construir en 2019 en Paterna, a doce kilómetros de la ciudad de Valencia.
Soluciones
no faltan, pero ninguna es mágica. Al factor económico se suma la
necesidad de liderazgo político. «Son necesarias acciones decididas y
mucha voluntad política», señala García, que critica que los grandes
acuerdos sobre cambio climático «no llevan asociada financiación que
permita descubrir y desarrollar energías más sostenibles». El
catedrático incide también en la importancia de tomar las acciones individuales que favorezcan el ahorro de energía y el uso de alternativas limpias, y el apoyo a programas y opciones políticas alinea- das con estos objetivos.
La transición requiere de un cambio de hábitos y de comportamiento, de pasar de la cultura del consumo masivo del usar y tirar
–alentada por la obsolescencia programada– a la reutilización y
reparación a la antigua usanza. «Vivimos en un mundo en el que, con
frecuencia, el valor de una persona y su autoestima se miden por la
cantidad que consume. Si podemos hacer una transición de este modelo a
uno en el que el prestigio y la importancia de la gente se reflejen en
la calidad de sus experiencias y posesiones, las huellas ambientales
pueden reducirse mucho», afirma Field.
La transición requiere pasar de la cultura del usar y tirar a la reutilización y reparación
Como
ejemplos de ello, el profesor de Stanford habla de dar más valor al
hecho de disfrutar de una buena comida, o a ver la educación y el arte
como pertenencia que enriquece la vida intelectual o cultural. «Un
estilo de vida feliz y saludable no implica destruir el planeta. Necesitamos restablecer la escala de éxito y desconectarla de la cantidad de consumo.
También debemos reconocer el valor de los ecosistemas saludables y
estar dispuestos a contribuir a su mantenimiento», añade el
científico.
El cambio precisa de incentivos. Ver que este se
traduce en efectos positivos es uno de ellos. Por suerte, los hay: este
mismo noviembre, la ONU revela en un informe que la capa de ozono se ha recuperado a una tasa de entre un 1 y un 3% desde el año 2000,
fecha del acuerdo mundial que estableció medidas para cerrar los
agujeros en esta capa que protege a la Tierra de los rayos ultravioleta.
A la velocidad actual, el ozono en el hemisferio norte y en latitudes
medias se podrá cerrar completamente en la década de 2030, en el
hemisferio sur en la década de 2050 y en las regiones polares para
2060. Son buenas nuevas, pero solo llegarán si aceleramos la
transición ecológica.
https://ethic.es/2019/01/la-obligada-transicion-ecologica/