Capitalismo de plataformas
Capitalismo
de plataformas de Nick Srnicek (2018) es un ensayo que, como indica su
título, estudia la articulación entre el sistema capitalista y los
nuevos agentes que intervienen en él: las plataformas. El libro se
divide en tres capítulos (más un apartado con una entrevista al autor)
en los que se presenta una propuesta alternativa a través de la historia
económica del capitalismo y la tecnología digital, un espacio de
vacancia respecto de las investigaciones de referencia y la diversidad
de formas económicas, y las tensiones competitivas inherentes a la
economía contemporánea.
- https://www.researchgate.net/publication/334240358_Capitalismo_de_plataformas?fbclid=IwAR0jN8rZGDMqG-cABwQOGPW_mHyKWu6i9L0RwgzzO4tOwYw-lRlXTOh-gGY
Un
reiterado mantra nos advierte sobre la profunda transformación de
nuestras vidas motorizada por la economía digital. Junto con él, un
repertorio de expresiones prolifera con la intención de capturar el
sentido de estas mutaciones. Economía compartida, economía de la
vigilancia, economía app, economía inmaterial, cuarta revolución
industrial, son algunos de los tantos términos que intentan mistificar
las virtudes o señalar los peligros del nuevo paisaje tecnológico.
Distanciándose de esta retórica metonímica para el diagnóstico del
presente, este ensayo de inspiración marxista hace foco en la materia
prima en torno a la que orbita el capitalismo del siglo XXI –los datos–,
y en su aparato de extracción más eficiente: las plataformas.
La tesis de este libro es que el capitalismo se volcó hacia los datos para recobrar vitalidad tras las prolongadas crisis de sobrecapacidad que acechan la producción fordista de bienes y su régimen de empleo desde la década de 1970. El propósito de este ensayo es entonces situar el modelo de acumulación que encarnan Google y Facebook, Apple y Microsoft, Siemens y General Electric, Uber y AirBnb, en el contexto de una historia más amplia, para demostrar que datos y plataformas realizan una serie de funciones capitalistas claves, entre las que se destaca su capacidad para impulsar la deslocalización y la precarización de la fuerza de trabajo.
Coautor del Manifiesto Aceleracionista, Srnicek nos presenta aquí una precisa taxonomía de estas sofisticadas máquinas de producción de ganancia, que le están dando forma a una nueva infraestructura digital. Los efectos de esta hegemonía se propagan también al mundo offline sobre el que estos modelos de negocios proyectan su ethos: los gobiernos y las ciudades deben ser “inteligentes”, las empresas “disruptivas” y los trabajadores “flexibles”. La capacidad para interpretar las tendencias que regulan el comportamiento de estos agentes, y la eficacia para identificar incipientes zonas de conflicto entre trabajo y capital, hacen de este ensayo una herramienta valiosa para orientarnos en nuestra coyuntura.
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Srnicek tiene el objetivo de estudiar el surgimiento del capitalismo de plataformas desde el punto de vista de la historia económica del capitalismo y la tecnología digital, tratando de demostrar que la situación actual es un resultado de tendencias económicas profundas.
En este sentido, en el libro encontramos tres momentos históricos clave para entender el auge de las plataformas: la respuesta a la recesión de los años 1970; el boom y caída de las punto-com en la década de 1990; y la respuesta global a la crisis de 2008.
En primer lugar, Srnicek se detiene en la caída de los precios de la manufactura global, entrados los años ‘70, a causa de la sobrecapacidad y la sobreproducción. La competencia internacional venía socavando la rentabilidad de las ramas industriales estadounidenses, lo que presionó a que la potencia norteamericana decidiera dejar atrás el fordismo, dando paso al toyotismo; y a que redujera personal y atacara el poder de los sindicatos, en orden de reducir los costos fijos y poder competir.
Estancada la industria, a mediados de los ‘90, el capital financiero apostó a las telecomunicaciones: las empresas para comercializar internet florecieron y recibieron miles de millones de dólares en inversiones. Ello se reflejó en un fenomenal crecimiento del capital fijo para este sector: se instalaron millones de kilómetros de fibra óptica y cables submarinos, se hicieron grandes avances en software y diseño de red, y se realizaron fuertes inversiones en servidores y bases de datos. Lo que dejó este boom –a pesar de su posterior caída– fue “la instalación de un base de infraestructura para la economía digital” [1].
Por último, lo que Srnicek subraya para su análisis de la crisis del 2008 es la abrupta baja de las tasas de interés en los bancos centrales más importantes. El autor halla en este cambio una de las condiciones habilitantes para la actual economía digital. Las bajas tasas redujeron la rentabilidad de una amplia esfera de activos financieros; el resultado es que los inversores, en orden de conseguir réditos más elevados, han tenido que dirigirse hacia activos cada vez más riesgosos, “invirtiendo, por ejemplo, en compañías de tecnologías no rentables y que todavía no han sido puestas a prueba” [2]. Se trata de las famosas startups tecnológicas.
Un último elemento es que, luego de la crisis de 2008, el desempleo se disparó. Ello aumentó a su vez las presiones para que la población empleada resigne condiciones. En este contexto, muchos y muchas han tenido que aceptar cualquier trabajo que estuviera disponible, por más precario que fuera: de allí se explica, en parte, la expansión de las plataformas que ofrecen trabajos ultra-precarizados y sin ningún tipo de derecho laboral, como Uber o Rappi.
Sobre estas causas es que, según la postura del autor, se puede comprender el panorama actual, en el que frente a la larga crisis de las ramas industriales, el capitalismo está respondiendo con un vuelco hacia los datos, ya que lo considera un sector que promete cierto crecimiento económico y vitalidad.
El joven economista define a las plataformas como “infraestructuras digitales que permiten que dos o más grupos interactúen” [3]. Se trata de un nuevo modelo de negocios que ha devenido en un nuevo y poderoso tipo de compañía, el cual se enfoca en la extracción y uso de un tipo particular de materia prima: los datos. Las actividades de los usuarios son la fuente natural de esa materia prima, la cual, al igual que el petróleo, es un recurso que se extrae, se refina y se usa de distintas maneras.
Un segundo elemento es que las plataformas dependen de los “efectos de red”: mientras más usuarios tenga, más valiosa se vuelve una plataforma. En un ejemplo: mientras más personas googlean, más preciso se vuelve el algoritmo de Google y más útil nos resulta. Ello significa, para el autor, que hay una tendencia natural a la monopolización. Para garantizar estos efectos de red, las plataformas utilizan “subvenciones cruzadas” para captar usuarios, es decir, la prestación gratuita de algunos servicios se compensa con el cobro de otros: por ejemplo, Google contrabalancea la gratuidad de su servicio de Gmail con el dinero que genera por publicidad.
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Por último, el autor señala que, si bien suelen postularse como escenarios neutrales, como “cáscaras vacías” en donde se da la interacción, las plataformas en realidad controlan las reglas de juego: Uber, por ejemplo, prevé dónde va a estar la demanda y sube los precios para una determinada zona. Esta mano invisible del algoritmo contradice el discurso que suelen tener estas empresas, en el cual se definen eufemísticamente como parte de la “economía colaborativa” [4].
Luego de esa vasta definición, Srnicek propone algunas herramientas analíticas para pensar las diferencias entre las plataformas. En este sentido, postula cinco tipos de infraestructuras digitales: a) plataformas publicitarias (Google, Facebook), que extraen información de los usuarios, la procesan y luego usan esos datos para vender espacios de publicidad; b) plataformas de la nube (Amazon Web Services, Salesforce), que alquilan hardware y software a otras empresas; c) plataformas industriales (General Electric, Siemens), que producen el hardware y software necesarios para transformar la manufactura clásica en procesos conectados por internet, lo que baja los costos de producción; d) plataformas de productos (Spotify, Rolls Royce), que transforman un bien tradicional en un servicio y cobran una suscripción o un alquiler; e) plataformas austeras (Airbnb, Uber, Glovo, Rappi), que proveen un servicio sin ser dueñas del capital fijo.
El autor dedica un extenso apartado a este último tipo, que sin duda son un nuevo boom y con las que estamos más familiarizados. Las define como plataformas austeras porque prácticamente carecen de activos: Uber no tiene una flota de taxis, Airbnb no tiene departamentos y Rappi no tiene bicis. El único capital fijo relevante es su software. Por lo demás, operan a través de un “modelo hipertercerizado” y deslocalizado [5].
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Hacia el final del libro, el autor pone el eje en la competencia intracapitalista, preguntándose cuáles son las consecuencias más generales que las empresas digitales están generando para el capitalismo. El autor señala que, por los efectos de red, hay una tendencia natural hacia la monopolización inscripta en el ADN de estas empresas.
Esto deriva en un cambio en la forma de competir: ya no solo importa la relación costos-precios, sino que entra en juego la cantidad de datos que acopian las empresas y el tipo de análisis que hacen de ellos. Ello significa que hay algo así como una nueva carrera colonialista por descubrir terrenos vírgenes de donde extraer datos: quien más datos acumule, mejor posicionado estará [6].
Por otro lado, Srnicek identifica una tendencia de estas empresas hacia el cerramiento: buscan que los usuarios no salgan de sus aplicaciones, en orden de capturar sus datos y dañar a la competencia; de allí se explica, por ejemplo, que Uber esté invirtiendo para desprenderse de Google Maps. “Si este análisis es correcto, entonces la competencia capitalista está haciendo que Internet se fragmente” [7].
Economía colaborativa
Nick Srnicek (1982) es un escritor y académico canadiense que alcanzó
cierta fama en 2013 con la publicación, junto a su compañero Alex
Williams, del Manifiesto por una Política Aceleracionista.
Esta filosofía política, herética con la realidad establecida como
sentido común de época, especialmente desde los inicios del proceso
neoliberal, entiende aquello que Karl Marx llamó base material como una
plataforma para la emancipación. Dado el progreso actual del desarrollo
tecnológico, entiende que basta con una buena dosis de voluntad política
para invertir los recursos del Estado en crear plataformas públicas,
“propiedad del pueblo y para el pueblo”, que liberen de manera
progresiva a la sociedad del trabajo. Siguiendo este razonamiento, el
modo de producción capitalista no podría hacer frente a las energías que
se han despertado en su interior, y existiría una posibilidad política
real para liberar las fuerzas productivas de sus ataduras a fin de
favorecer un verdadero cambio social. En este sentido, los
objetivos a medio plazo de los aceleracionistas son tres. En primer
lugar, y del mismo modo en que Friedrich Hayek, Milton Friedman o Bruno
Leoni operaron con la Mont Pèlerin Society, se necesita la
construcción de una infraestructura intelectual que trascienda los
límites a la imaginación política establecidos por el neoliberalismo o
la consiguiente cultura posmoderna. Más tarde, los medios de
comunicación debieran ser gestionados de manera popular creándose
discursos no manipulados, o diseñados para servir a los intereses de la
clase dominante, e implementarse para describir el estado actual de
cosas. En última instancia, el poder de la clase no privilegiada debe
recuperar aquella perspectiva internacionalista integrando “una serie
dispar de identidades proletarias fragmentadas, que a menudo se
manifiestan bajo formas post-fordistas de trabajo precario”.
Si bien existen algunos vacíos en su planificación hacia una utopía post-capitalista, es decir, cómo las instituciones estatales pueden comenzar a ofrecer servicios públicos en lugar de privatizarlos aún más, así como esta teoría no deja claro si la tecnología per se no es política, sino solamente las manos que la usan, establece un horizonte para pensar alternativas al presente y ofrece valiosas herramientas para pensar en las luchas que están teniendo lugar en los inicios del siglo XXI. Concretamente, en el marco de la Bienal del pensamiento, Nick Srnicek fue invitado a participar en un simposio sobre soberanía tecnológica organizado por DECODE. En una intervención sobre movimientos y alternativas democráticas al capitalismo digital, adelantó algunas de sus investigaciones sobre el colonialismo digital y propuso un fondo colectivo de datos como alternativa a los principios extractivos que representan Google o Facebook.
A continuación conversamos con este académico a raíz de su libro, recién traducido al castellano, llamado Capitalismo de Plataformas (Caja Negra). Un ensayo que traza una sucinta e inteligente radiografía sobre las transformaciones en la estructura económica. Grosso modo, no nos encontramos ante aquellos antiguos modelos corporativos bajo los cuales unas cuantas grandes empresas compiten entre ellas en busca de la fidelidad de los clientes, en parte a través de estrategias como la publicidad, para incrementar después su producción y riqueza. En su lugar, como explica Srnicek, unas cuantas corporaciones que se encuentran en Palo Alto han creado infraestructuras, en muchos casos asentadas en mostrar publicidad de manera más eficiente que cualquier otro soporte, pues se encuentran diseñada para capturar la atención de los usuarios, mientras estos “participan” con sus teléfonos inteligentes y generan uno de los recursos más valiosos en la economía digital, los datos. En poco tiempo, ello puede dar lugar a una dependencia absoluta de los gobiernos, empresas e individuos sobre los servicios de unas pocas empresas. Por eso, propone su autor, tal vez debamos contemplar la economía de manera distinta, es decir, como un predatorio sistema asentado sobre las rentas financieras.
Su libro se basa en el supuesto de que las plataformas tecnológicas y la historia del capitalismo son indisociables. ¿Podría explicar brevemente cuales son los tres acontecimientos que explican la creación de plataformas como Uber o Google?
Existe una practica habitual que tiende a explicar el auge de las plataformas como un fenómeno sui generis, como si no estuviera conectado con una historia más amplia, que es la del capitalismo. Creo que este es un punto de partida equivocado para tratar de entender el presente. De un lado, minimiza las tendencias que heredamos del pasado. De otro, ignora cómo las distintas crisis [en los procesos de acumulación de capital] han impulsado el surgimiento de este modelo de negocio en particular. Por ejemplo, las crisis que tuvieron lugar en la década de los setenta en buena parte de las economías capitalistas desarrolladas desembocaron en un nuevo ataque al trabajo y al modelo de empleo tradicional, presente en los tiempos de la posguerra. Es aquí donde hemos de colocar los orígenes del aumento del trabajo flexible, la subcontratación y el impulso general hacia la precarización que caracteriza a la moderna gig economy [más conocida en castellano como economía colaborativa]. Uber, lejos de haber emprendido un cambio radical en las relaciones laborales, es simplemente un resultado de todas esas tendencias anteriores.
Del mismo modo, en la década de los noventa, observamos que el colapso de las punto-com desembocó en que las compañías de internet abandonaran un modelo dirigido por la financiación de los inversores de capital de riesgo y abrazaran un modelo asentado en los ingresos procedentes de la publicidad. Esta caída obligó a las empresas a tener que monetizar rápidamente su actividad, convirtiendo a la publicidad en un modelo clave para plataformas como Google, que lo integraron en su modelo de negocio desde el principio. Por último, la crisis de 2008 condujo a intervenciones masivas de los bancos centrales y a la proliferación de dinero barato. La consecuencia ha sido una avalancha de capitales que buscan rendimientos cada vez más difíciles de encontrar. El aumento en la financiación de la tecnología es, en gran medida, un efecto secundario de esta respuesta a la crisis, ya que las empresas y los inversores han tratado de invertir el dinero en star-up tecnológicas.
Algunos de los datos que usted proporciona muestran que con el total
de Google es posible comprar Goldman Sachs y con la reserva de Apple,
Shell o Pfizer. Estas industrias, las viejas y las nuevas, ¿compiten o
coexisten?
Creo que cada vez más existe una división intra-capitalista entre las plataformas y las compañías que no siguen este modelo. La industria de los medios proporciona los primeros indicios de este suceso: que Facebook compita con las compañías mediáticas tradicionales, como el New York Times, o los recién llegados, como Buzzfeed, es un excelente ejemplo de las tensiones que surgirán. En estos casos, vemos que una plataforma domina la industria y obliga a las compañías que no lo son a convertirse en dependientes de ella. Creo que es muy probable que esto suceda también en otras industrias. En la agricultura, tenemos a Monsanto y John Deere tratando de construir plataformas; en cuanto a las manufactureras, GE y Siemens están levantando sus propias plataformas industriales; y así en muchos otros sectores. En todos estos casos, creo que es muy probable que las plataformas asuman un papel dominante, tal vez sobredimensionado, y que ejerzan ese poder para su propio beneficio. En la izquierda, debemos mantenernos alerta sobre estos conflictos intra-capitalistas.
En este sentido, el Big data no es simplemente el nuevo petróleo, sino también una infraestructura de la que el resto de la economía depende como medio para crear rentabilidad. ¿Cuáles son las implicaciones para la competencia de lo que usted llama “una tendencia natural de la plataformas hacia la creación de monopolios”?
Efectivamente, esta tendencia hacia el monopolio tiene grandes implicaciones. Una es que asistamos a la monopolización de las industrias que adoptan un modelo de plataforma. Como un monopolio natural —a diferencia de los monopolios artificiales, formados por las fusiones y adquisiciones— la dinámica misma de este modelo de negocios significa que la monopolización es intrínseca a su ADN. La segunda implicación que debemos tener en cuenta es que la respuesta tradicional del liberalismo a los monopolios, romperlos, no funciona en estos casos. Si bien esta reacción podría tener cierto sentido en contextos de monopolización artificial, aquí nos enfrentamos ante una situación en la que las plataformas simplemente funcionan mejor para todos los involucrados debido a su enorme tamaño. Al igual que un mundo de proveedores de servicios de salud que compiten entre sí es menos eficiente y más desigual que el de un solo proveedor de servicios de salud, también en este caso hay muchas plataformas que funcionan mejor que otros conglomerados empresariales. El objetivo no debe ser asegurar la competencia en el mercado, sino reconocer los servicios públicos que pueden proporciona algunas plataformas y después regularlas, o incluso expropiarlas, como tal.
Las “plataformas en la nube”, como usted describe a las infraestructuras más importantes en la economía digital, basan su modelo en alquilar estos medios de producción, es decir, los datos. Por ejemplo, GE utiliza los servicios de Amazon Web Service para avanzar en su propios objetivos empresariales. Al igual que otras grandes empresas españolas, como Telefónica, BBVA, el Santander o Repsol. ¿Cómo está transformando el paisaje capitalista esta economía financiarizada, asentada en la búsqueda incesante de rentas? Como señalas, en el mundo de las plataformas digitales parece estar dándose un increíble desplazamiento hacia la búsqueda de rentas. La computación en la nube es el mejor ejemplo de este hecho, pues cada vez más y más jugadores tratan de obtener una posición privilegiada en esta industria en auge. El modelo de negocios se basa, efectivamente, en construir una gran infraestructura digital (imponiendo enormes barreras de entrada a los competidores) y luego alquilar su acceso a empresas, gobiernos e individuos. Este es también un modelo increíblemente rentable: los servicios de Amazon en la nube son su unidad de negocio con mayor crecimiento y también la que genera márgenes de ganancia más altos —una que ahora están adoptando Google, Microsoft y otros gigantes tecnológicos. Estos cambios en la economía dirigidos hacia la búsqueda de rentas también nos plantean preguntas importantes sobre las tendencias sistémicas generales del capitalismo contemporáneo. Desde una visión marxista tradicional, el capitalismo funciona extrayendo la plusvalía de los trabajadores y reinvirtiéndola en ciclos de acumulación cada vez mayores. Desde esta perspectiva, la búsqueda de rentas convierta el capitalismo en una formación social parasitaria pura —extrae para sí una parte de la plusvalía agregada, pero nunca produce nada. Esta es la razón por la cual, habitualmente, los marxistas piensan que la publicidad es un sector improductivo. Y en gran parte, ese análisis parece servir para los rentistas de las plataformas de hoy. Pero existe un detalle aun más importante: estos son también quienes mayores inversiones en investigación y desarrollo llevan a cabo. Lo que sugiere que, sorprendentemente, son las empresas improductivas quienes invierten en capital mientras la mayor parte de la economía está compuesta por empresas productivas que han dejado de invertir. Esta es una dinámica casi única, y en última instancia significa que debemos actualizar nuestras teorías sobre el capitalismo monopolista. Teniendo en cuenta esa cuestión, su libro analiza el capital, no el trabajo. Sin embargo, usted también menciona que mientras estas empresas logran dicho estatus de monopolios tienden a hundir los salarios, concentrar más poder y acumular riqueza. ¿Cómo está pagando el 99% el costo de esta nueva factura? ¿Y cómo se relacionan estos efectos con la liberalización de los mercados laborales iniciadas hace tres o cuatro décadas o posteriormente con la austeridad?
Las formas en que los trabajadores se están viendo perjudicados por los monopolios modernos tiene lugar de manera extremadamente sutil. De acuerdo a la teorías tradicionales sobre los monopolios, el enorme poder de mercado de las grandes empresas les permite establecer precios por encima del promedio y, como resultado, obtener una recompensa adicional. Los consumidores y los trabajadores se ven afectados por este mecanismo de manera relativamente simple de comprender. Con los monopolios modernos, ocurre una cosa distinta. Primero, está el elemento de monopsonio [una situación que se da en el mercado cuando solo existe un comprador], donde las empresas se encuentran cada vez más concentradas en muchas industrias, y donde luego adquieren un importante poder de compra en relación a los trabajadores (especialmente, debido al declive general de la fuerza de los sindicatos que ha tenido lugar durante las últimas décadas). El resultado es que, los trabajadores tienen escasa capacidad para mejorar sus salarios o condiciones de trabajo mientras que las grandes empresas (de plataforma o de otro tipo) tienen cada vez más poder. El segundo elemento es un enfoque más consumista, donde muchas plataformas ofrecen servicios gratuitos (Facebook, Google, etc.). El consumidor final puede creer incluso que se está beneficiando de dicha dinámica, pero la realidad es que está entregando datos y atención a cambio de servicios gratuitos. A nivel individual, puede que no parezca muy relevante, pero en conjunto, la constante extracción de datos es lo que está incrementando el poder monopolístico de dichos gigantes y lo que hace que muchas otras empresas dependan de ellas. El resultado es que estas plataformas actúan con total impunidad. Por nombrar algunos ejemplos, en el caso de la red social Facebook y Cambridge Analytica, cuando el motor de búsqueda de Google se adaptó a la censura china o los contratos para implementar servicios de inteligencia artificial orientados hacia objetivos militares de Amazon o Microsoft. Digamos que si bien obtenemos algunos servicios de manera gratuita, a cambio estamos permitiendo que los gigantes corporativos gobiernen la infraestructura pública básica y no sean responsables ante ninguna consideración democrática.
La tesis de este libro es que el capitalismo se volcó hacia los datos para recobrar vitalidad tras las prolongadas crisis de sobrecapacidad que acechan la producción fordista de bienes y su régimen de empleo desde la década de 1970. El propósito de este ensayo es entonces situar el modelo de acumulación que encarnan Google y Facebook, Apple y Microsoft, Siemens y General Electric, Uber y AirBnb, en el contexto de una historia más amplia, para demostrar que datos y plataformas realizan una serie de funciones capitalistas claves, entre las que se destaca su capacidad para impulsar la deslocalización y la precarización de la fuerza de trabajo.
Coautor del Manifiesto Aceleracionista, Srnicek nos presenta aquí una precisa taxonomía de estas sofisticadas máquinas de producción de ganancia, que le están dando forma a una nueva infraestructura digital. Los efectos de esta hegemonía se propagan también al mundo offline sobre el que estos modelos de negocios proyectan su ethos: los gobiernos y las ciudades deben ser “inteligentes”, las empresas “disruptivas” y los trabajadores “flexibles”. La capacidad para interpretar las tendencias que regulan el comportamiento de estos agentes, y la eficacia para identificar incipientes zonas de conflicto entre trabajo y capital, hacen de este ensayo una herramienta valiosa para orientarnos en nuestra coyuntura.
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Srnicek tiene el objetivo de estudiar el surgimiento del capitalismo de plataformas desde el punto de vista de la historia económica del capitalismo y la tecnología digital, tratando de demostrar que la situación actual es un resultado de tendencias económicas profundas.
En este sentido, en el libro encontramos tres momentos históricos clave para entender el auge de las plataformas: la respuesta a la recesión de los años 1970; el boom y caída de las punto-com en la década de 1990; y la respuesta global a la crisis de 2008.
En primer lugar, Srnicek se detiene en la caída de los precios de la manufactura global, entrados los años ‘70, a causa de la sobrecapacidad y la sobreproducción. La competencia internacional venía socavando la rentabilidad de las ramas industriales estadounidenses, lo que presionó a que la potencia norteamericana decidiera dejar atrás el fordismo, dando paso al toyotismo; y a que redujera personal y atacara el poder de los sindicatos, en orden de reducir los costos fijos y poder competir.
Estancada la industria, a mediados de los ‘90, el capital financiero apostó a las telecomunicaciones: las empresas para comercializar internet florecieron y recibieron miles de millones de dólares en inversiones. Ello se reflejó en un fenomenal crecimiento del capital fijo para este sector: se instalaron millones de kilómetros de fibra óptica y cables submarinos, se hicieron grandes avances en software y diseño de red, y se realizaron fuertes inversiones en servidores y bases de datos. Lo que dejó este boom –a pesar de su posterior caída– fue “la instalación de un base de infraestructura para la economía digital” [1].
Por último, lo que Srnicek subraya para su análisis de la crisis del 2008 es la abrupta baja de las tasas de interés en los bancos centrales más importantes. El autor halla en este cambio una de las condiciones habilitantes para la actual economía digital. Las bajas tasas redujeron la rentabilidad de una amplia esfera de activos financieros; el resultado es que los inversores, en orden de conseguir réditos más elevados, han tenido que dirigirse hacia activos cada vez más riesgosos, “invirtiendo, por ejemplo, en compañías de tecnologías no rentables y que todavía no han sido puestas a prueba” [2]. Se trata de las famosas startups tecnológicas.
Un último elemento es que, luego de la crisis de 2008, el desempleo se disparó. Ello aumentó a su vez las presiones para que la población empleada resigne condiciones. En este contexto, muchos y muchas han tenido que aceptar cualquier trabajo que estuviera disponible, por más precario que fuera: de allí se explica, en parte, la expansión de las plataformas que ofrecen trabajos ultra-precarizados y sin ningún tipo de derecho laboral, como Uber o Rappi.
Sobre estas causas es que, según la postura del autor, se puede comprender el panorama actual, en el que frente a la larga crisis de las ramas industriales, el capitalismo está respondiendo con un vuelco hacia los datos, ya que lo considera un sector que promete cierto crecimiento económico y vitalidad.
El joven economista define a las plataformas como “infraestructuras digitales que permiten que dos o más grupos interactúen” [3]. Se trata de un nuevo modelo de negocios que ha devenido en un nuevo y poderoso tipo de compañía, el cual se enfoca en la extracción y uso de un tipo particular de materia prima: los datos. Las actividades de los usuarios son la fuente natural de esa materia prima, la cual, al igual que el petróleo, es un recurso que se extrae, se refina y se usa de distintas maneras.
Un segundo elemento es que las plataformas dependen de los “efectos de red”: mientras más usuarios tenga, más valiosa se vuelve una plataforma. En un ejemplo: mientras más personas googlean, más preciso se vuelve el algoritmo de Google y más útil nos resulta. Ello significa, para el autor, que hay una tendencia natural a la monopolización. Para garantizar estos efectos de red, las plataformas utilizan “subvenciones cruzadas” para captar usuarios, es decir, la prestación gratuita de algunos servicios se compensa con el cobro de otros: por ejemplo, Google contrabalancea la gratuidad de su servicio de Gmail con el dinero que genera por publicidad.
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Por último, el autor señala que, si bien suelen postularse como escenarios neutrales, como “cáscaras vacías” en donde se da la interacción, las plataformas en realidad controlan las reglas de juego: Uber, por ejemplo, prevé dónde va a estar la demanda y sube los precios para una determinada zona. Esta mano invisible del algoritmo contradice el discurso que suelen tener estas empresas, en el cual se definen eufemísticamente como parte de la “economía colaborativa” [4].
Luego de esa vasta definición, Srnicek propone algunas herramientas analíticas para pensar las diferencias entre las plataformas. En este sentido, postula cinco tipos de infraestructuras digitales: a) plataformas publicitarias (Google, Facebook), que extraen información de los usuarios, la procesan y luego usan esos datos para vender espacios de publicidad; b) plataformas de la nube (Amazon Web Services, Salesforce), que alquilan hardware y software a otras empresas; c) plataformas industriales (General Electric, Siemens), que producen el hardware y software necesarios para transformar la manufactura clásica en procesos conectados por internet, lo que baja los costos de producción; d) plataformas de productos (Spotify, Rolls Royce), que transforman un bien tradicional en un servicio y cobran una suscripción o un alquiler; e) plataformas austeras (Airbnb, Uber, Glovo, Rappi), que proveen un servicio sin ser dueñas del capital fijo.
El autor dedica un extenso apartado a este último tipo, que sin duda son un nuevo boom y con las que estamos más familiarizados. Las define como plataformas austeras porque prácticamente carecen de activos: Uber no tiene una flota de taxis, Airbnb no tiene departamentos y Rappi no tiene bicis. El único capital fijo relevante es su software. Por lo demás, operan a través de un “modelo hipertercerizado” y deslocalizado [5].
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Hacia el final del libro, el autor pone el eje en la competencia intracapitalista, preguntándose cuáles son las consecuencias más generales que las empresas digitales están generando para el capitalismo. El autor señala que, por los efectos de red, hay una tendencia natural hacia la monopolización inscripta en el ADN de estas empresas.
Esto deriva en un cambio en la forma de competir: ya no solo importa la relación costos-precios, sino que entra en juego la cantidad de datos que acopian las empresas y el tipo de análisis que hacen de ellos. Ello significa que hay algo así como una nueva carrera colonialista por descubrir terrenos vírgenes de donde extraer datos: quien más datos acumule, mejor posicionado estará [6].
Por otro lado, Srnicek identifica una tendencia de estas empresas hacia el cerramiento: buscan que los usuarios no salgan de sus aplicaciones, en orden de capturar sus datos y dañar a la competencia; de allí se explica, por ejemplo, que Uber esté invirtiendo para desprenderse de Google Maps. “Si este análisis es correcto, entonces la competencia capitalista está haciendo que Internet se fragmente” [7].
Reseña de Julián Tylbor
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Economía colaborativa
Nick Srnicek: “Debemos reconocer los servicios públicos de las plataformas, y después regularlas o expropiarlas”
El escritor canadiense Nick Srnicek ha publicado Capitalismo de Plataformas (Caja Negra), un ensayo que traza una sucinta e inteligente radiografía sobre las transformaciones en la estructura económica.
Si bien existen algunos vacíos en su planificación hacia una utopía post-capitalista, es decir, cómo las instituciones estatales pueden comenzar a ofrecer servicios públicos en lugar de privatizarlos aún más, así como esta teoría no deja claro si la tecnología per se no es política, sino solamente las manos que la usan, establece un horizonte para pensar alternativas al presente y ofrece valiosas herramientas para pensar en las luchas que están teniendo lugar en los inicios del siglo XXI. Concretamente, en el marco de la Bienal del pensamiento, Nick Srnicek fue invitado a participar en un simposio sobre soberanía tecnológica organizado por DECODE. En una intervención sobre movimientos y alternativas democráticas al capitalismo digital, adelantó algunas de sus investigaciones sobre el colonialismo digital y propuso un fondo colectivo de datos como alternativa a los principios extractivos que representan Google o Facebook.
A continuación conversamos con este académico a raíz de su libro, recién traducido al castellano, llamado Capitalismo de Plataformas (Caja Negra). Un ensayo que traza una sucinta e inteligente radiografía sobre las transformaciones en la estructura económica. Grosso modo, no nos encontramos ante aquellos antiguos modelos corporativos bajo los cuales unas cuantas grandes empresas compiten entre ellas en busca de la fidelidad de los clientes, en parte a través de estrategias como la publicidad, para incrementar después su producción y riqueza. En su lugar, como explica Srnicek, unas cuantas corporaciones que se encuentran en Palo Alto han creado infraestructuras, en muchos casos asentadas en mostrar publicidad de manera más eficiente que cualquier otro soporte, pues se encuentran diseñada para capturar la atención de los usuarios, mientras estos “participan” con sus teléfonos inteligentes y generan uno de los recursos más valiosos en la economía digital, los datos. En poco tiempo, ello puede dar lugar a una dependencia absoluta de los gobiernos, empresas e individuos sobre los servicios de unas pocas empresas. Por eso, propone su autor, tal vez debamos contemplar la economía de manera distinta, es decir, como un predatorio sistema asentado sobre las rentas financieras.
Su libro se basa en el supuesto de que las plataformas tecnológicas y la historia del capitalismo son indisociables. ¿Podría explicar brevemente cuales son los tres acontecimientos que explican la creación de plataformas como Uber o Google?
Existe una practica habitual que tiende a explicar el auge de las plataformas como un fenómeno sui generis, como si no estuviera conectado con una historia más amplia, que es la del capitalismo. Creo que este es un punto de partida equivocado para tratar de entender el presente. De un lado, minimiza las tendencias que heredamos del pasado. De otro, ignora cómo las distintas crisis [en los procesos de acumulación de capital] han impulsado el surgimiento de este modelo de negocio en particular. Por ejemplo, las crisis que tuvieron lugar en la década de los setenta en buena parte de las economías capitalistas desarrolladas desembocaron en un nuevo ataque al trabajo y al modelo de empleo tradicional, presente en los tiempos de la posguerra. Es aquí donde hemos de colocar los orígenes del aumento del trabajo flexible, la subcontratación y el impulso general hacia la precarización que caracteriza a la moderna gig economy [más conocida en castellano como economía colaborativa]. Uber, lejos de haber emprendido un cambio radical en las relaciones laborales, es simplemente un resultado de todas esas tendencias anteriores.
Del mismo modo, en la década de los noventa, observamos que el colapso de las punto-com desembocó en que las compañías de internet abandonaran un modelo dirigido por la financiación de los inversores de capital de riesgo y abrazaran un modelo asentado en los ingresos procedentes de la publicidad. Esta caída obligó a las empresas a tener que monetizar rápidamente su actividad, convirtiendo a la publicidad en un modelo clave para plataformas como Google, que lo integraron en su modelo de negocio desde el principio. Por último, la crisis de 2008 condujo a intervenciones masivas de los bancos centrales y a la proliferación de dinero barato. La consecuencia ha sido una avalancha de capitales que buscan rendimientos cada vez más difíciles de encontrar. El aumento en la financiación de la tecnología es, en gran medida, un efecto secundario de esta respuesta a la crisis, ya que las empresas y los inversores han tratado de invertir el dinero en star-up tecnológicas.
Creo que cada vez más existe una división intra-capitalista entre las plataformas y las compañías que no siguen este modelo. La industria de los medios proporciona los primeros indicios de este suceso: que Facebook compita con las compañías mediáticas tradicionales, como el New York Times, o los recién llegados, como Buzzfeed, es un excelente ejemplo de las tensiones que surgirán. En estos casos, vemos que una plataforma domina la industria y obliga a las compañías que no lo son a convertirse en dependientes de ella. Creo que es muy probable que esto suceda también en otras industrias. En la agricultura, tenemos a Monsanto y John Deere tratando de construir plataformas; en cuanto a las manufactureras, GE y Siemens están levantando sus propias plataformas industriales; y así en muchos otros sectores. En todos estos casos, creo que es muy probable que las plataformas asuman un papel dominante, tal vez sobredimensionado, y que ejerzan ese poder para su propio beneficio. En la izquierda, debemos mantenernos alerta sobre estos conflictos intra-capitalistas.
Es muy probable que las plataformas asuman un papel dominante, tal vez sobredimensionado, y que ejerzan ese poder para su propio beneficio
En este sentido, el Big data no es simplemente el nuevo petróleo, sino también una infraestructura de la que el resto de la economía depende como medio para crear rentabilidad. ¿Cuáles son las implicaciones para la competencia de lo que usted llama “una tendencia natural de la plataformas hacia la creación de monopolios”?
Efectivamente, esta tendencia hacia el monopolio tiene grandes implicaciones. Una es que asistamos a la monopolización de las industrias que adoptan un modelo de plataforma. Como un monopolio natural —a diferencia de los monopolios artificiales, formados por las fusiones y adquisiciones— la dinámica misma de este modelo de negocios significa que la monopolización es intrínseca a su ADN. La segunda implicación que debemos tener en cuenta es que la respuesta tradicional del liberalismo a los monopolios, romperlos, no funciona en estos casos. Si bien esta reacción podría tener cierto sentido en contextos de monopolización artificial, aquí nos enfrentamos ante una situación en la que las plataformas simplemente funcionan mejor para todos los involucrados debido a su enorme tamaño. Al igual que un mundo de proveedores de servicios de salud que compiten entre sí es menos eficiente y más desigual que el de un solo proveedor de servicios de salud, también en este caso hay muchas plataformas que funcionan mejor que otros conglomerados empresariales. El objetivo no debe ser asegurar la competencia en el mercado, sino reconocer los servicios públicos que pueden proporciona algunas plataformas y después regularlas, o incluso expropiarlas, como tal.
Las “plataformas en la nube”, como usted describe a las infraestructuras más importantes en la economía digital, basan su modelo en alquilar estos medios de producción, es decir, los datos. Por ejemplo, GE utiliza los servicios de Amazon Web Service para avanzar en su propios objetivos empresariales. Al igual que otras grandes empresas españolas, como Telefónica, BBVA, el Santander o Repsol. ¿Cómo está transformando el paisaje capitalista esta economía financiarizada, asentada en la búsqueda incesante de rentas? Como señalas, en el mundo de las plataformas digitales parece estar dándose un increíble desplazamiento hacia la búsqueda de rentas. La computación en la nube es el mejor ejemplo de este hecho, pues cada vez más y más jugadores tratan de obtener una posición privilegiada en esta industria en auge. El modelo de negocios se basa, efectivamente, en construir una gran infraestructura digital (imponiendo enormes barreras de entrada a los competidores) y luego alquilar su acceso a empresas, gobiernos e individuos. Este es también un modelo increíblemente rentable: los servicios de Amazon en la nube son su unidad de negocio con mayor crecimiento y también la que genera márgenes de ganancia más altos —una que ahora están adoptando Google, Microsoft y otros gigantes tecnológicos. Estos cambios en la economía dirigidos hacia la búsqueda de rentas también nos plantean preguntas importantes sobre las tendencias sistémicas generales del capitalismo contemporáneo. Desde una visión marxista tradicional, el capitalismo funciona extrayendo la plusvalía de los trabajadores y reinvirtiéndola en ciclos de acumulación cada vez mayores. Desde esta perspectiva, la búsqueda de rentas convierta el capitalismo en una formación social parasitaria pura —extrae para sí una parte de la plusvalía agregada, pero nunca produce nada. Esta es la razón por la cual, habitualmente, los marxistas piensan que la publicidad es un sector improductivo. Y en gran parte, ese análisis parece servir para los rentistas de las plataformas de hoy. Pero existe un detalle aun más importante: estos son también quienes mayores inversiones en investigación y desarrollo llevan a cabo. Lo que sugiere que, sorprendentemente, son las empresas improductivas quienes invierten en capital mientras la mayor parte de la economía está compuesta por empresas productivas que han dejado de invertir. Esta es una dinámica casi única, y en última instancia significa que debemos actualizar nuestras teorías sobre el capitalismo monopolista. Teniendo en cuenta esa cuestión, su libro analiza el capital, no el trabajo. Sin embargo, usted también menciona que mientras estas empresas logran dicho estatus de monopolios tienden a hundir los salarios, concentrar más poder y acumular riqueza. ¿Cómo está pagando el 99% el costo de esta nueva factura? ¿Y cómo se relacionan estos efectos con la liberalización de los mercados laborales iniciadas hace tres o cuatro décadas o posteriormente con la austeridad?
Las formas en que los trabajadores se están viendo perjudicados por los monopolios modernos tiene lugar de manera extremadamente sutil. De acuerdo a la teorías tradicionales sobre los monopolios, el enorme poder de mercado de las grandes empresas les permite establecer precios por encima del promedio y, como resultado, obtener una recompensa adicional. Los consumidores y los trabajadores se ven afectados por este mecanismo de manera relativamente simple de comprender. Con los monopolios modernos, ocurre una cosa distinta. Primero, está el elemento de monopsonio [una situación que se da en el mercado cuando solo existe un comprador], donde las empresas se encuentran cada vez más concentradas en muchas industrias, y donde luego adquieren un importante poder de compra en relación a los trabajadores (especialmente, debido al declive general de la fuerza de los sindicatos que ha tenido lugar durante las últimas décadas). El resultado es que, los trabajadores tienen escasa capacidad para mejorar sus salarios o condiciones de trabajo mientras que las grandes empresas (de plataforma o de otro tipo) tienen cada vez más poder. El segundo elemento es un enfoque más consumista, donde muchas plataformas ofrecen servicios gratuitos (Facebook, Google, etc.). El consumidor final puede creer incluso que se está beneficiando de dicha dinámica, pero la realidad es que está entregando datos y atención a cambio de servicios gratuitos. A nivel individual, puede que no parezca muy relevante, pero en conjunto, la constante extracción de datos es lo que está incrementando el poder monopolístico de dichos gigantes y lo que hace que muchas otras empresas dependan de ellas. El resultado es que estas plataformas actúan con total impunidad. Por nombrar algunos ejemplos, en el caso de la red social Facebook y Cambridge Analytica, cuando el motor de búsqueda de Google se adaptó a la censura china o los contratos para implementar servicios de inteligencia artificial orientados hacia objetivos militares de Amazon o Microsoft. Digamos que si bien obtenemos algunos servicios de manera gratuita, a cambio estamos permitiendo que los gigantes corporativos gobiernen la infraestructura pública básica y no sean responsables ante ninguna consideración democrática.
Estamos permitiendo que los gigantes corporativos gobiernen la infraestructura pública básica y no sean responsables ante ninguna consideración democráticaSus próximos trabajos se asientan en la idea del colonialismo digital: “un control sobre las infraestructuras, el acceso y los datos que atan a las empresas y a los gobiernos [a los gigantes tecnológicos]”. ¿Este es el escenario al que nos enfrentaremos en unos años si el capitalismo no es abolido? Considero el colonialismo digital como una extensión natural del capitalismo de plataforma. Si las plataformas necesitan más usuarios y más datos, entonces las economías en desarrollo son el siguiente paso lógico, ya que estas empresas saturan los mercados del mundo desarrollado. Esto es aún más problemático debido a que, generalmente, dichos países tienen muy poco poder sobre sus infraestructuras básicas, y se les vende la idea de que un mayor acceso a internet es una necesidad urgente (no importa que sea proporcionado a través de Facebook o Google). El resultado final es que los países en desarrollo consiguen conectarse a internet, pero solo en los términos establecidos por las principales plataformas tecnológicas. Esto puede significar, en el caso de Free Basics, de Facebook, que todo internet se reduzca a esta plataforma. O puede significar, en varios otros casos, que los países simplemente regalen sus recursos económicos, los datos, de forma gratuita. En cualquier caso, no existe ningún objetivo ulterior centrar en el desarrollo, ni mucho menos el pensamiento de que estas iniciativas puedan ayudar a estos países a escapar de la pobreza. Puede que la creación de mercados laborales globales a través de una plataforma laboral permita que algunas personas obtengan empleos a los que antes no tenían acceso, pero si esos empleos ofrecen un salario de varios céntimos a la hora, ¿cómo ayuda eso a que un país escape del subdesarrollo? Por otro lado, si el acceso a internet tiene lugar a través de Facebook, las personas podrían acceder a un mayor conocimiento, pero si el valor se desvía casi por completo hacia Facebook, ¿cómo se corrigen los desequilibrio en la riqueza y el poder en el mundo?
Considero el colonialismo digital como una extensión natural del capitalismo de plataforma. Si las plataformas necesitan más usuarios y más datos, entonces las economías en desarrollo son el siguiente paso lógico¿No es cierto que en esos países existieron algunas iniciativas pioneras de soberanía tecnológica mucho antes de que el resto de economía capitalistas las pusieran en práctica? Precisamente, uno de los grandes desafíos a los que se enfrentarán algunos países de la parte Sur del globo es a no tener suficiente poder o recursos como para contrarrestar los desarrollos tecnológicos de China o Estados Unidos. Es más, necesitan hacer un gran esfuerzo para oponerse a que las plataformas monopolísticas de ambos países establezcan infraestructuras digitales de las que dependan para cualquier cosa. Hubo un intento en la década de los setenta por el cual las economías en desarrollo trataron de crear un ecosistema alternativo, lo que se denominó un Nuevo Orden Internacional para la Información. Si bien ese proyecto fracasó, en gran parte debido a la intransigencia de Estados Unidos, a día de hoy vuelve a representar un ideal para diseñar un futuro alternativo: un mundo digital global creado por y para las personas, en lugar de uno que sirva al interés de unas pocas plataformas globales y el gran capital que las sostiene
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- https://www.elsaltodiario.com/economia-colaborativa/nick-srnicek-servicios-publicos-puedan-proporcionar-plataformas-digitales-expropiarlas-regularlas https://www.revistaotraparte.com/ensayo-teoria/capitalismo-de-plataformas/
Capitalismo de plataformas
Nick Srnicek
En términos prácticos, el nacimiento de la gig economy es,
para Nick Srnicek, la emergencia de un fenómeno tecnológico imperialista
enmascarado como “Cuarta Revolución Industrial”. La vinculación entre
capital y trabajo —estructurante en las tres revoluciones “anteriores”—
tiene aquí, sin embargo, un carácter volátil y opaco, redirigido por
intereses corporativos decididos a transformar por completo los
conceptos de propiedad y rentabilidad. El modelo rector de negocios de
nuestra era, basado en la extracción y el control de gigantescas
cantidades de datos, parece ser la culminación expansionista de aquella
“economía del conocimiento” comentada en 1973 por Daniel Bell en El advenimiento de la sociedad postindustrial.
En ese sentido, Srnicek es claro al subrayar que, a medida que la
“Internet industrial” ensancha su perímetro operativo, las distancias
entre la mera recolección de datos (comprobar que “algo” sucedió) y su
conocimiento profundo (la comprensión de por qué ese “algo” sucedió) son
cada vez más decisivas. La coyuntura actual es determinada por tres
acontecimientos fundamentales: la recesión de los años setenta (con el
consiguiente fin del liberalismo socialdemócrata y “fordista”), el boom
tecnológico de los noventa (que antes de desaparecer bajo los escombros
de las “.com” fijó la estructura material de la red-de-redes por la que
hoy pasa absolutamente todo) y la respuesta internacional a la crisis
global de 2008, basada en los rescates financieros y la
(in)materialización definitiva de la economía. Srnicek señala que, desde
el momento en que los commodities materiales comienzan a
incorporar de manera creciente enormes volúmenes de conocimiento, el
proceso y las relaciones laborales se invisibilizan al punto de la
abstracción total. Las “plataformas” son, entonces, el elemento que
permite la reconexión en el interior de ese universo entrópico:
infraestructuras digitales que facilitan el contacto entre los grupos
que organizan el acceso a la información (Google) y las empresas y
sujetos que dependen cada vez más del acceso a esa información para
desarrollar sus actividades específicas. Los efectos de red por
acumulación y los núcleos de datos “trabajados” van delineando, de esa
manera, un nuevo tipo de eficiencia, atada a un proceso organizativo
basado en el alquiler de servicios cifrados en la informática cuántica
de la “nube”.
Srnicek —que escribe desde un posmarxismo felizmente liberado de la
tara nostálgica y fatalista que embota a buena parte de la izquierda
intelectual contemporánea— espía un futuro en el que la propiedad de la
infraestructura operativa de la red podría inclinar la balanza hacia uno
u otro bando en esa “guerra de plataformas” que anuncia el tercer
capítulo de su libro, y que tendría al conglomerado AWS (Amazon Web
Services), por un lado, y a Google, Microsoft y su par chino, Alibaba,
por el otro, como protagonistas destacados. Aun cuando abunda la
información económica y el enfoque sea claramente el de un humanismo
determinante, el libro de Srnicek puede ser abordado como el ensayo de
una teoría política futura para el estudio de un fenómeno en desborde.
Así, combinar su lectura con el posterior Inventar el futuro. Poscapitalismo y un mundo sin trabajo (Malpaso,
2018), escrito a cuatro manos con Alex Williams, permite comprender los
alcances y las limitaciones del “ala izquierda” del aceleracionismo,
ese impulso final de la carrera por la deconstrucción del capitalismo
contemporáneo que todavía no ha dicho su última palabra, y que acaso sea
el único movimiento teórico que ha aportado herramientas verdaderamente
novedosas para la comprensión de la realidad económica de nuestro
tiempo.
Nick Srnicek, Capitalismo de plataformas, traducción de Aldo Giacometti, Caja Negra, 2018, 128 págs
https://www.revistaotraparte.com/ensayo-teoria/capitalismo-de-plataformas/
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