El PIB es un instrumento de medición de la prosperidad desfasado. Y por eso Nueva Zelanda va a abandonarlo
Según el Fondo Monetario Internacional, la economía de Nueva Zelanda va viento en popa, con un crecimiento del 2.5% de su PIB previsto para este 2019 y 2.9% en 2020.
Personas detrás de las cifras: pero para su actual primera ministra, Jacinda Arden, no son cifras de las que congratularse. Como ha comentado a prensa el ministro de economía, Grant Robertson la properidad macroeconómica no va acompañada de una mejora material para su población. El país también está en uno de los momentos de menor crecimiento de propietarios de vivienda, los índices de sinhoragismo y suicidio no paran de crecer y cada vez más gente necesita asistencia sociales.
Fin al PIB: a partir de este próximo 30 de mayo, el país medirá su prosperidad a un nuevo índice, el del “bienestar de la ciudadanía”, que condicionará la elaboración de los presupuestos. Una herramienta que medirá, según han dicho, varias variables. A saber: pobreza general e infantil, violencia doméstica, salud mental, identidad cultural, medio ambiente, vivienda, vínculos sociales e incluso la rehabilitación de los presos maoríes.
Por ejemplo, y frente al tradicional desarrollo de infraestructuras, considerarán también el tejido social. “Hacer un nuevo amigo puede tener el doble de importancia que la capacidad del ciudadano de ir al departamento de emergencias".
Son los primeros: pero no los únicos. Es conocido el experimento de Bután, ese reino del Himalaya que, desde 2008, mide el bienestar de su pequeña población con un Índice Nacional de Felicidad (salud mental, estándares de vida, vitalidad de la comunidad, etc), aunque sus cifras no han sido demasiado positivas. También Reino Unido cuantifica su índice de prosperidad basado en el que creó la OCDE, aunque es sólo consultivo y sus resultados no tienen repercusión en la elaboración de los presupuestos. Es decir, Nueva Zelanda es el primer país como tal que se toma esta misión en serio.
La tiranía del PIB: un término cada vez más común en las cumbres económicas y entre los expertos que señala el malestar de que esta sea la cifra que condiciona toda la economía mundial desde hace 70 años, una premisa de crecimiento económico bruto que no se traslada a la realidad de la vida de la gente. El libro que mejor lo expresó fue El delirio del crecimiento del periodista británico David Pilling, mayor apóstol de la causa antiPIB.
¿Existen ejemplos de su ineficacia? Por poner dos, en 2015 Irlanda hizo crecer su PIB en un 26% en un solo año, pero eso se debió a las exenciones de impuestos a grandes corporaciones y su famoso “Sándwich holandés doble irlandés”, que no mejoró en absoluto la vida de los irlandeses, como recuerda la OCDE. Estados Unidos lleva una década de prosperidad económica envidiable, pero los salarios de la mayoría de la población no han crecido, su contaminación ambiental es peor, no han visto aumentar la esperanza de vida y sus índices de salud mental han empeorado.
Cuestión de importancia: el problema del PIB es que, en casi todos los países, tiende a ser un medidor parejo al desarrollo social, pero crea desviaciones. Al implantar estos otros valores algunos economistas creen que ayudaría a aumentar la importancia política de las mismas. Por ejemplo, si Estados Unidos implantase su índice de prosperidad, sería más fácil que los políticos ejecutaran propuestas para aumentar la esperanza de vida de sus ciudadanos, que considerarían "inversión" en vez de "gasto" sanitario.
Sin duda, muchos mirarán el experimento de Nueva Zelanda, ese territorio de cinco millones de individuos, con mucha atención.
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