En el siglo XX dos ideologías prendieron en la mente de millones de personas, causando asimismo millones de muertos: me refiero al nacionalsocialismo y al comunismo. Mi prolongada estancia en Alemania me ha llevado a intentar comprender cómo fue posible que intelectuales de gran categoría, como el filósofo Martin Heidegger y tantos otros, fuesen también víctimas de estas ideologías. Este es el motivo que me lleva a hablar hoy de este tema que, en mi opinión, todavía está sin una explicación satisfactoria.
Quisiera, antes de entrar en materia, delimitar un poco qué entiendo por ideología, recurriendo a las muchas definiciones que se han hecho por sociólogos, historiadores, psicólogos, e incluso psiquiatras.
El término “ideología” fue utilizado por vez primera en Francia por Pierre Cabanis y Antoine Louis Destutt de Tracy en el siglo XIX. Karl Marx y Friedrich Engels vuelven a utilizar este término cincuenta años más tarde en su obra La ideología alemana, publicada a mitad del siglo XIX. Ya en el siglo XX, el filósofo francés Louis Althusser se dedica a estudiar este tema publicando su obra más conocida en este campo y titulada: Ideología y aparatos ideológicos de Estado.
Mientras que para Marx la ideología es una “falsa consciencia de la realidad”, Althusser considera que las ideologías cumplen la función de ser “concepciones del mundo” (lo que en alemán se llama ‘Weltanschauung’ y en español ‘cosmovisión’).
En Italia es el político y filósofo Antonio Gramsci quien trata la ideología también de forma diferente a la de Marx. Para Gramsci la ideología es “el terreno de lucha incesante entre dos principios hegemónicos”. Y otro filósofo italiano, Ferrucio Rossi-Landi, escribe que hay dos usos del término ideología: un uso peyorativo de la ideología como “pensamiento falso” (deforme, engañoso) y un uso descriptivo de la ideología como “visión del mundo” y como “justificación o promoción de un sistema político”.
El filósofo alemán Christian Duncker sostiene que la ideología es un sistema que explícita o implícitamente reclama ser la verdad absoluta. Por eso existen muchos tipos de ideologías: políticas, religiosas, sociales, epistemológicas, éticas, etc.
Quisiera aclarar que por mi parte no estoy interesado en ningún discurso político o social, sino que mi interés se centra en el mecanismo mental que puede ser origen del pensamiento ideológico. Por eso no entro a considerar la ideología como sistema que puede consolidar un poder político determinado.
Entiendo, más bien, que si lográsemos aclarar esos mecanismos mentales, habremos dado un paso importante para explicar el origen de las ideologías y, con ello, avanzar en los intentos de evitar que vuelvan a reproducirse con sus nefastos efectos.
Si consideramos los nacionalismos como ideologías, y tenemos en cuenta que muchos movimientos terroristas poseen también una ideología, entonces el interés por comprender cómo esta forma de pensar prende en las mentes de los individuos se convierte casi en una necesidad.
Puntos imprescindibles
Recojamos, pues, para continuar con este análisis, algunos de los elementos en las definiciones que hemos visto se han hecho de las ideologías. Quisiera resaltar algunos puntos que considero imprescindibles.
El primero, de la definición de Antonio Gramsci de que la ideología es “el terreno de lucha incesante entre dos principios hegemónicos”. Desde luego, esto es aplicable al nacionalsocialismo, con su división tajante entre arios y judíos y otras razas ‘inferiores’; así como lo es para el comunismo con su antagonismo entre burgueses y proletarios.
En ambos casos, la característica común es un dualismo exacerbado, un planteamiento en antítesis o antinomias que llama la atención y que, desde luego, simplifica y falsifica la realidad. En ese sentido también puede hablarse de “falsa consciencia de la realidad”.
El segundo punto que quiero resaltar es la coincidencia en los criterios de Louis Althusser y Ferruccio Rossi-Landi de que las ideologías son ‘Weltanschauungen’, o sea, cosmovisiones, que se caracterizan fundamentalmente por tener un componente fuertemente dualista y, sobre todo, por ser visiones cerradas del mundo, es decir, sistemas de pensamiento que tienen explicación para todo. Precisamente por ser visiones cerradas del mundo son necesariamente falsas.
También hay autores que consideran a la ciencia como una ideología, denominándola ‘cientismo’. Ahora bien, según los puntos que hemos tratado, la ciencia está alejada de sostener una visión cerrada del mundo, antes bien sostiene lo contrario. Y, desde luego, nunca ha reclamado poseer ninguna verdad absoluta.
Cierto es que en el ámbito científico ha habido postulados que pueden ser considerados como ideologías, como por ejemplo el darwinismo social, aunque este no puede ser considerado parte de la ciencia.
Y también es cierto que la ciencia no se libra del pensamiento dualista que puede observarse en numerosas ocasiones a lo largo de su historia. Pensemos, por ejemplo, en las antinomias energía y materia, tiempo y espacio, partícula y onda, big bang y big crunch, etc., en física. O en biología las antítesis genética o medio ambiente, o evolución continua o discreta. O en política la división entre derechas e izquierdas, progresistas y conservadores.
Podríamos prolongar esta lista en todas las demás disciplinas, sean mitología, religión o filosofía, para concluir que el pensamiento dualista es ubicuo y que nos hace sospechar, como ya he expresado en otra ocasión, que podría ser una categoría más de nuestra mente, una especie de anteojos con los que observamos el mundo que nos rodea.
Términos antitéticos
Que nuestro lenguaje está lleno de términos antitéticos es un hecho. El filólogo alemán Karl Abel publicó en 1885 en Leipzig un libro titulado “Sprachwissenschaftliche Abhandlungen” (Tratados de lingüística), obra que fue citada por Sigmund Freud en su ensayo “El doble sentido antitético de las palabras primitivas”.
El capítulo octavo de esa obra de Karl Abel lo tituló: Sobre el sentido opuesto de las palabras originarias. En él habla del periodo en el que el ser humano empezó a formar sus conceptos, de los tiempos primitivos en los que se formó el lenguaje. Y las pruebas más antiguas del habla humana las encuentra en los jeroglíficos egipcios que se remontan hasta los 4.000 años a.C.
En este lenguaje egipcio encuentra un sinnúmero de palabras con dos significados antitéticos, como ‘oír’ y ‘estar sordo’, ‘separar’ y ‘unir’, ‘fuerte’ y ‘débil’, ‘mandar’ y ‘obedecer’, etc. siendo expresados estos conceptos contradictorios por un mismo sonido.
Para Abel, este hecho explica el devenir del concepto y el lenguaje en los tiempos primitivos. En el lenguaje posterior se emplearon dos sonidos distintos para los conceptos opuestos. Mientras más progresa un idioma, más desaparece también el sentido antitético de los sonidos. Y respecto a este hecho, nos dice que el nombre ‘luz’, por ejemplo, no tiene sentido sin su opuesto ‘oscuridad’ y viceversa.
Al final de su libro, Abel enumera toda una serie de palabras antitéticas, no sólo en el idioma egipcio antiguo, sino en el idioma indogermánico, origen de la mayoría de los lenguajes que utilizamos hoy en Europa y también en el idioma árabe.
Así, por ejemplo, en latín ‘altus’ tiene el significado de alto y bajo; en sánscrito ‘arat’ significa lejos y cerca; en alemán ‘Boden’ significa la parte más baja y la más alta de la casa; en latín ‘sacer’ significa sagrado y maldito; en griego ‘daimon’ se utiliza para ángeles y demonios; en inglés la palabra ‘without’ se podría traducir literalmente como ‘con-sin’, etc.
Ahora bien, ¿no es posible que este hecho nos esté indicando el nacimiento del pensamiento dualista cuando dividimos esas expresiones en dos con significado contrario? Según el criterio de Abel, la antítesis supone una de las primeras operaciones mentales del ser humano.
El origen del lenguaje y el pensamiento dualista
Sobre el origen del lenguaje existen muchas teorías. Pero una de las más plausibles nos dice que procede de la comunicación por gestos. Se ha comprobado asimismo que el lenguaje americano por signos utiliza las mismas regiones cerebrales que el lenguaje hablado, lo que habla a favor de esa hipótesis.
La expresión por signos estaba ligada presumiblemente al sistema emocional del cerebro, al sistema límbico. Y sabemos que en el funcionamiento del sistema límbico no existen las antinomias, es más, en los ensueños, por ejemplo, en los que el inconsciente está activo, los términos antitéticos no crean ningún problema y pueden darse conjuntamente.
Es, pues, de suponer que el pensamiento dualista, lógico-analítico, humano está ligado al funcionamiento de determinadas regiones de la corteza cerebral y que su surgimiento es relativamente tardío en el desarrollo de la mente de los homínidos.
¿Cuál sería la ventaja evolutiva de un pensamiento de estas características? En primer lugar, sabemos que el cerebro no está interesado en términos absolutos, sino relativos. En la visión, la cantidad de luz no es interesante, sino los contrastes. Y en todo el sistema nervioso lo que se registra son comparaciones, basadas en un mecanismo que llamamos inhibición lateral, que es el que crea esos contrastes, mecanismo presente no sólo en todos los órganos de los sentidos, incluida la piel, sino también en todo el Sistema Nervioso Central.
No sería, pues, extraño que el pensamiento estuviese basado también en el mismo principio de contraste que se refleja en el pensamiento dualista. ¿Qué mayor contraste para un concepto que su antítesis?
En segundo lugar, la lógica está basada también en términos contrapuestos. Por tanto, es de suponer que las estructuras que sostienen nuestra capacidad lógico-analítica, con la que analizamos el mundo, son las mismas que albergan ese ‘operador binario’ que el ya fallecido psiquiatra de Pensilvania Eugene D’Aquili sostuvo es un operador importante para las experiencias religiosas, estéticas y, especialmente, para la formación de mitos.
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