dimarts, 2 de juliol del 2019

Vivir sin trabajar Xavier Ferràs

Vivir sin trabajar

 

Imaginemos un país con una sólida economía basada en innovación. Una economía tecnológica muy automatizada. Con una sociedad culta y sofisticada que decide repartir los dividendos de esa economía: un cheque mensual en cash a cada ciudadano, por el simple hecho de ser ciudadano. Éste es el principio de la renta básica universal (RBU), un concepto que culmina el discurso sobre cambio tecnológico. Una renta que constituye una red de seguridad (impidiendo caer bajo el umbral de pobreza), y que se concede a todo el mundo, independientemente de su salario y de su condición laboral. Una propuesta revolucionaria de innovación social. ¿Tiene sentido? Existen defensores en todo el espectro ideológico. Para los progresistas, significa la abolición directa de la pobreza. Para algunos liberales, la esencia de la libertad personal (nadie puede ser verdaderamente libre bajo la tiranía de la miseria). Para los conservadores, la substitución de un estado del bienestar ineficiente (con incentivos que derivan en trampas de pobreza –se percibe la ayuda sólo si se sigue siendo pobre–, y desmesurados sistemas burocráticos de gestión que generan más costes que las propias ayudas). Para muchos, la RBU sería la medida definitiva de paz y justicia social: las clases medias precarizadas son terreno abonado para inestabilidad política, populismos y neofascismos. Para otros, la RBU evitaría el colapso del propio sistema capitalista: si la sociedad se precariza y la desigualdad se extiende, ¿quién va a consumir?
¿Vamos a un futuro sin trabajo? El historiador Harari nos habla de la useless class (la clase inútil). Si la producción en masa generó trabajo en masa, parece que la digitalización en masa no lo va a hacer. ¿Seremos sustituidos por máquinas? Ante un cambio tecnológico, siempre han emergido nuevos nichos de empleo. Pero, ¿y si estos nuevos trabajos también son realizados por algoritmos y robots? No sigamos a los ludditas del siglo XIX (trabajadores textiles que destrozaban la maquinaria ante la amenaza de desempleo). Nadie va a frenar el cambio tecnológico, y, a corto plazo, la tecnología es una gran fuente de progreso: a mayor tecnología, mayor competitividad, mejores exportaciones, más empleo y mayores posibilidades de diseñar un sólido estado del bienestar. Pero es imprescindible abrir el debate en el largo plazo. Si, como indican estudios de Oxford, hacia el 2060 toda tarea humana podría ser desarrollada por un algoritmo digital o robot, habrá que pensar en qué tipo de sociedad queremos en ese horizonte. ¿Podría ser que nos libráramos de la necesidad de trabajar, si un sistema digital lo hace por nosotros?
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Si esto es así, habrá que buscar mecanismos redistributivos. Según Brian Arthur (Stanford), si los ingresos totales de los hogares americanos (8,5 billones de dólares) se distribuyeran equitativamente entre los 116 millones de hogares, cada hogar tendría unos ingresos de 73.000 $. Pero 43 millones de norteamericanos viven en la pobreza, y 100 millones en la precariedad. No estamos en la edad media: la tecnología genera abundancia. Se crea riqueza como nunca antes. Pero esta no se distribuye.
Diferentes formas de RBU han sido postuladas a lo largo de la historia: desde el filósofo renacentista Thomas More, con su Utopía (1516), a líderes tecnológicos actuales como Mark Zuckerberg, Elon Musk o Bill Gates, pasando por científicos como Stephen Hawking, inversores como Warren Buffet, líderes civiles como Martin Luther King, o economistas de diferentes orientaciones como Keynes o Friedman. Numerosos proyectos piloto se han llevado a cabo en el mundo, aunque todos parciales y a una escala tan pequeña que es difícil sacar conclusiones. Y existen feroces detractores, que resaltan sus debilidades. ¿La RBU desincentivaría el trabajo? Efectivamente, hay quien dejaría de trabajar, aunque una parte desarrollaría labores sociales (atención a niños y ancianos) y otros, viendo su riesgo vital mínimo cubierto, optarían por emprender iniciativas propias. ¿Alteraría la meritocracia social? Quizá no es justo que alguien que no contribuya al progreso (que opte por no trabajar) reciba una renta. Pero es menos justo aún que quien quiera trabajar no pueda hacerlo y sea condenado a la miseria. ¿Nos la gastaríamos en alcohol? Los estudios no dicen eso, al contrario, parece que mejoran substancialmente los ratios sanitarios. ¿Es un tipo de neocomunismo ineficaz? No. Es un nivel mínimo, sin renunciar a la libertad económica individual. ¿Crearía inflación? Quizá, pero técnicamente no es inflación: se distribuye el dinero en circulación, no se crea más.
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Noruega dispone de un fondo soberano sobre la riqueza del petróleo que ha generado en un trimestre plusvalías de 15.000 € por cada ciudadano. Israel no tiene recursos naturales, pero obtiene réditos de las inversiones públicas en start-up s deep tech, que reinvierte en nuevas start-ups. ¿Por qué no constituir fondos sobre el talento y la riqueza tecnológica de un país? Si mañana leyéramos en la prensa que Dinamarca implanta una RBU diríamos “¡qué país tan avanzado!”. Efectivamente, la RBU es el fin de trayecto de una sociedad culta y sofisticada, sustentada en una competitiva economía de la innovación y desarrollada por Estados emprendedores, capaces de invertir pacientemente en proyectos estratégicos de largo plazo. Sólo una first-mover nation podrá permitirse una RBU. Desgraciadamente, no vamos por el camino. En el 2018, la mitad del presupuesto estatal de I+D quedó por ejecutar. En el último ranking de innovación europea, España cae tres posiciones, y todas las comunidades autónomas retroceden. ¿El sur de Europa está condenado a la precariedad? No. Portugal asciende y se posiciona ya como uno de los líderes innovadores de Europa.
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