Juan Ramón Rallo responde a las preguntas de los columnistas de economía de Nueva Revolución
El economista Juan Ramón Rallo ha tenido
a bien responder a algunas cuestiones de nuestros economistas de
cabecera. Hemos aprovechado para hablar con él sobre la economía del
bien común, sobre los costes laborales, sobre incrementos impositivos,
el salario mínimo, alquileres y muchos más temas.
Han querido participar en este cuestionario especial Joan Ramón Sanchis, Jaime Nieto, Mario del Rosal, Chistian Orozco y la nueva columnista de economía, Belén Santa Cruz, que debuta con sus preguntas a Juan Ramón Rallo en Nueva Revolución.
Pasamos al cuestionario:
Joan Ramón Sanchis. Catedrático de Organización de Empresas y Director Cátedra EBC Universitat de Valencia.
¿Que opinión le merece la
sostenibilidad corporativa? y en el caso de conocer casos de empresas
que están implantando el modelo de la Economía del Bien Común, ¿cómo
valoraría los resultados que están obteniendo dichas empresas?
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Juan Ramón Rallo: Si
definimos ‘empresa’ en un sentido amplio, una empresa sería una
asociación dirigida a satisfacer el interés de los promotores. Ese
interés pude ser muy diverso: desde ayudar desinteresadamente a otros
(ONG) al ánimo de lucro (accionistas en una sociedad anónima). La
ventaja de una economía de mercado es que canaliza el ánimo de lucro
hacia la generación de valor para terceros (siempre que los derechos de
propiedad estén bien definidos y sean respetados). Ahora bien, los
accionistas no sólo tienen por qué buscar el ánimo de lucro: pueden
tener otros objetivos complementarios. Y si es así, las empresas tendrán
que promoverlos internamente. Nuevamente, la ventaja de una economía de
mercado es que muy distintos modelos empresariales son posibles en
función de las motivaciones y de los intereses de sus promotores. Por
consiguiente, no tengo nada en contra de la sostenibilidad corporativa
como legítima estrategia empresarial que, como toda, deba pasar el test
del mercado: sí tendría bastante en contra de ella si tratara de
imponerse a aquellas compañías cuyos accionistas no comparten semejantes
objetivos o no los consideran relevantes en su planificación financiera
a largo plazo.
Jaime Nieto, Economista, Máster en Desarrollo Económico. Actualmente estancia investigadora en University of Leeds.
Casi el doble de empresarios
(25%) consideran su principal problema la insuficiente demanda frente a
los costes laborales (14%) (Fuente). ¿Por qué oponerse entonces a un incremento salarial como el propuesto?
-
Juan Ramón Rallo:
Primero, esa estadística suele malinterpretarse: si algunas empresas no
crean empleo por un problema de costes laborales, habrá otras que
(precisamente porque las anteriores no han creado empleo) tampoco lo
crearán por falta de demanda (de entre los parados que no han accedido a
un empleo por los altos costes laborales). Es el llamado efecto
multiplicador que, en el fondo, no es otra cosa que una expresión de la
Ley de Say (se demanda ofertando). Segundo, justo por lo anterior,
aumentos salariales que no vayan acompañados de aumentos de la
productividad pueden terminar destruyendo empleo tanto directamente
(empleos perdidos por altos costes laborales) como indirectamente
(efecto multiplicador de la destrucción de empleo). Por supuesto, no
tengo nada en contra de alzas salarial sustentadas en aumento de la
productividad: es lo que ha venido logrando el capitalismo desde hace
dos siglos.
España tiene uno de los niveles
de presión fiscal más bajos de la UE, solo por delante de algunos países
de Europa del Este, Irlanda y Suiza. ¿Por qué habrían de huir las
rentas altas del país por pequeños incrementos impositivos, teniendo en
cuenta las grandes ventajas de permanecer en un mercado como el español y
las rigideces que existen a su movilidad?
Juan Ramón Rallo: Las
diferencias de presión fiscal entre España y la UE no se deben a la
fiscalidad de las rentas altas, sino de las medias y bajas. Primero, los
impuestos sobre el consumo son más altos en la UE. Segundo, los
impuesto que recaen sobre los perceptores de transferencias estatales
(pensiones, prestaciones de desempleo, ayudas a la dependencia…) también
son más altos en la UE. Tercero, la distribución salarial es más alta
en la UE y, por tanto, hay más “clases medias” en tipos marginales altos
dentro del IRPF (para conseguir ese mismo efecto en España, dado que no
pueden subirse masivamente los salarios por decreto, habría que elevar
mucho los tipos marginales medios del IRPF).
-
Usted dijo en 2017 que subir el salario mínimo destruiría empleo. Sin embargo el paro ha seguido cayendo tras la subida del SMI del anterior Gobierno.
Juan Ramón Rallo: Que
el paro caiga no significa que no se haya dejado de crear empleo. Sería
absurdo, por ejemplo, atribuir al Plan E o al salario mínimo la
destrucción de empleo de 2009. Las variables dependientes suelen estar
afectadas por múltiples variables independientes (no hay
monocausalidad): que el efecto marginal de una de ellas sea negativo no
significa que el efecto conjunto de todas ellas en un determinado
momento histórico también lo sea. Necesitamos un análisis econométrico
que aísle la influencia del SMI para determinar si su contribución fue
positiva o negativa.
-
España es el país de con más
casas vacías de la UE y al mismo tiempo el país de la OCDE en el que los
alquileres se comen más proporción de la renta de las familias. ¿Ha
funcionado bien el mercado en la asignación de recursos?
Juan Ramón Rallo: La
mayor densidad de casas vacías no está en aquellas provincias donde más
suben los alquileres. Según la última encuesta disponible (de 2011), las
provincias con menor densidad de casas vacías son Madrid, Barcelona,
Guipúzcoa, Vizcaya y Álava (donde más suben los alquileres); las que
tienen mayor densidad de casas vacías, Ourense, Lugo y Castellón (donde
menos suben los alquileres). Si tienes oferta allí donde no hay demanda,
ese exceso no solventa el problema de demanda insatisfecha allí donde
no hay oferta. En todo caso, habría que plantearse por qué no se colocan
esas casas vacías en alquiler y hay dos grandes motivos: a) inseguridad
jurídica de los propietarios; b) estado ruinoso de esas casas (ausencia
de capital para reconvertirlas).
Belén Santa Cruz. Economista y Periodista.
¿Cuál es su opinión respecto al
proceso de automatización y su impacto en el mercado laboral y en el
bienestar de los ciudadanos? Si bien en una fase posterior de este gran
proceso transformador se pueden generar más puestos de trabajo, el
número de empleo destruido en la primera fase de la revolución
tecnológica obligará a los estados a adoptar nuevas medidas de
protección si no queremos ver manifestaciones como las de los “chalecos
amarillos”- Ya están sobre la mesa medidas como una prestación de
ingresos mínimos, una renta básica universal… En ese sentido, ¿cuáles
serían sus propuestas para hacer frente a este importante cambio en
nuestra sociedad?
-
Juan Ramón Rallo: Es
verdad que las transiciones pueden ser complicadas. Ya lo fueron las
transiciones del campo a la industria o de la industria a los servicios.
No hay soluciones mágicas y, desde luego, frenar la transición no lo es
en absoluto. Más bien, apostaría por acelerarla y por facilitar, por un
lado, la adaptación de las personas a ese cambio (liberalizar la
educación para que puedan acceder a educación adaptada a los nuevos
tiempos) y, por otro, cubrirlas frente al riesgo de cambio (trasladar
parte de su ahorro no a un sistema de pensiones ruinoso, sino a la
inversión en la propiedad de las nuevas empresas nacientes).
Mario del Rosal. Profesor de crítica de la economía política en la Complutense.
Decía recientemente en un
artículo en El Confidencial que “en la medida en la que el SMI se ubique
por encima de la productividad marginal de un trabajador, habrá una
fuerte tendencia a despedir”. ¿Me podría indicar cómo podría calcular
esa productividad marginal una PYME para saber cuándo echar a un
empleado? ¿Cree usted que esto preocupa más a la PYME que no tener
clientes a quienes vender? En ese mismo artículo admite que no hay
estudios concluyentes sobre el efecto del SMI sobre el empleo. Entonces,
¿por qué insiste en otros foros en que va a aumentar el paro y van a
empeorar las condiciones de los trabajadores más precarios? ¿Por qué
niega sistemáticamente que un mayor SMI podría estimular el consumo o
que eso no sea importante? ¿Acaso hay pruebas empíricas de que la
eliminación del SMI o su disminución sirvan para estimular el empleo?
Si, según usted, no hay pruebas científicas fehacientes de sus efectos,
¿no sería igual de dogmático e ideológico (como dice usted) rechazar la
subida del SMI que implantarla?
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Juan Ramón Rallo: Cada
vez que una pyme contrata a una persona se plantea si esa persona le va a
reportar más ingresos que aquello que le cuesta contratarla. El
empresario, claro, puede equivocarse en la estimación de ingresos: si lo
hace al alza, tendrá pérdidas y acabará despidiendo al trabajador; si
lo hace a la baja, tendrá beneficios extraordinarios que, en mercados
medianamente competitivos, se disipan vía mayor competencia (menores
precios o mayor puja por los factores infrarremunerados). Este ajuste
dinámico es imposible con precios mínimos. Y es verdad que, en teoría,
un salario mínimo no tiene por qué destruir empleo (si estuviéramos en
mercados laborales monopsónicos). Pero: a) la evidencia con respecto a
España apunta mayoritariamente en la dirección de que destruye empleo;
b) existen herramientas menos peligrosas para el empleo y que permiten
contrarrestar los mercados monopsónicos; por ejemplo, una mayor
sindicación de los trabajadores (eso sí, sin privilegios estatales a los
sindicatos). Al contrario, me parece tremendamente irresponsable
defender subidas del SMI en una economía que todavía arrastra una tasa
de paro del 14%.
En su influyente artículo The
Principles of a Social Order, publicado en 1966, Friedrich Hayek, uno de
los más conspicuos representantes de la Escuela Austriaca a la que
usted se adscribe, afirmaba que, aunque liberalismo y democracia son
potencialmente compatibles, el primero es preferible y, en caso
necesario, debe asegurarse a través de una dictadura. En coherencia con
esta idea, apoyó y colaboró con el régimen de Pinochet, como revela la
carta enviada a el Times de Londres en 1978, donde decía “I have not
been able to find a single person even in much maligned Chile who did
not agree that personal freedom was much greater under Pinochet than it
had been under Allende.” O en una entrevista en el periódico chileno El
Mercurio en 1981 donde afirmaba lo siguiente: “Personally, I prefer a
liberal dictator to democratic government lacking in liberalism.”. ¿Está
de acuerdo con esta postura teórica y esta apuesta histórica?
Juan Ramón Rallo:
Liberalismo y democracia son conceptos distintos y, en ocasiones, claro
que pueden resultar antagónicos. El liberalismo se refiere a cuán
limitado ha de ser el poder; la democracia, a cómo debe distribuirse ese
poder. En ese sentido, coincido con Hayek en que la democracia puede
ser en muchísimas ocasiones antiliberal: a saber, un poder absoluto
(capaz de conculcar cualquier derecho individual) pero muy distribuido
entre los votantes. Una tiranía de la mayoría, vaya. En lo que no
coincido es en la idea de que un poder muy concentrado vaya a ser
sostenidamente limitado en el tiempo. Hay muy pocos ejemplos de que ello
sea viable (quizá el Principado de Liechtenstein). Por eso, mi
preferencia es una democracia liberal: es decir, un Estado ultramínimo
organizado de manera democrática.
En 2011, la Comunidad de Madrid
le dio el premio Julián Marías por su trayectoria como científico social
menor de cuarenta años. Le doy la enhorabuena, aunque me surge una duda
al respecto. Teniendo en cuenta su rechazo frontal a la intervención
del Estado en las decisiones y la vida de las personas, que opina que
“el Estado es un parásito” y que, por supuesto, rechaza de plano las
subvenciones, ¿no le resulta contradictorio aceptar un premio como éste,
otorgado por una institución pública?
-
Juan Ramón Rallo:
Entiendo que a uno le llame la atención pero, mínimamente analizado,
creo que el razonamiento es tan malo como el que reprocha a los
comunistas que usen un smartphone fabricado por empresas capitalistas y a
través de la explotación laboral de los trabajadores. Podría haber una
incoherencia si me comportara estratégicamente para recibir más
transferencias del Estado (monetarias y en especie) que aquellos
impuestos que yo regularmente he de abonar: ahí sí me convertiría en una
especie de parásito neto. Pero si efectuáramos una cuenta de los
impuestos pagados y de los servicios o transferencias recibidas, mi
saldo sería enormemente negativo. No veo incoherente tratar de reducir
un poco ese saldo negativo: lo contrario sería equiparar coherencia con
maximizar el parasitismo estatal contra uno mismo.
Christian Orozco. Docente e investigador en la Universidad Central de Ecuador
En la línea de Francis Fukuyama
en su archiconocida obra El fin de la historia, ¿consideras que una
sociedad cien por ciento capitalista en la que absolutamente todo se
haya privatizado y se mueve con la lógica del mercado es el fin de la
historia? ¿Existiría desde tu punto de vista algo más allá de una utopía
ultraliberal?
-
Juan Ramón Rallo: La
historia no se encamina necesariamente hacia ningún lado. Sí creo que
cuanto más progrese moralmente la sociedad, más avanzaremos hacia el
liberalismo integral, tanto en materia social como económica: pero nada
nos garantiza el progreso social continuado de las personas.
En su extensa obra, Karl Polanyi
demuestra de forma prácticamente irrefutable que la formación,
permanencia y estabilidad de los mercados (capitalistas) está de la mano
de la formación de los Estados, los cuales garantizan e incentivan la
conformación de estos. En este sentido ¿por qué el liberalismo considera
que Estado y mercado son antagónicos?
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Juan Ramón Rallo: El
Estado puede ser un instrumento necesario para garantizar el orden
público (el rule of law). Ni siquiera esta afirmación me parece
irrefutable (véase Against de Grain, de James Scott), pero
tomémosla por buena. Como mucho, eso justificaría un Estado ultramínimo
dedicado a garantizar el orden público y mientras ese Estado ultramínimo
siga siendo tecnológicamente imprescindible para garantizarlo. Todo
Estado mayor que ese, o más duradero que ese, serían radicalmente
incompatibles con la libertad individual y, por tanto, contrarios al
liberalismo. Si además tenemos en cuenta que los Estados tienden a
desbordar en mucho ese tamaño ultramínimo, la tensión, e incluso
incompatibilidad, entre Estado y mercado/sociedad civil resulta muy
obvia.
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https://nuevarevolucion.es/juan-ramon-rallo-responde-a-las-preguntas-de-los-columnistas-de-economia-de-nueva-revolucion/?fbclid=IwAR1kSBJ6cp-lrwV4leVNxKOv0zWb4IcP6eVF0ILJyBNE8GV-2HUGfxgmBHY#
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