La ciudadanía reclama un nuevo contrato social a las empresas: el beneficio no lo es todo
El manifiesto de 180 empresas estadounidenses comprometiéndose a respetar el medio ambiente responde a un creciente descontento
Existen dos tipos de capitalismo:
el que crea valor para la sociedad y el que lo expolia.
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Durante las
últimas décadas, millones de personas han visto que tienen trabajo, pero
resulta insuficiente para llevar una vida digna;
que el ascensor social se ha ralentizado; que la inequidad es inmensa;
que la codicia parece el verbo más conjugado por las finanzas y que la
crisis climática podría dejar un futuro a sus hijos y nietos abrasado de
cenizas. Si la promesa de un mañana mejor, de una vida mejor, que ha
sido la base del capitalismo, se desvanece, el pensamiento del hombre
entra en un círculo vicioso. ¿Por qué sacrificarme? ¿Por dónde seguir? Elizabeth Warren, la senadora demócrata que quiere llegar a la Casa Blanca,
resume esa angustia: "La gente siente que el sistema está amañado
contra ellos. ¿Y sabe cuál es la parte más dolorosa? Tienen razón".
¿Dónde están las grandes empresas cuando esta pena en observación
atraviesa el planeta? Muchas jugando en su particular jardín de recreo.
"La codicia corporativa está gobernando este país. Y esa codicia está
destruyendo los sueños y las esperanzas de millones de estadounidenses",
criticaba Bernie Sanders, otro de los candidatos demócratas al despacho oval.
En un mundo (hasta ahora) de fronteras de escarcha, los problemas son
juegos de espejos entre las naciones y queda al descubierto ese relato
neoliberal de que la desregulación iba a traer prosperidad a todos. Solo
para algunos, los de siempre. En Estados Unidos, no por casualidad, al
tiempo que el peso de los sindicatos decaía, los beneficios
empresariales —según el semanario The Economist— pasaban de representar el 5% del PIB en 1989 al 8% actual.
Esos números proceden del dogma establecido en 1970 por el economista Milton Friedman.
El premio Nobel sostenía que como el consejero delegado es un
"empleado" de los accionistas debe defender sus intereses, dándoles los
mayores beneficios posibles. Esta idea, que hiere al igual que caminar
descalzo sobre vasos rotos, ha sido amplificada en las últimas décadas
por escuelas de negocios y directivos. El sistema métrico es el corto
plazo, el sentido diario de la firma es un gráfico de Bolsa y la
codicia, un casino global. Friedman respondía así en una entrevista:
"¿Hay alguna sociedad que usted conozca que no se guíe por la avaricia?
¿Cree que Rusia o China no se guían por la avaricia? ¿Qué es la codicia?
Desde luego, ninguno de nosotros es codicioso, solo lo es el otro. El
mundo se guía a través de individuos que persiguen intereses distintos".
Esta es la línea editorial que hoy sigue escribiendo el destino de
cientos de millones de seres humanos.
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Sin embargo, las grandes empresas, sobre todo estadounidenses, han
sentido que el cambio lo traen estos días la ira y el descontento, pues
la sociedad exige compañías que mejoren sus vidas. Hace unas semanas, la
Business Roundtable (BRT), uno de los principales lobbies
empresariales americano, que agrupa a 181 grandes organizaciones como
ExxonMobil, JPMorgan Chase, Apple o Walmart, lanzaba una nota (que no
firmaron, por cierto, Blackstone, General Electric o Alcoa) en la que
redefinía el "propósito de una empresa". Las ganancias del accionista
pasaban a ser un objetivo más y se hablaba de "proteger el medio
ambiente, fomentar la diversidad, la inclusión, la dignidad y el
respeto". El sentido, ahora, es "crear valor para todos los grupos de
interés". "Todo esto tendrá como resultado un capitalismo más sostenible
e incluyente", asegura María Luisa Martínez Gistau, directora de
responsabilidad social corporativa de CaixaBank. Aunque la BRT no
explica cómo conseguirá tan buenos propósitos.
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A pesar de todo, hay esperanza de que algo cambie en ceolandia.
"Es un signo alentador. Pero solo porque demuestra que los consejeros
delegados han entendido la advertencia: el péndulo amenaza con oscilar
en dirección contraria y están intentando controlar su velocidad",
reflexiona Jeremy Lent, quizá uno de los grandes pensadores de nuestra
era. Habrá que ver si la sociedad se cree la preocupación verde de una
petrolera como Exxon o de JPMorgan Chase,
un banco que se ha convertido —según BankTrack, una red de ONG que
vigila el comportamiento financiero— en uno de los mayores financiadores
de los combustibles fósiles del mundo, al destinar entre 2016 y 2018
más de 196.000 millones de dólares. "Porque la verdad es que el lobby
no se compromete a nada extraordinario, sino a lo que debería ser el
comportamiento básico de una empresa", critica Carlos Martín, director
del Gabinete Económico de CC OO. Y añade: "Los miembros de la BRT tienen
tres características: son codiciosos, quieren detentar el poder y son
muy listos. Han visto lo que se puede avecinar con Sanders y Warren en
la izquierda del Partido Demócrata y han reaccionado". Y las encuestas
les revelan que es un buen negocio cambiar la forma en la que hacen
negocios.
Confianza social
Puede ser, porque las corporaciones han arrastrado la confianza social al borde del acantilado. Ahí está el escándalo de Volkswagen, el comportamiento de Facebook,
la deshonestidad de Wells Fargo o la actitud de Novartis. La
farmacéutica acaba de presentar un tratamiento genético (Zolgensma) que
podría salvar a niños con atrofia muscular espinal. Pero el precio
—acorde con The New York Times— es de 2,1 millones de dólares
por paciente. Se cree que es el medicamento más caro de la historia. Ni
siquiera los gastos de investigación pueden esconder la insensibilidad
de una firma que recibe ayudas públicas. ¿Estas son las empresas que
guiarán el siglo XXI? Esa línea de tiempo es un pavés teñido de rojo.
"El comunicado surge como una respuesta a lo vivido en las últimas
décadas. Los vicios del sistema económico han sido tales que los
problemas de reputación amenazan al propio valor de la compañía",
advierte Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros
Internacionales (AFI).
La sociedad occidental siente que la democracia del accionista
le ha fallado. Existen voces, claro, que hablan en otro registro y
critican algunos de esos "vicios". "Hay rendimientos decrecientes en
despedir a la gente una y otra vez", se queja en The Economist
Jeff Ubben, fundador de la firma activista ValueAct Capital. "No es la
estrategia correcta para el futuro". Pero esas voces son escasas y el
pasado es otro país. De hecho, al poco de lanzarse la nota de la
Business Roundtable, otra asociación, el Council of Institutional
Investors —la cual representa a muchas de las compañías que están en la
BRT y a algunos de los mayores fondos de pensiones de EE UU—, respondía
sin hacer prisioneros. "La rendición de cuentas a todos significa la
rendición de cuentas a nadie. Es el Gobierno, no las empresas, quien
debe asumir la responsabilidad de definir y abordar los objetivos
sociales con una conexión limitada o nula al valor del accionista a
largo plazo".
Las posturas están redactadas en piedra. Las compañías se escurren,
la declaración de la BRT no dejan de ser palabras sobre un papel, la
industria de la inversión se enroca en el corto plazo y cualquier
consejero sabe que sin beneficios será despedido. Entonces, ¿qué hacer
en un tiempo que exige redefinir el sentido de las empresas? "Desde mi
punto de vista" —avanza Jeremy Lent—, "las transformaciones que necesita
nuestra sociedad solo llegarán cuando los Gobiernos fuercen a las
compañías a que en sus estatutos figuren obligatoriamente los principios
sociales, medioambientales y financieros". Esta "afrenta" al canon, que
también defiende Elizabeth Warren, tiene su respuesta desde las páginas
conservadoras de la economía. "Las empresas no pueden —y no deben—
asumir responsabilidades sociales que son propias del Estado, como
educación, apoyo al bienestar o la protección del medio ambiente.
Además, la práctica demuestra que las compañías son las instituciones
equivocadas para proporcionar atención médica y respaldar las
pensiones", narra Martin Wolf, escritor y columnista del Financial Times.
Aquí la realidad choca contra ese Lego de cristal que es la naturaleza humana. "Propósito es el sabor del mes", ironiza en The Economist Stephen
Bainbridge, profesor en la Universidad de California en Los Ángeles
(UCLA). Y se pregunta: "¿Pero de verdad las compañías van a dar un tajo
del 10% a sus accionistas por el bien de los grupos de interés?". Y
cuando la empresa decida que obtener ganancias ya no es su objetivo
principal, ¿ante quién será responsable? ¿Ante los activistas? ¿Ante los
políticos? Cuestiones sin resolver, pero que revelan las dudas de un
mundo en tránsito hacia otro tipo de sociedad.
Quizá ese gozne de tiempo esconda una tercera vía. Los activos gestionados bajo criterios medioambientales,
sociales y de gobernanza (ESG, según sus siglas inglés) en Europa,
Canadá, Japón, EE UU, Australia y Nueva Zelanda crecieron de 22,9 a 30,7
billones de dólares entre 2016 y el año pasado. "Si los directivos
continúan actuando en nombre de los accionistas pero son conscientes de
que les preocupan los temas sociales, por ejemplo el medio ambiente, lo
mismo que los beneficios, esto mejorará las cosas", admite Oliver Hart,
premio Nobel de Economía de 2016. "Si por el contrario, los gestores
dirigen las empresas en función de sus propios puntos de vista sobre
cuestiones sociales o la importancia de los grupos de interés, podría
ser un paso en la dirección equivocada".
Otra opción sería crear una estructura que vigilara y obligase (la
autorregulación nunca ha funcionado) a los directivos a hacer algo más
que sobrealimentar los beneficios del accionista. En la última década,
unas 3.000 empresas tienen la calificación B corporations. Eso significa
que su comportamiento ético, social y medioambiental ha sido certificado por B-Lab,
una organización no gubernamental estadounidense. "La declaración de la
BRT es una muestra de que la cultura empresarial ha cambiado. Pero
ahora es tiempo de la acción colectiva a través de la comunidad
empresarial y los políticos para trabajar juntos y superar la primacía
del accionista", sostiene Andrew Kassoy, cofundador de B-Lab. El
problema es que pocas grandes empresas suscriben este protocolo y la
mayoría son marcas de consumo.
Pese a los innumerables pecados de muchas corporaciones, llegan
cambios. El pasado 25 de agosto, una treintena de grandes compañías
(Apple, Amazon, Unilever) dieron el sorprendente paso de publicar una
página en el dominical de The New York Times comprometiéndose a situar al planeta por delante de los beneficios.
"Es un cambio que viene para quedarse y acude de muchas formas: la
principal es que se está replanteando el contrato de las empresas con la
sociedad", analiza Antoni Ballabriga, director global de Negocio
Responsable de BBVA. Y avanza: "Las empresas tenemos que mojarnos más y
ver dónde podemos aportar mayores capacidades y generar cambios
sistémicos; hay que pasar de las declaraciones a la acción".
El ejecutivo conoce el precio de decepcionar. El caso Villarejo ha
tenido un impacto reputacional en la entidad. "El banco azul se enfrenta
a la necesidad de un cambio radical en su política de generación de
beneficios y, sobre todo, a un lavado de imagen para paliar los
perjudiciales efectos de su imputación", explica Miguel Momobela,
analista del bróker XTB. La colisión entre la ética y los beneficios
quizá sea lo que necesita el mundo. Que estalle la chispa, que prenda el
fuego; que escuchen. "Dar rentabilidad a los accionistas es condición
necesaria para tener éxito en los negocios en el siglo XXI, pero no
suficiente", indica el economista José Carlos Diez, quien recuerda que
"las empresas deben incorporar a su estrategia cumplir los Objetivos de
Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas y tiene que liderarlo el
presidente y su consejo de administración".
Encender la mecha
Pero en las finanzas —tal vez el sector con más casos de
comportamientos deshonestos— ese fuego no arderá. Ni siquiera los fondos
más activistas parecen dispuestos a encender la mecha. "Queremos
propiciar cambios en las compañías, no castigarlas por sus actividades",
defiende Matt Christensen, responsable de inversiones de la gestora AXA
Investment Managers. Es el pensamiento que enlaza las city del mundo.
En presente o en pasado. "Napoleón dijo que en 'política los males
deberían remediarse, no vengarse' y creo que lo mismo se debe aplicar a
los negocios", defiende, por correo electrónico, Harald Walkate,
director de ESG en Natixis Investment Managers. "Es algo con lo que han
estado luchando los gestores interesados en la inversión socialmente
responsable. Han tratado de identificar irregularidades o prácticas poco
éticas en las empresas y las han enfrentado, por ejemplo, a través de
desinversiones (exclusiones). Pero habitualmente no resulta fácil saber
el objetivo de estas acciones. ¿Influir en el comportamiento de la
empresa (remediar) o castigar a las compañías (venganza)?" Quizá, otro
verbo: presionar.
La Amazonia ha ardido
como forraje seco en una colada de acero y algunas gestoras, empresas y
fondos de pensiones han dejado de comprar bonos brasileños. Una
tragedia planetaria que Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, ha
manejado con ineptitud. ¿Castigo o presión? Responsabilidad. Fabio
Alperowitch, fundador del bróker Fama Investimentos de São Paulo, relata
que es su obligación como brasileño dar presencia al calentamiento
global, "un tema que aquí tiene poca importancia". De hecho, su firma no
invierte en compañías que hacen negocios con el Amazonas ni tampoco en
las que están "relacionadas con agresiones medioambientales". Tal vez
sea uno de los pocos casos en los que la palabra "frontera" contiene una
acepción hermosa.
Lejos de esas selvas que hoy recuerdan la tristeza de un sicomoro,
algunas de las mayores gestoras de fondos del planeta, como BlackRock,
que maneja seis billones de dólares, quiere que los inversores y las
empresas entiendan un mundo distinto. Su presidente, Larry Fink, ha
insistido en que el propósito de una compañía debe ir más allá de las
ganancias de sus accionistas. Un viento joven se cuela a través de las
ramas del sicomoro. Los millennials —que ya son el 35% de los
trabajadores— no quieren emplearse en empresas donde la hambruna ética
sea su razón social. La edad promueve el cambio. Un trabajo de la
consultora Gallup reveló que menos de la mitad de los jóvenes
estadounidenses apoyan el capitalismo. Y "en general prefieren trabajar
en firmas con un fuerte compromiso social", dice Jason Dorsey,
investigador de The Center for Generational Kinetics. Aunque también
viven contradicciones. "Entre dos productos o servicios iguales, si el
precio del comprometido cuesta un 10% o más frente al que tiene menor
responsabilidad escogerán el más barato", aclara el analista.
La sociedad empieza a entender que las empresas son ellos; las
personas, no los ordenadores, no los robots; no la tecnología. El año
pasado, los empleados de Google forzaron a la compañía a que dejara de proveer al Pentágono de un sistema de inteligencia artificial
que utilizaba en los ataques con drones. Y también vetaron un contrato
de 10.000 millones de dólares destinado a trasladar grandes cantidades
de datos del Departamento de Defensa a un sistema de almacenamiento en
la nube. Mientras, los trabajadores de Amazon vigilan la relación de
Jeff Bezos con las petroleras. Otra vez la frontera, otra vez el cambio.
"Las empresas se han dado cuenta de que existe un movimiento de la
sociedad civil y se han alineado con él, tengo mis dudas de si lo han
hecho con sinceridad o como estrategia de marca. Porque algunas veces no
cuela: si eres una petrolera y ahora te preocupa el bienestar
ambiental...", valora Federico Steinberg, investigador principal del
Real Instituto Elcano.
Pero es ahí, en la crisis climática, donde parece que las
corporaciones están dando más de lo que se esperaba. Unas 25 grandes
compañías —analiza The Economist— incluidas cuatro gigantes tecnológicos
se han opuesto públicamente a la retirada de EE UU del Acuerdo de
París. Globalmente, 232 empresas cuya capitalización supera los seis
billones de dólares, se han comprometido a recortar sus emisiones de
carbono en línea con el objetivo de limitar el calentamiento global a
menos de dos grados. Sin duda, si este problema fuera un estilo
pictórico sería el tenebrismo de Caravaggio. Porque el hombre puede
sobrevivir a la peste, las guerras, las hambrunas, las crisis
económicas, pero no a la pérdida de la tierra fértil o a un clima
habitable. Sostiene Jeremy Lent que necesitamos una "civilización
ecológica", es la única forma de evitar el "desastre".
Cambios sociales
Resulta imposible explicar cómo hemos llegado hasta aquí sin algunas
de las peores características del ser humano, sin la obsesión del
materialismo y sin la tiranía del crecimiento de los beneficios. Un
credo importado del pensamiento económico anglosajón y repetido en los
pupitres de esa fábrica de directivos y líderes que se supone son las
escuelas de negocios. "Instituciones que tienden a enseñar que la
maximización de las ganancias del accionista es el único valor que
importa", critica Martin Parker, profesor de economía inclusiva de la
Universidad de Bristol (Reino Unido) y autor del libro Cerremos las
escuelas de negocio. ¿Un título injusto? "Creo que quienes han tenido la
culpa son más algunas escuelas de economía que las de negocio",
justifica Antonio Argandoña, profesor del IESE.
El relato llega al principio. Se escucha la voz de 181 corporaciones
estadounidenses que se comprometen a cambiar. La sociedad civil, los
reguladores y algunos políticos hablan claro: deben implicarse más en un
mundo con enormes desafíos. La crisis climática, la desigualdad, las
pensiones, la automatización del trabajo, las consecuencias éticas de la
inteligencia artificial. Hay esperanza. "La conversación está
cambiando, y esto es bueno", apunta Ramón Pueyo, responsable de
sostenibilidad de KPMG. Hay desaliento. "Si buscas grandes cambios
sociales, no creo que estén en los líderes de las corporaciones. No van a
llegar de ahí. Las empresas tienen que dar beneficios. Si no lo hacen,
no existen y no pueden servir a ningún tipo de propósito. Es lo que
Milton Friedman trataba de decir", comenta en The New York Times
Andrew Ross Sorkin, columnista y uno de los creadores de la serie
Billions. Quizá las ganancias sean fundamentales pero sin transmitir un
propósito social será más difícil lograrlas. Un planeta, sobre todo
joven, quiere otras corporaciones. O escuchan o muchas pronto serán el
imaginario paisaje de un recuerdo.
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https://elpais.com/economia/2019/09/12/actualidad/1568300463_364950.html?fbclid=IwAR2Qrn-pEdh2rkb8hGS8dqQ6a-OrsiYu7PfK7TDYro8grFVYpOywdtXw8vk
Las grandes compañías de EE UU prometen ahora dejar de servir solo al accionista
La Business Roundtable, que reúne a 200 de las mayores empresas, publica un texto que coloca a los propietarios al mismo nivel que los trabajadores, clientes, proveedores y comunidades
Washington
Los líderes de algunas de las mayores compañías estadounidenses
han roto, al menos de palabra, con el sacrosanto principio de que la
toma de decisiones en la empresa debe estar guiada por la obtención del
máximo beneficio para los accionistas. La Business Roundtable,
una gran organización empresarial con dos centenares de miembros, que
incluye desde JP Morgan hasta Apple, pasando por General Motors, ha
publicado este lunes un comunicado en el que redefine el “propósito de
una compañía”. Ahora el accionista es solo uno más de las cinco partes
interesadas que deben guiar las decisiones, junto con los trabajadores,
los clientes, los proveedores y las comunidades. El abandono del credo
de la primacía del accionista, que ha guiado el capitalismo
estadounidense durante décadas, supone un importante cambio filosófico
en una asociación que constituye una de las más poderosas voces del
mundo empresarial en la política de Estados Unidos.
“Cada una de las partes interesadas es esencial”, dice el
comunicado. “Nos comprometemos a crear valor para todos ellos, por el
éxito futuro de nuestras compañías, nuestras comunidades y nuestro
país”.
No detalla el documento un plan concreto para lograr la
transformación. Pero sí promete compensar a los trabajadores de manera
justa y proporcionar beneficios y formación, así como “proteger el medio
ambiente con prácticas sostenibles” y “fomentar la diversidad, la
inclusión, la dignidad y el respeto”. “Estados Unidos merece una
economía que permita a cada persona tener éxito por medio del trabajo
duro y la creatividad, y llevar una vida con dignidad”, añade.
El giro se produce en un momento en que las desigualdades
salariales y la crisis climática, entre otros factores, han elevado el
escrutinio hacia las grandes compañías, por parte de los poderes
públicos y de los ciudadanos. La movilización de votantes para elevar el
salario mínimo, la presión global para reducir emisiones contaminantes,
el debate entre los demócratas sobre cómo reestructurar el capitalismo o
las investigaciones en Washington sobre la posible extralimitación de las grandes tecnológicas, son algunos ejemplos de ese estado de ánimo al que responde el comunicado de los empresarios.
La Business Roundtable, cuya misión principal es el lobby,
publica periódicamente principios de gobernanza sobre cómo debe
llevarse una compañía. Según el comunicado de este lunes, cada una de
las versiones de esos principios en los últimos 20 años ha establecido,
en línea con lo que planteó el economista estadounidense y premio Nobel
Milton Friedman, que “las corporaciones existen principalmente para
servir a los accionistas”. “Ha quedado claro que este lenguaje sobre el
propósito de las compañías no describe con precisión las maneras en las
que nosotros y los demás consejeros delegados nos esforzamos cada día
por crear valor para todas las partes con intereses en nuestras
empresas”, admite el nuevo comunicado.
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