ALTRUISMO Y COOPERACION Y VICEVERSA
Aunque los telediarios puedan hacernos pensar lo contrario, los seres
humanos somos una especie eminentemente cooperativa. La prosperidad que
disfrutamos se deriva de la constante ayuda mutua, generosidad y
cooperación de nuestros antepasados y contemporáneos. Por supuesto que
hay conflictos, oportunistas y gorrones pero, en general, los humanos
somos unos cooperadores natos.
Sin embargo, todavía no entendamos del todo los mecanismos que hacen
que los comportamientos prosociales estén tan extendidos y que nuestra
existencia cotidiana no sea una guerra continua de todos contra todos.
Anxo nos ha hablado en varias ocasiones sobre el tema, en especial en
dos estupendas entradas sobre los trabajos de Hamilton y Axelrod (esta y esta),
en las que explicaba los mecanismos propuestos por estos dos titanes:
Las interacciones repetidas (me porto bien contigo porque sé que nos
volveremos a encontrar) y la selección de parentesco (me porto bien
contigo porque compartimos ADN y quiero que nuestros genes se
propaguen). Otra posibilidad
es que la presencia de amenazas externas ayuda a generar una mayor
cohesión interna (me porto bien contigo porque bastante tenemos con
defendernos de los de fuera).
Otro posible mecanismo para sostener la prosocialidad es el castigo a
terceros. Este es un comportamiento costoso que consiste en sancionar a
quienes han violado una norma social, pero no en una interacción
directa con nosotros, sino con alguien distinto. El castigo a terceros
es por tanto altruista, porque implica gastar recursos o tiempo en
alterar el resultado de una interacción de la que no somos (o fuimos)
parte. Este comportamiento ha sido propuesto por algunos autores (como
los célebres economistas Simon Bowles, Ernst Fehr o Herbert Gintis),
como una explicación de la prevalencia de la prosocialidad en
comunidades humanas de cierto tamaño, en las que es relativamente
improbable que dos personas que interactúen tengan algún lazo de
parentesco o se encuentren de nuevo. Si la probabilidad de que alguien
te castigue cuando explotas a un tercero es suficientemente alta, te lo
pensarás dos veces.
No es este el lugar para discutir cuál de estas explicaciones tiene
más poder. Probablemente, todas operan a la vez. Si les interesa el
asunto, les refiero a un ameno libro de divulgación escrito por Marta Iglesias y Enrique Turiégano, que además son mis coautores en un artículo que publicamos en Scientific Reports sobre este tema y del que sí me gustaría hablarles hoy.
El punto de partida del trabajo es que, si el castigo a terceros es
una forma de prosocialidad, entonces deberíamos esperar que las personas
propensas a ejercerlo se comporten prosocialmente en otros contextos.
Por ejemplo, deberían ser también propensas a cooperar en dilemas
sociales como el dilema del prisionero. Asimismo, deberíamos esperar que
las características biológicas que afectan a la cooperación en este
dilema también afecten a la predisposición a castigar a quienes se
comportan de forma oportunista con otras personas. En particular, nos
fijamos en el género. ¿Por qué? Pues porque existe abundante literatura
que demuestra que los hombres ejercen el castigo a terceros con mayor
frecuencia que las mujeres. Otras variables fisiológicas que estudiamos
tienen relación con la exposición a la testosterona en momentos claves
del desarrollo (como les expliqué aquí),
y que se han demostrado que tienen efectos distintos sobre la
cooperación según el género. Esperaríamos que su efecto sobre el castigo
a terceros también se manifestara de manera diferencial entre hombres y
mujeres.
El experimento que realizamos era muy sencillo. En una primera fase
hacíamos que las personas jugaran un dilema del prisionero contra otro
participante anónimo. Sin revelarles el resultado de esta interacción,
les hacíamos una segunda pregunta: Dos futuros participantes van a jugar
el mismo juego que acabas de jugar. Supongamos que uno/a de ellos
declara que espera que su oponente coopere pero el/ella no va a
cooperar. ¿Estás dispuesto a pagar un coste para reducir las ganancias
de ese/a participante suceda lo que suceda en esa interacción? Este
diseño nos permitía por tanto relacionar la decisión de castigar a
terceros con la decisión de cooperar en una interacción directa. Si el
castigo altruista es una forma de prosocialidad, deberíamos esperar una
correlación significativa entre ambos comportamientos.
Antes de describirles los resultados, quisiera puntualizar que el
estudio era incentivado y que se llevó a cabo con casi 840 personas, el
60% mujeres. Se trata por tanto del estudio sobre castigo a terceros con
el tamaño muestral más elevado del que tenemos noticia.
Para nuestra tranquilidad, replicamos resultados anteriores: ninguna
diferencia significativa de género en las tasas de cooperación en el
dilema del prisionero, pero una diferencia significativa en el castigo a
terceros: El 20% de las mujeres y el 28% de los hombres decidieron
pagar de su bolsillo para castigar el comportamiento oportunista de
futuros participantes. Ninguna de las otras variables biológicas que
estudiamos parece tener alguna relevancia. El resultado principal lo
resumimos en el siguiente gráfico, en el que representamos la frecuencia
de cada posible comportamiento según el género y la decisión en el
dilema del prisionero.
Aunque las tasas de cooperación entre hombres y mujeres son muy
similares, la proporción de cooperadores mujeres que deciden no castigar
a terceros oportunistas (el rectángulo naranja claro) es
significativamente inferior a la de los cooperadores hombres (un 18%
frente a un 28% del total de mujeres y hombres, respectivamente). Y no
solo eso: La proporción de “castigadoras” entre las mujeres cooperadoras
no es diferente que entre las mujeres que no cooperan. Sin embargo,
entre hombres, la tendencia a castigar es diferente según el
comportamiento en el dilema del prisionero.
A un nivel evidente, este resultado sugiere que las motivaciones de
hombres y mujeres para ejercer el castigo altruista son diferentes. Aquí
toca especular. Esta diferencia podría deberse a que los hombres
tienden a aplicar las normas sociales de forma más inflexible mientras
que las mujeres tienden a prestar más atención al contexto. Otra
posibilidad es que el castigo a terceros puede otorgar ganancias de
estatus que podrían resultar más atractivas a los hombres de cara a su
éxito en el mercado matrimonial. Harían falta más estudios para
entenderlo.
Pero si profundizamos, esta diferencia que observamos hace dudar
sobre el papel del castigo a terceros como sostén de la cooperación
generalizada en las sociedades humanas. Los hombres ejercen el castigo a
terceros de forma más intensa y con una motivación más orientada a
sancionar a los que se desvían que las mujeres. Cabe preguntarse por
tanto por la efectividad de un mecanismo para sostener la prosocialidad
que parece que solo la mitad de la población aplica con ese fin. Cabe
preguntarse también si el castigo a terceros, más que una forma de
mantener la cooperación en una comunidad, es en realidad una forma de
explotación. Y, desde luego, no hay que olvidar que nuestros
participantes viven en una sociedad occidental desarrollada y la cultura
seguro afecta a nuestras motivaciones. Como siempre, responder una
pregunta nos abre otras nuevas.
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