"La economía del bien común". Jean Tirole presenta un libro accesible para el gran público
Carmen Fernández de la Cigoña | 12 de diciembre de 2017
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La economía del bien 
común es el último libro del premio Nobel de Economía en 2014, Jean 
Tirole. Divulgativo y de lectura fácil, intenta responder a la gran 
cuestión ¿qué ha sido de la búsqueda del bien común? El autor escribe 
convencido de que la economía puede ayudar.
Economía
La economía del bien común | Jean Tirole | Taurus | 2017 | 584 págs. |23,90€ | eBook: 12,99€
La economía del bien común. Un 
título como este hace apetecible a un lector profano en la materia 
adentrarse en lo que a priori parece el complicado mundo de la economía. Si a eso le unimos el que el autor, Jean Tirole, premio Nobel de Economía de 2014, confiesa que lo escribe ante las peticiones del “gran público” de un libro que resultase suficientemente accesible
 para todo el mundo, la prevención que a veces genera el suponer que por
 falta de conocimientos específicos la lectura va a resultar demasiado 
ardua se diluye.
Efectivamente, creo que una de las primeras cosas que hay que señalar con respecto a este libro es que es de lectura fácil, casi divulgativo,
 y que además aborda temas muy concretos que están en la realidad social
 actual. Temas que de un modo u otro no nos resultan ajenos sino todo lo
 contrario.
Sin embargo, creo que también hay que 
advertir al lector que puede estar esperando otra cosa con respecto al 
desarrollo del libro. Todos sabemos que no se deben juzgar los libros 
por la portada, pero en este caso es precisamente desde ahí desde donde se nos invita a cuestionarnos ¿qué ha sido de la búsqueda del bien común? ¿En qué medida la economía puede contribuir a su realización?
#LaEconomíaDelBienComún, el apasionado manifiesto del nobel @JeanTirole https://t.co/uZlVQ5iuVH pic.twitter.com/MobYaqsyc9— Editorial Taurus (@tauruseditorial) December 8, 2017
Y me toca ahora a mí confesar que ese fue otro de los alicientes para abordar La economía del bien común, la preocupación por el bien común y el convencimiento de que desde la economía se puede y se debe contribuir a él. Aunque mi punto de partida era distinto al del autor.
En cuanto a la consideración del bien común,
 el libro trata la cuestión desde el punto de vista de las ciencias 
sociales, quizá desde el propio del derecho o de la economía. Bien común
 es aquel que no es propiedad privada de ninguna persona sino que, por 
el contrario, corresponde a todos y es utilizado por todos. Sin embargo,
 esto es una deformación de lo que muchos entendemos por bien común, 
probablemente desde una perspectiva más humanista. Esto serían los bienes comunes, aquellos que no son privativos y cuyo uso y disfrute corresponde a todos, al menos en teoría.
Quizá pueda tildarse de ingenuidad
 en el lector, en una parte de los lectores, el esperar la consideración
 del bien común como las “condiciones sociales que hacen posible a las 
asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil
 de su propia perfección”. Digo ingenuidad porque no son esos los 
presupuestos de los que parte el autor. Y aun agradeciendo que se traten
 los temas desde perspectivas más amplias que la puramente econométrica, se nos sigue quedando un poco cojo el planteamiento.
Jean Tirole, Nobel de Economía: "El #bitcoin es una pura burbuja; sin confianza su precio será cero" https://t.co/y1x1h0tdqQ pic.twitter.com/fHuGaxqi8i— elEconomista.es (@elEconomistaes) December 5, 2017
No es que no sea necesario hablar de esos bienes comunes y
 de la posibilidad de acceso a ellos por parte de todos. Es cierto que, 
en la actualidad, ese acceso no se da suficientemente en determinados 
ámbitos. El papa Francisco, por ejemplo, se refiere a ello en la encíclica Laudato sí desde
 la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia y aporta las 
consideraciones que estima relevantes. Pero, junto a eso, podíamos 
esperar la consideración del bien común desde la perspectiva de que 
todos, personas e instituciones, tenemos un fin concreto y específico al
 que debemos tender. Y que para ello debemos utilizar los medios 
adecuados al hombre, considerado en su naturaleza objetiva. Y esto no lo
 hace el autor.
Cuando él se refiere al velo de la ignorancia o
 tiene en cuenta lo que denomina “los sesgos cognitivos” en la toma de 
decisiones, ¿dónde queda la consideración del bien y la adhesión al 
mismo? ¿Dónde queda la virtud o el convencimiento de que las cosas hay 
que hacerlas porque eso es lo adecuado para el hombre, y no solo porque 
no vaya a ser que yo ocupe una posición más precaria en la sociedad que 
se vaya a construir? ¿Es que acaso ya hemos desistido de que estas 
realidades –bien, verdad, justicia (más allá de la legalidad)- también formen parte de nuestra toma de decisiones? Personalmente, espero que no.
Hecha esta advertencia y volviendo ya al desarrollo de La economía del bien común, el autor dedica una buena parte del libro a cuestiones muy concretas. El mercado, el desafío climático, el cambio digital, Europa…
 Realidades que modifican el mundo actual y que hay que tener en cuenta 
como elementos fundamentales que van a marcar el desarrollo de la 
sociedad. Y el desarrollo económico, no sé si tanto de la economía. Tirole,
 por ejemplo, insiste en la necesidad de proteger a los trabajadores, no
 tanto los empleos, que probablemente serán en un futuro más bien 
próximo completamente distintos. Hay que afrontar el futuro desde el 
conocimiento de los cambios que ya estamos viviendo. Ignorarlos nos 
dejaría en una posición de desventaja que no llevaría a ningún otro 
sitio que a la realidad de distintas y nuevas crisis.
Probablemente este sea el gran desafío. En él no se puede pasar por alto el que en este mundo, en el que la globalización
 es un hecho y en el que hay una serie de bienes a los que todos deben 
tener acceso, es necesario volver a humanizar las relaciones familiares,
 empresariales, políticas, internacionales… para procurar que el Hombre 
sea el vencedor del mismo. Ojalá seamos conscientes de que, desde todos 
los ámbitos de conocimiento, también desde la economía, y tanto desde la teoría como desde la práctica, debemos contribuir a ello. Y por ahí pasará nuestro futuro.
https://eldebatedehoy.es/economia/la-economia-del-bien-comun/ 

 
La Fundación Rafael del Pino organizó, el 4 de mayo de 2017, el 
diálogo «La economía del bien común» en el que participaron Jean Tirole y
 Manuel Conthe.
Jean Tirole es presidente de la Toulouse School of Economics, miembro fundador del Institute for Advanced Study de Toulouse y director científico del Institut d’Économie Industrielle. Ingeniero de formación, dirige la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) y es además profesor invitado al Massachusetts Institute of Technology (MIT), miembro del Conseil d’Analyse Économique y miembro de la Académie des Sciences Morales et Politiques. Tirole obtuvo la Medalla de Oro del Centre National de la Recherche Scientifique en 2007. Cuando recibió el Premio Nobel en 2014, la academia sueca se refirió a él como «uno de los economistas más influyentes de nuestro tiempo».
Economía del bien común es un apasionado manifiesto a favor de un mundo en el que la economía, lejos de considerarse una «ciencia lúgubre», se vea como una fuerza positiva a favor del bien común. En el este libro desempeña un papel central la idea del bien común, uno de sus grandes intereses, junto a su esfuerzo por incorporar dimensiones como la psicológica, la social y la jurídica a la idea más reduccionista de la economía tradicional e intenta responder a todas las preguntas que nos planteamos hoy sobre el estado de la economía: economía digital, innovación, empleo, cambio climático, Europa, papel del Estado, financias, mercado, etc.
La economía del bien común

La economía del bien común
Jean Tirole es presidente de la Toulouse School of Economics, miembro fundador del Institute for Advanced Study de Toulouse y director científico del Institut d’Économie Industrielle. Ingeniero de formación, dirige la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) y es además profesor invitado al Massachusetts Institute of Technology (MIT), miembro del Conseil d’Analyse Économique y miembro de la Académie des Sciences Morales et Politiques. Tirole obtuvo la Medalla de Oro del Centre National de la Recherche Scientifique en 2007. Cuando recibió el Premio Nobel en 2014, la academia sueca se refirió a él como «uno de los economistas más influyentes de nuestro tiempo».
Economía del bien común es un apasionado manifiesto a favor de un mundo en el que la economía, lejos de considerarse una «ciencia lúgubre», se vea como una fuerza positiva a favor del bien común. En el este libro desempeña un papel central la idea del bien común, uno de sus grandes intereses, junto a su esfuerzo por incorporar dimensiones como la psicológica, la social y la jurídica a la idea más reduccionista de la economía tradicional e intenta responder a todas las preguntas que nos planteamos hoy sobre el estado de la economía: economía digital, innovación, empleo, cambio climático, Europa, papel del Estado, financias, mercado, etc.
 Resumen
El
 4 de mayo de 2017 tuvo lugar en la Fundación Rafael del Pino el diálogo
 sobre “La economía del bien común”, con motivo de la presentación del 
libro del mismo título escrito por Jean Tirole, premio Nobel de Economía
 2014.
Según Tirole, la ejecución de la política económica tiene un problema y es que los políticos tienen que complacer al electorado y a los grupos de presión si quieren salir reelegidos. El electorado, por ello, debe estar bien informado acerca de las consecuencias indirectas de las políticas que reclaman porque su efecto puede ser muy distinto al esperado. Otro problema, en este sentido, es de naturaleza psicológica y consiste en lo que la gente quiere creer y aceptar. Las personas no quieren pensar que un endeudamiento público creciente pone en peligro el sistema de bienestar social y, por tanto, se resiste a las políticas de austeridad.
Una de esas consecuencias indirectas se aprecia en el sistema universitario francés, en el que se ha apostado por derechos de matrícula muy reducidos que lo que hacen es subvencionar a los ricos. Además, existen mecanismos de información privilegiada que permiten que quienes conocen el funcionamiento del sistema saquen el máximo partido del mismo, por ejemplo, la información sobre las mejores universidades y los requisitos para poder acceder a ellas.
Otro de los problemas es la creciente disminución de la confianza en los mercados, con las consiguientes demandas de protección. La gente está preocupada por las consecuencias de la crisis financiera, por el empleo, por el cambio tecnológico, por el cambio climático y busca un marco más confortable. Ese marco lo ofrecen los populistas, que realizan promesas sin ningún tipo de restricción en relación con los gastos, usando el dinero público.
Por lo que se refiere a la distribución de la renta, Tirole indicó que la distribución es menor cuanto mayores sean las diferencias o las divisiones entre los individuos, porque los ciudadanos están menos dispuestos a gastar en aquellos a los que consideran diferentes. Esto explica que mientras en Estados Unidos hay mucha redistribución de renta entre los distintos estados, porque hay un sentido de pertenencia a la misma comunidad, en Europa no sucede lo mismo entre los países de la UE.
Respecto a la economía de la religión, Tirole indicó que los impuestos que se han cobrado a las minorías religiosas han promovido que la gente pertenezca a la religión mayoritaria. Las religiones compiten en muchos países y lo hacen, en muchos casos, a través de la provisión de unos servicios públicos que debería facilitar el estado, pero que no lo hace.
Tirole se mostró crítico con quienes pretenden que las autoridades regulatorias no sean independientes. Puso el ejemplo de Francia, donde mucha gente quiere recuperar la soberanía monetaria y así poder financiar el déficit público imprimiendo dinero. Esas personas no piensan en los pobres, que son los primeros perjudicados por la inflación. Los políticos, por ello, no deben controlar las autoridades regulatorias porque eso sería simplemente para beneficio de los grupos de presión.
También criticó el Acuerdo de París para combatir el cambio climático. Al volver a su país, ningún político de los que lo aprobaron dijo “voy a hacer algo por el cambio climático, voy a gastar para combatirlo”, porque lo que hay es una promesa colectiva sin que nadie diga quién va a poner el dinero. Una posibilidad para combatir el cambio climático sería un impuesto sobre las emisiones de dióxido de carbono. Otra es poner techo a las emisiones y crear un mercado de derechos de emisión en el que los que emitan menos de lo previsto puedan vender los derechos sobrantes.
En este mismo ámbito, consideró que en Europa hay que hacer más para reducir las emisiones de dióxido de carbono. El problema es que se corre el riesgo de que las empresas se deslocalicen y se vayan donde les cobren menos por dichas emisiones.
Por lo que se refiere al mercado de trabajo, Tirole señaló que hay que proteger a los trabajadores, no a los puestos de trabajo. En este sentido, denunció la dualidad del mercado de trabajo, entre trabajadores fijos y temporales y se mostró contrario a la temporalidad porque impide la cualificación de los trabajadores temporales, pero también advirtió de la necesidad de que la normativa laboral se adapte a un mundo que cambia a gran velocidad y al que resulta cada vez más difícil adaptarse. En este sentido, considera que la inmigración es una oportunidad, si hay empleo para ellos, porque los inmigrantes generan demanda y pagan impuestos y cotizaciones sociales. En este sentido, es un error considerar que el número de puestos de trabajo en una economía es fijo.
También considera que se debe limitar la contratación temporal y que se debe hacer tributar a las empresas que despiden, porque indemnizan al trabajador, pero no pagan a la Seguridad Social y, entonces, tienen que mantenerla los ciudadanos. Por ello, hay que hacer que las empresas sean más responsables y que internalicen todos los aspectos relacionados con los despidos.
Tirole es partidario de una supervisión financiera europea porque tiene las ventajas de que hay más experiencia a nivel europeo en materia de supervisión y porque se les retira a los políticos la capacidad regulatoria sobre el sistema financiero. También es partidario de la creación de una autoridad presupuestaria europea independiente para controlar las políticas fiscales. Y cree que la UE debe avanzar hacia un estado federal porque conlleva mejores mecanismos de estabilización e impone reglas comunes.
Por último, se refirió a los desafíos que suponen las plataformas de internet. En el caso concreto del taxi y Uber, dijo que si los taxis fueran más baratos los utilizaría más gente y consideró un error la compra de licencias a precios muy altos para venderlas cuando llegue el momento de la jubilación y financiar el retiro con el producto de la venta de la misma. En su opinión, la tecnología iguala el terreno de juego y no reduce el empleo, sino que ayuda a la gente a encontrar un trabajo.
Por otra parte, las plataformas ofrecen por un lado servicios gratis y obtienen sus ingresos de otro lado del mercado. Esto es complicado para las autoridades de la competencia porque por un lado los precios son libres y por otro son, o pueden ser, de monopolio. Por ello, hay que redefinir esta política y considerar los dos lados del mercado conjuntamente.
Según Tirole, la ejecución de la política económica tiene un problema y es que los políticos tienen que complacer al electorado y a los grupos de presión si quieren salir reelegidos. El electorado, por ello, debe estar bien informado acerca de las consecuencias indirectas de las políticas que reclaman porque su efecto puede ser muy distinto al esperado. Otro problema, en este sentido, es de naturaleza psicológica y consiste en lo que la gente quiere creer y aceptar. Las personas no quieren pensar que un endeudamiento público creciente pone en peligro el sistema de bienestar social y, por tanto, se resiste a las políticas de austeridad.
Una de esas consecuencias indirectas se aprecia en el sistema universitario francés, en el que se ha apostado por derechos de matrícula muy reducidos que lo que hacen es subvencionar a los ricos. Además, existen mecanismos de información privilegiada que permiten que quienes conocen el funcionamiento del sistema saquen el máximo partido del mismo, por ejemplo, la información sobre las mejores universidades y los requisitos para poder acceder a ellas.
Otro de los problemas es la creciente disminución de la confianza en los mercados, con las consiguientes demandas de protección. La gente está preocupada por las consecuencias de la crisis financiera, por el empleo, por el cambio tecnológico, por el cambio climático y busca un marco más confortable. Ese marco lo ofrecen los populistas, que realizan promesas sin ningún tipo de restricción en relación con los gastos, usando el dinero público.
Por lo que se refiere a la distribución de la renta, Tirole indicó que la distribución es menor cuanto mayores sean las diferencias o las divisiones entre los individuos, porque los ciudadanos están menos dispuestos a gastar en aquellos a los que consideran diferentes. Esto explica que mientras en Estados Unidos hay mucha redistribución de renta entre los distintos estados, porque hay un sentido de pertenencia a la misma comunidad, en Europa no sucede lo mismo entre los países de la UE.
Respecto a la economía de la religión, Tirole indicó que los impuestos que se han cobrado a las minorías religiosas han promovido que la gente pertenezca a la religión mayoritaria. Las religiones compiten en muchos países y lo hacen, en muchos casos, a través de la provisión de unos servicios públicos que debería facilitar el estado, pero que no lo hace.
Tirole se mostró crítico con quienes pretenden que las autoridades regulatorias no sean independientes. Puso el ejemplo de Francia, donde mucha gente quiere recuperar la soberanía monetaria y así poder financiar el déficit público imprimiendo dinero. Esas personas no piensan en los pobres, que son los primeros perjudicados por la inflación. Los políticos, por ello, no deben controlar las autoridades regulatorias porque eso sería simplemente para beneficio de los grupos de presión.
También criticó el Acuerdo de París para combatir el cambio climático. Al volver a su país, ningún político de los que lo aprobaron dijo “voy a hacer algo por el cambio climático, voy a gastar para combatirlo”, porque lo que hay es una promesa colectiva sin que nadie diga quién va a poner el dinero. Una posibilidad para combatir el cambio climático sería un impuesto sobre las emisiones de dióxido de carbono. Otra es poner techo a las emisiones y crear un mercado de derechos de emisión en el que los que emitan menos de lo previsto puedan vender los derechos sobrantes.
En este mismo ámbito, consideró que en Europa hay que hacer más para reducir las emisiones de dióxido de carbono. El problema es que se corre el riesgo de que las empresas se deslocalicen y se vayan donde les cobren menos por dichas emisiones.
Por lo que se refiere al mercado de trabajo, Tirole señaló que hay que proteger a los trabajadores, no a los puestos de trabajo. En este sentido, denunció la dualidad del mercado de trabajo, entre trabajadores fijos y temporales y se mostró contrario a la temporalidad porque impide la cualificación de los trabajadores temporales, pero también advirtió de la necesidad de que la normativa laboral se adapte a un mundo que cambia a gran velocidad y al que resulta cada vez más difícil adaptarse. En este sentido, considera que la inmigración es una oportunidad, si hay empleo para ellos, porque los inmigrantes generan demanda y pagan impuestos y cotizaciones sociales. En este sentido, es un error considerar que el número de puestos de trabajo en una economía es fijo.
También considera que se debe limitar la contratación temporal y que se debe hacer tributar a las empresas que despiden, porque indemnizan al trabajador, pero no pagan a la Seguridad Social y, entonces, tienen que mantenerla los ciudadanos. Por ello, hay que hacer que las empresas sean más responsables y que internalicen todos los aspectos relacionados con los despidos.
Tirole es partidario de una supervisión financiera europea porque tiene las ventajas de que hay más experiencia a nivel europeo en materia de supervisión y porque se les retira a los políticos la capacidad regulatoria sobre el sistema financiero. También es partidario de la creación de una autoridad presupuestaria europea independiente para controlar las políticas fiscales. Y cree que la UE debe avanzar hacia un estado federal porque conlleva mejores mecanismos de estabilización e impone reglas comunes.
Por último, se refirió a los desafíos que suponen las plataformas de internet. En el caso concreto del taxi y Uber, dijo que si los taxis fueran más baratos los utilizaría más gente y consideró un error la compra de licencias a precios muy altos para venderlas cuando llegue el momento de la jubilación y financiar el retiro con el producto de la venta de la misma. En su opinión, la tecnología iguala el terreno de juego y no reduce el empleo, sino que ayuda a la gente a encontrar un trabajo.
Por otra parte, las plataformas ofrecen por un lado servicios gratis y obtienen sus ingresos de otro lado del mercado. Esto es complicado para las autoridades de la competencia porque por un lado los precios son libres y por otro son, o pueden ser, de monopolio. Por ello, hay que redefinir esta política y considerar los dos lados del mercado conjuntamente.
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“La 
Fundación Rafael del Pino no se hace responsable de los comentarios, 
opiniones o manifestaciones realizados por las personas que participan 
en sus actividades y que son expresadas como resultado de su derecho 
inalienable a la libertad de expresión y bajo su entera responsabilidad.
 Los contenidos incluidos en el presente resumen, realizado para la 
Fundación Rafael del Pino por el profesor Emilio González, son resultado
 de los debates mantenidos en el encuentro realizado al efecto en la 
Fundación y son responsabilidad de sus autores.”
https://frdelpino.es/conferencia-magistral-jean-tirole/
 
 
La RSE en el libro Economía del bien común, de un premio Nobel
No, no le dieron el Nobel de Economía a Cristian Felber cuyas ideas (utópicas) comentamos en un artículo anterior (Economía del bien común y RSE: ¿Juegan en la misma liga?). Nos referimos al reciente libro del profesor Jean Tirole, Economía del bien común, (Premio del Banco Nacional de Suecia en Ciencias Económicas en honor a Alfred Nobel). Es una pena que el título en español sea el mismo que el de Felber y se puedan confundir. Nos parece que en inglés el título es más acertado, Economía para el bien común, o sea, como puede la economía servir al bien común (aunque el original en francés es “del”). No analizaremos el libro (son 560 páginas), nos concentraremos en una sección del capítulo 7, Gobernanza y Responsabilidad Social de la Empresa, donde se cubre la RSE.
https://blog.iese.edu/antonioargandona/2018/06/15/de-nuevo-sobre-un-buen-libro-de-economia/
La RSE en el libro Economía del Bien Común, del Premio Nobel Jean Tirole
 
 No, no le dieron el Nobel de Economía a Cristian Felber cuyas ideas (utópicas) comentamos en un artículo anterior (Economía del bien común y RSE: ¿Juegan en la misma liga?). Nos referimos al reciente libro del profesor Jean Tirole, Economía del bien común, (Premio del Banco Nacional de Suecia en Ciencias Económicas en honor a Alfred Nobel). Es una pena que el título en español sea el mismo que el de Felber y se puedan confundir. Nos parece que en inglés el título es más acertado, Economía para el bien común, o sea, como puede la economía servir al bien común (aunque el original en francés es “del”). No analizaremos el libro (son 560 páginas), nos concentraremos en una sección del capítulo 7, Gobernanza y Responsabilidad Social de la Empresa, donde se cubre la RSE.
El profesor Tirole es ampliamente conocido (entre economistas 
expertos) por sus investigaciones y publicaciones en la teoría de juegos
 y organización y regulación industrial, por las que fue reconocido con el premio Nobel en 2014. 
 Su obra es de un elevado nivel teórico, con extenso uso de las 
matemáticas, accesible solo a expertos.  Afortunadamente este libro está
 escrito en prosa y, aunque es denso en lenguaje técnico, es legible 
para los que han tomado algunos cursos de microeconomía.
¿Por qué vale la pena comentar el capitulo?  Cuando 
vi que el libro, de un premio Nobel, tenía una sección sobre la RSE lo 
compré pensando que daría luces sobre el tema, que tendría una 
contribución, que añadiría valor. Resultó que sí vale la pena 
comentarlo, pero más bien por la decepción que produce el tratamiento del tema. A lo mejor mis expectativas eran demasiado elevadas para una sección de un capítulo, de un libro de economía general.
Responsabilidad social de la empresa al revés
La sección está basada en una concepción superada de lo que 
es la RSE.  Parte de la antigua definición de la RSE de la Unión 
Europea, de que la RSE es algo adicional, voluntario, ir más allá de la 
ley (ver mi artículo Como interpretar LA definición de la RSE).  Y su principal argumento es que son los stakeholders los que se sacrifican para que la empresa pueda ser responsable ante la sociedad.  Para él solo existen tres grupos de stakeholders:
 inversionistas responsables, empleados y consumidores, ignorando los 
directivos, la sociedad civil y los gobiernos, entre otros. 
No ve la responsabilidad empresarial como una decisión gerencial, como la iniciativa de los que gestionan la empresa. Según el libro la empresa no se interesa por sus stakeholders, son éstos los que determinan la responsabilidad de la empresa.  De hecho, usa un término inusual, “filantropía delegada”, para referirse a ello, como si los stakeholders se sacrificaran por la empresa, como si los stakeholders le
 delegaran su filantropía a la empresa, filantropía al revés.  
Supuestamente los inversionistas responsables están dispuestos a recibir
 menores rendimientos por invertir en empresas que respetan los derechos humanos, que pagan sueldos justos, etc.  Los consumidores pagan más por los productos porque son producidos responsablemente.  Los empleados se sacrifican por la empresa. Es al revés de la visión prevalente
 de que la empresa asume su responsabilidad ante la sociedad, porque es 
su responsabilidad, y ésta la recompensa, a veces, con su favor. No son 
los stakeholders los que “le dan” a la empresa.
Si bien es cierto que son estos stakeholders, y los demás no mencionados, los que presionan
 o hacen que las empresas sean responsables, no lo pone en ese contexto,
 sino en el de que son ellos con su “filantropía delegada” a la empresa 
los que la hacen ser responsable.
Otro de los impulsores que menciona es la de la visión de largo plazo, pero
 de nuevo en un contexto inverso.  Para el autor no son los dirigentes 
los que impulsan esa visión, son los inversionistas responsables los que
 con su activismo fuerzan esa visión.  Esto contradice la 
experiencia en la práctica.  Los inversionistas activistas se preocupan 
mayormente de los beneficios en el corto plazo, coartando con su 
accionar esa visión de largo plazo.  Y los inversionistas responsables, a
 los que les debería preocupar esa visión, suelen ser muy poco 
activistas y ser pasivos.
Aunque ello está cambiando, los activistas por el largo plazo son 
todavía la excepción y solo es común es en las empresas de propiedad 
concentrada en pocos dueños (ver Mucho ruido, pocas nueces: Activismo de fondos de inversión). Y
 basa sus argumentos en que los inversionistas invierten en las empresas
 con horizontes de largo plazo, cuando la realidad es que la tenencia de
 acciones en empresas es, en el promedio, de cortísimo plazo. 
Si no les gusta lo que hace la empresa, venden sus acciones o tratan de 
cambiar a la gerencia (pero es excepcional y suele ocurrir para aumentar
 aún más los beneficios) (ver ¿Pueden las empresas responsables resistir los embates de los activistas financieros?).  Su posición es al revés de la visión prevalente.
Como tercer impulsor de la RSE menciona la filantropía corporativa, que asocia al “sacrificio de beneficios”. 
 Repite la gastada cita de Milton Friedman (aquello de que el negocio de
 las empresas es hacer negocios y que filantropía corresponde a las 
personas) y no añade nada a la discusión.
Y tiene otro argumento al revés. Dice: “los consumidores, empleados e inversionistas presionarán a la empresa a comportarse éticamente solo si entienden claramente los efectos de ese comportamiento”. Y si no entienden los efectos, ¿serían indiferentes?  La visión prevalente es de que muchos de estos stakeholders son indiferentes y corresponde a la empresa y algunos otros stakeholders (sociedad civil, medios, etc.) informarles para respondan al comportamiento responsable de la empresa, y así se puedan realizar algunos beneficios financieros de su responsabilidad (el argumento empresarial).
Concluye
Finalmente, la responsabilidad social corporativa, la inversión 
socialmente responsable y el comercio justo son compatibles con una 
economía de mercado. Representan una respuesta que es tanto 
descentralizada como parcial (debido al problema del aprovechado) a la 
cuestión de como proveer bienes públicos.  
Tendrían menos espacio en un mundo en que el estado fuera más efectivo y benevolente,
 representativo de la voluntad de los ciudadanos: pero en mundo real, 
hay lugar para estas iniciativas éticas de parte de los ciudadanos y las
 empresas, y espero haber ayudado a clarificarlo (mi traducción de la versión en inglés, énfasis añadido)
No, no lo ha clarificado.  El objetivo de la responsabilidad social de la empresa no es la provisión de bienes públicos ni es la substitución de las fallas del estado. El
 objetivo es asumir responsabilidad por sus impactos pasados, presentes y
 futuros y los que quiera tener para contribuir a una mejor sociedad, 
altruistica o interesadamente.  Aunque el estado fuera efectivo y 
benevolente, la responsabilidad de la empresa es la misma.  Sus impactos
 son independientes de la efectivad y benevolencia del estado. 
 Sólo en el caso de que la empresa quiera contribuir a resolver fallas 
del estado (salud y educación, por ejemplo) para tener una sociedad 
mejor en la que logar sus objetivos estaría proveyendo algunos bienes 
públicos, generalmente limitados a su entrono operativo.
En aras de la transparencia
Tengo que confesar que no he leído el resto del libro.  Es citado como uno de los mejores libros del 2017 en Economía por el Financial Times, Microsoft, The Times, Bloomberg, etc. y las reseñas suelen ser muy favorables.[1] El libro es popular en España y Francia, mucho menos en EE.UU.  En su defensa diré que la RSE no suele ser el punto fuerte de la teoría microeconómica y no ha sido objeto de mucha atención.  Es un tema más investigado y estudiado por las demás ciencias sociales, las “menos duras”
 (la tendencia en los economistas es a considerarla una ciencia dura, al
 nivel de las ciencias naturales, física, química, matemáticas, etc.).
P.S. Espero que el lector me perdone por el atrevimiento de 
criticar a un Premio Nobel de Economía.  Existe la posibilidad de que no
 haya entendido sus argumentos……que fueron escritos hace ya varios años.
 
[1] El libro ha sido objeto de por lo menos dos breves artículos del profesor Antonio Argandoña en su blog, Un buen libro de economía, y De nuevo, sobre un buen libro de economía.
https://www.agorarsc.org/la-rse-en-el-libro-economia-del-bien-comun-del-premio-nobel-jean-tirole/ 
http://cumpetere.blogspot.com/2018/03/economia-del-bien-comun-y-rse-juegan-en.html 
Resumo aquí un artículo que publiqué el pasado 1 de junio en El Periódico, titulado «Una lección de (buena) economía».
El libro ha sido escrito por Jean Tirole, premio Nobel de Economía en 2014, y se titula La economía del bien común (Barcelona, Taurus, 2017). No va de bien común,
 al menos tal como (algunos) académicos lo entendemos. Pero recomiendo 
su lectura. El libro es grueso (más de 550 páginas) y su lenguaje no es 
técnico. Dice cosas muy útiles, primero, para los 
economistas; luego, para los que formamos a economistas; tercero, para 
los que escriben sobre temas de economía, sean o no economistas, y, 
finalmente, para toda persona culta que quiera entender los problemas 
económicos y sociales de nuestro entorno. No hace falta que uno esté de 
acuerdo con todo lo que dice, para que pueda beneficiarse de su lectura.
Por ejemplo, un mensaje que aflora desde las primeras páginas del libro es que debemos ser conscientes de las limitaciones de nuestro conocimiento.
 O, tomando las palabras de otro gran economista de hace un siglo, 
Alfred Marshall, “en las ciencias sociales no hay verdades absolutas 
(excepto esta, claro)”.
Esto es muy útil para los economistas, como ya he dicho, porque, a estas alturas de nuestra ciencia, ya sabemos que los seres humanos no somos tan racionales como dicen nuestros modelos;
 que nos dejamos influir por las normas sociales y por las rutinas de 
comportamiento; que la información está repartida de modo muy desigual, y
 que frecuentemente creemos lo que queremos creer, no lo que se presenta
 ante nosotros. Y me atrevo a poner énfasis en estas limitaciones y 
tergiversaciones, porque las sufrimos todos, también los ciudadanos de a
 pie.
Pero esto significa que nuestras decisiones son propensas al error.
 Primero, para nosotros mismos: nos equivocamos a la hora de decidir. Y 
segundo, para los demás: nuestras decisiones les hacen daño. Por eso hemos “inventado” algunas soluciones, como el mercado, que Tirole defiende, pero con mucho realismo. Y el mercado necesita instituciones, leyes y normas que lo protejan, que favorezcan la transparencia y la competencia (¡oh, qué importante es la competencia, subraya Tirole!).
Eso da entrada al Estado. Pero sus representantes 
tampoco son de fiar, porque muchas veces persiguen intereses privados y 
sufren los mismos sesgos que los demás. Lo que hay que conseguir es que 
los políticos vigilen que los que toman decisiones no creen incentivos perversos,
 que producen resultados ineficientes e injustos. La gente, dice Tirole,
 suele reaccionar a los incentivos; si estos son malos, las decisiones 
serán incorrectas.
Tirole comenta un amplio listado de temas de actualidad,
 desde el cambio climático hasta el proteccionismo comercial, desde la 
gestión de las plataformas digitales hasta el alto desempleo que hay en 
Francia (¡qué diría del que tenemos en España!), desde las burbujas 
especulativas hasta la regulación de las instituciones financieras. El 
lector encontrará buenas discusiones de los supuestos, las posibles 
soluciones y, especialmente, de los argumentos que solemos dar los 
economistas para entender las consecuencias, casi siempre negativas a un
 plazo no tan largo, que tienen las “geniales” soluciones que se les 
ocurren a otros economistas poco cuidadosos, sobre todo si trabajan para
 políticos poco responsables.
Ya he dicho que el lector no tiene por qué estar de acuerdo con todas las propuestas de Tirole. En todo caso, es un libro de economía, no de ética: le
 falta, me parece, entender mejor lo que es la persona humana y su 
acción, pero, afortunadamente, su realismo y su amplitud de miras le 
permiten enfocar los problemas de modo que las recomendaciones morales 
pueden aparecer sin dificultad. La economía del bien común puede ser especialmente útil en nuestras universidades,
 en las que lo políticamente correcto o lo que es aceptable para ciertas
 opciones ideológicas puede suponer un freno a la hora de hacer buena 
economía.
https://blog.iese.edu/antonioargandona/2018/06/09/un-buen-libro-de-economia/
En la entrada anterior (aquí) recomendé al lector un libro de Jean Tirole, La economía del bien común, argumentando
 que es un buen libro de economía que ayudará a entender muchos 
problemas de actualidad y a enfocar adecuadamente las cuestiones 
económicas. La referencia al bien común en el título del libro sugiere 
que este trata, de alguna manera, de la colaboración entre ética y economía. Y esto me lleva a hacer algunos comentarios adicionales.
Primero, sobre el título. Desde la Modernidad el bien común es sinónimo de interés general o interés común, es decir, una cierta suma o compendio de bienes privados.
 Quedan atrás las ideas de Aristóteles, Santo Tomás de Aquino y un 
puñado de autores del siglo pasado, que tienen una visión distinta, que 
es una pena que se olvide. Para Tirole, el bien común quiere decir que las decisiones de un agente no reducen de manera injusta el bienestar de otros
 – injusto quiere decir aquí que los perjudicados no aceptan el 
resultado, aunque no lo manifiesten, porque, por ejemplo, no son 
conscientes de los daños que ellos sufren como consecuencia de esa 
decisión.
De acuerdo con la teoría económica convencional, los agentes son autónomos;
 cada uno tiene sus propios intereses, definidos de acuerdo con su 
función de preferencias; esa variedad de intereses es la causa de que se
 produzcan efectos negativos en otros agentes y en el conjunto de la 
sociedad, cuando uno intenta promover los suyos. No disponemos de medios
 para influir en esas decisiones, porque el agente es soberano y nadie tiene derecho a juzgar sus preferencias. Ahora bien, si no podemos influir en las preferencias, la ciencia económica puede ayudarnos a influir en las decisiones, de modo que los resultados colectivos sean los deseados, de acuerdo con el “bien común” antes definido.
Esta es, según Tirole, la tarea de la economía de mercado,
 que trata, precisamente, de hacer compatibles los intereses privados 
con los del conjunto de la sociedad o con los de otras personas 
afectadas. Esta reconciliación de intereses podría llevarla a cabo cada uno de los agentes,
 si conociese en qué se opone su interés personal al de la sociedad (se 
supone que, además, debería querer cambiar sus preferencias, pero Tirole
 no reconoce el papel de la voluntad, de modo que los desajustes son, casi siempre, problemas de información).
 Pero es difícil que lo haga, porque nuestros juicios tienden a reflejar
 factores como la información disponible y nuestra situación en la 
sociedad, de modo que estarán sesgados. La solución, según Tirole, sería que cada uno de nosotros actuase siempre bajo el “velo de la ignorancia”,
 de tal manera que, al tomar nuestras decisiones, no supiésemos si nos 
toca ser un hombre o una mujer, con buena o mala salud, de familia rica o
 pobre, educado o ignorante, ateo o religioso… La búsqueda del bien 
común nos llevaría a esa situación “detrás del velo de la ignorancia”, y
 esto nos llevaría a optar por soluciones que no perjudicasen 
particularmente a nadie, porque no sabemos si ese nadie vamos a ser 
nosotros.
Pues esto es lo que lleva a cabo la ciencia económica,
 según Tirole, que explica las consecuencias que cada acción puede tener
 para el bienestar del agente y de los demás, tanto en las transacciones de mercado
 (que, si son voluntarias, siempre serán favorables para ambas partes, 
aunque no necesariamente de acuerdo con criterios de justicia 
previamente definidos) como en las transacciones no de mercado (es decir, cuando falla el mercado o cuando fallan las actuaciones coactivas de los gobiernos). Y esta es la función social de los economistas:
 ser promotores del bien común, actuando detrás del velo de la 
ignorancia, es decir, con honestidad, no por incentivos perversos o 
intereses personales.
Bueno, ya he explicado al lector lo que me parece que Jean Tirole 
trata de hacer en su libro, y por qué me parece interesante 
recomendarlo. Pero aún no hemos llegado al contenido ético del mismo. 
Dejo esto para una futura entrada.
-https://blog.iese.edu/antonioargandona/2018/06/15/de-nuevo-sobre-un-buen-libro-de-economia/
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