dimarts, 31 de març del 2020

¿Una renta básica universal para la pandemia?


¿Una renta básica universal para la pandemia?

Es muy difícil encontrar la ayuda perfecta, pero hay una cuyo valor es la inmediatez y la simplicidad

Imaginen que el Gobierno decide ofrecer como respuesta al colapso económico causado por la Covid-19 un cheque de 1.000 euros al mes para cada persona en edad de trabajar en los próximos tres meses. Puesto que en España hay alrededor de 38 millones de personas en edad de trabajar, el gasto inmediato de la medida sería de alrededor de 114.000 millones de euros, el equivalente al 11% del PIB.
Ahora imaginemos que al mismo tiempo el Gobierno aprueba un impuesto extraordinario que solamente se pagará una vez el próximo año. Para determinar la cuantía del impuesto Hacienda calculará la caída de ingresos de una persona entre 2019 y 2020. Todas las personas que no se hayan visto afectadas por la pandemia “devolverán” los 3.000 euros íntegramente. El resto pagarán el impuesto en función de cuánto haya caído su renta.

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Greg Mankiw, un economista de la Universidad de Harvard, hacía una propuesta similar para EE UU hace unos días en su blog, con la siguiente fórmula para calcular el impuesto: N*X*(Ingresos de 2020/Ingresos 2019) —donde N son los meses que dure la renta y X la cuantía de la renta—.
¿Cuánto costaría implementar en España una renta de ese tipo? Por simplicidad, supongamos que la mitad de la población en edad de trabajar (unos 18 millones de personas) no ve afectada su renta por la pandemia, otro 25% (unos 9,5 millones de personas) ve su renta reducida a la mitad y otro 25% (unos 9,5 millones de personas) pierde toda la renta durante tres meses.
Siguiendo la fórmula de Mankiw el coste de esa “renta básica temporal” en términos netos para el Estado a lo largo de los dos años sería de menos del 1% del PIB (0,91%), una cifra perfectamente asumible para España. Recordemos que el Gobierno ha anunciado un paquete fiscal para luchar contra la pandemia de 200.000 millones de euros, equivalente a un 20% del PIB.
Lógicamente hay una gigantesca incertidumbre respecto a la evolución futura de la pandemia y estas cifras son simplemente orientativas. Pero la idea se entiende.
Muchos economistas hemos sido tradicionalmente reticentes a sistemas de renta básica universal por varias razones. La primera es que cuesta mucho dinero. La segunda es que al recibirla todo el mundo, se dispersan recursos, en vez de concentrarse en los que más lo necesitan. La tercera es que puede generar incentivos perversos: que la gente “prefiera” por el mismo precio dejar de trabajar o de buscar trabajo.
Sin embargo, nos encontramos en circunstancias absolutamente excepcionales. Millones de personas van a perder su empleo en España. Muchos de ellos estarán cubiertos, pero otros no. Hay sectores que son particularmente vulnerables, como los autónomos, el empleo doméstico o los trabajadores temporales.
Por ejemplo, la mitad de los contratos temporales en España tiene una duración de menos de seis meses. Hablamos de alrededor de dos millones de trabajadores que probablemente no tendrán renovación en cuanto se acabe el contrato. En el ámbito del trabajo doméstico, la situación es todavía más delicada. El 90% del empleo del hogar lo realizan mujeres, el 50% de ellas son inmigrantes, y a diferencia del resto de trabajadores asalariados, carecen de protección por desempleo en caso de despido. Mucha otra gente también vive al día, con parte de sus ingresos provenientes de la economía informal y se encuentran en estos momentos con el agua al cuello.
Existen evidentemente medidas de protección y asistencia en España muy desarrolladas y el Gobierno ha puesto en marcha un plan ambicioso para tratar de cubrir de una forma u otra a todos los colectivos. Sin embargo, la activación de las ayudas es lenta, compleja y burocrática, e inevitablemente muchas personas se van a quedar fuera de cobertura, o bien por falta de información o porque no cumplen algún requisito. Para muchas de esas personas cada día que pasa sin poder pagar las facturas es un infierno.
Una renta de este tipo ofrece tres ventajas fundamentales: es simple, inmediata y llega a todo el mundo. Se podría activar de forma casi automática, cubriría a todos los que lo necesitan y ahorraría miles de horas de trámites y burocracia. En tiempos normales, el coste “de asegurarse que recibe el dinero quien más lo necesita” es asumible. Ahora la inmediatez es esencial.
Además, con un diseño como el que propone Mankiw se pueden solventar los problemas típicos de este tipo de rentas. Sigue siendo mucho dinero, pero ¿para qué está el Estado si no es para ofrecer ayuda de emergencia frente a una adversidad completamente fortuita de este tipo? El segundo problema también se solventa con la propuesta de Mankiw: en vez de “acotar” la ayuda ex ante, lo haces ex post, recuperando el dinero de quien no lo necesitaba un año después. El tercer problema respecto a los incentivos al empleo es irrelevante en estas circunstancias.
Es muy difícil encontrar una ayuda perfecta. En este caso el valor de la inmediatez y la simplicidad es enorme. Por eso, una “renta básica universal para la pandemia” debería considerarse muy seriamente en el menú de opciones que estén barajando los Gobiernos.
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Toni Roldán Monés es director de EsadeEcPol, Center for Economic Policy and Political Economy
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  • https://elpais.com/elpais/2020/03/30/opinion/1585560122_606773.html?ssm=FB_CC&fbclid=IwAR2xsRwJLrywOWDV04oe27GnFOy4htWyDNRTXosnIepEHrgpsKC_140_4Hc 
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Una pandemia real.***Ponencia realizada el pasado 17 de marzo de 2020 en la 17ª edición del PostCROI, organizada por la Fundación Lucha contra el Sida y coordinada por FLS Science. La jornada aporta un --resumen de gran calidad-- de las exposiciones presentadas en la 27a edición del CROI (Conference on Retroviruses and Opportunistic Infections).Dr. Josep Maria Miró PostCROI 2020 
  • https://www.youtube.com/watch?v=4rjyRBw8294&fbclid=IwAR0x3WrRZ4neAx_dEh5Ysh0_rtz6F-gxJtOZnmrXWNBZyBYf376al8mWfgI

 

 

dilluns, 2 de març del 2020

Refundar el capitalismo (otra vez)

Refundar el capitalismo (otra vez)

Una década larga después de que los políticos avanzasen la idea, son los economistas, filósofos y sociólogos los que pretenden suprimir los excesos y abusos del mercado para que éste sobreviva

Pocos días después de la quiebra de Lehman Brothers, el gigantesco banco de inversión norteamericano, en septiembre de 2008, un acobardado presidente francés, el conservador Nicolas Sarkozy, hizo unas declaraciones célebres que retumbaron en el mundo entero: “La autorregulación para resolver todos los problemas se acabó: le laissez-faire c’est fini. Hay que refundar el capitalismo (…) porque hemos pasado a dos dedos de la catástrofe”.
Se superó aquel momento crítico en el que todo parecía posible, incluida la quiebra del sistema. El sector financiero, a trancas y barrancas, salió de la crisis mediante paladas y paladas de ayudas públicas (en forma de dinero, avales, garantías, compras de activos malos, liquidez casi infinita a precios muy bajos, etcétera), y aquellos verbos que se conjugaron voluntariosamente una y otra vez —refundar el capitalismo, reformar el capitalismo, regular el capitalismo, embridar el capitalismo, etcétera— se olvidaron. De la Gran Recesión se pasó a una época de “estancamiento secular” (Larry Summers), que es la que estamos viviendo. De la primera, la mayor parte de los ciudadanos salió más pobre, más desigual, mucho más precaria, menos protegida y con dos características políticas que explican en buena parte lo que se está afianzando ante nuestros ojos: más desconfiados (en los Gobiernos, los partidos, los Parlamentos, las empresas, los bancos, las agencias de calificación de riesgos…) y menos demócratas. El resultado ha sido la explosión de los populismos de extrema derecha y la descomposición del sistema binario de partidos políticos que salió de la segunda posguerra mundial, y una concepción instrumental —no finalista— de la democracia: apoyaré la democracia mientras resuelva mis problemas; si no, me es indiferente.
El principal debate es sobre si el capitalismo está tomado de muerte o es más fuerte que nunca
Después de ese paréntesis de casi una década, cuando ya empieza a existir la distancia temporal suficiente para analizar los efectos de la Gran Recesión como una secuencia de acontecimientos que han llevado a una gigantesca redistribución negativa de la renta y la riqueza a la inversa en el seno de los países (el llamado efecto Mateo: “Al que más tiene, más se le dará, y al que menos tiene se le quitará para dárselo al que más tiene”), son los académicos y no los políticos los que multiplican las teorías sobre las características del capitalismo del primer cuarto del siglo XXI y protagonizan un gran debate extremo entre ellos: si el capitalismo está tocado de muerte porque no funciona; o, por el contrario, si una vez más en la historia está mutando de naturaleza y esa transformación lo llevará a ser de nuevo el sistema político-económico más fuerte y único. Hay dos coincidencias en la mayor parte de los libros publicados: el capitalismo se ha propagado a todos los escenarios geográficos del planeta y direcciones (no tiene alternativas), y anida en cualquier actividad y mercado, incluida la política.
El capitalismo es ahora el único sistema socioeconómico del planeta (antes se llamaba a esto imperialismo) y apenas quedan rastros del comunismo como una posibilidad sustitutiva, como ocurrió en la primera mitad del siglo XX. A esta característica central se le añade el reequilibrio del poder económico entre EE UU y Europa por un lado y Asia por otro debido al auge experimentado por los principales países de esta última región. El dominio planetario ejercido por el capitalismo se ha logrado a través de sus diferentes variantes. Algunos autores distinguen entre el capitalismo meritocrático liberal, que ha venido desarrollándose gradualmente en Occidente a lo largo de los últimos 200 años, y el capitalismo político o autoritario ejemplificado por China, pero que también existe en otros países de Asia (Singapur, Vietnam…) y algunos de Europa y África (Rusia y los caucásicos, Asia Central, Etiopía, Argelia, Ruanda…).
En los últimos tiempos se ha hecho popular otra tipología, que ha tenido su momento de gloria en el Foro Económico Mundial celebrado en Davos en el mes de enero de este año. El Manifiesto de Davos 2020 desarrolla básicamente tres tipos de capitalismo: el de accionistas, para el cual el principal objetivo de las empresas es la maximización del beneficio; el capitalismo de Estado, que confía en el sector público para manejar la dirección de la economía, y el stakeholder capitalism, o capitalismo de las partes interesadas, en el que las empresas son las administradoras de la sociedad, y para ello deben cumplir una serie de condiciones como pagar un porcentaje justo de impuestos, tolerancia cero frente a la corrupción, respeto a los derechos humanos en su cadena de suministros globales o defensa de la competencia en igualdad de condiciones, también cuando operan dentro de la “economía de plataformas”.
Se evoluciona hacia una economía y una democracia del 1%, por el 1% y para el 1%
Hasta ahora, el capitalismo de accionistas ha sido ampliamente hegemónico. Recibió un apoyo teórico muy fuerte a principios de los años sesenta, cuando el principal ideólogo de la Escuela de Chicago, el premio Nobel Milton Friedman, escribió su libro Capitalismo y libertad, en el que sentenció: “La principal responsabilidad de las empresas es generar beneficios”. Friedman sacralizó esta regla del juego a través de diversos ar­tículos que trataron de corregir algunas veleidades nacidas en EE UU acerca de la extensión de los objetivos empresariales a la llamada “responsabilidad social corporativa”. En el capitalismo de accionistas, el predominio es del corto plazo y de la cotización en Bolsa, lo que en última instancia llevó a la “financiarización” de la economía.
Esta filosofía dominante ha durado prácticamente hasta la actualidad. Hace poco tiempo, la British Academy hizo público un informe sobre la empresa del siglo XXI, fruto de la iniciativa colectiva de una treintena de científicos sociales bajo la batuta del profesor de Oxford Colin Mayer, que hablaba de “redefinir las empresas del siglo XXI y construir confianza entre las empresas y la sociedad”. Y la norteamericana Business Roundtable, una asociación creada a principios de la década de los años setenta del siglo pasado en la que se sientan los principales directivos de 180 grandes empresas de todos los sectores, publicó un comunicado en el que revocaba, de facto, el solitario criterio de la maximización de los beneficios en la toma de decisiones empresariales, sustituyéndolo por otro más inclusivo que además tuviera en cuenta el bienestar de todos los grupos de interés: “La atención a los trabajadores, a sus clientes, proveedores y a las comunidades en las que están presentes”. Pronto, las principales biblias periodísticas del capitalismo, Financial Times, The Economist, The Wall Street Journal, comenzaron a analizar este cambio que no se debe a la benevolencia y la compasión de los ejecutivos de las grandes compañías, sino al temor a la demonización del capitalismo actual y de las empresas, por sus excesos: financiarización desmedida, globalización mal gestionada, poder creciente de los mercados, multiplicación de las desigualdades. El capitalismo ha ido demasiado lejos y no da respuesta a problemas como estas últimas o la emergencia climática. Recientemente, un sondeo elaborado por Gallup y publicado en The Economist revelaba que casi la mitad de los jóvenes estadounidenses prefieren algún tipo de “socialismo” al capitalismo rampante. Quizá ello explique lo que está sucediendo alrededor de Bernie Sanders en las primarias del Partido Demócrata.
Dos transeúntes pasan frente a la Bolsa de Nueva York en 2008, año de comienzo de la Gran Recesión.  ampliar foto
Dos transeúntes pasan frente a la Bolsa de Nueva York en 2008, año de comienzo de la Gran Recesión. 
El capitalismo de hoy es un capitalismo tóxico y está en crisis al menos desde que comenzó la Gran Recesión en el año 2007. En términos tendenciales, el capitalismo ha fomentado un rápido crecimiento; en relación con la renta per capita, ha enriquecido al mundo de modo casi constante (con picos de sierra) y la esperanza de vida actual prácticamente duplica la de, por ejemplo, hace dos siglos. Ha sido el psicólogo americano Steven Pinker uno de los que más han desarrollado estas tendencias positivas: “Si creía que el mundo estaba llegando a su fin, esto le interesa: vivimos más años y la salud nos acompaña, somos más libres y, en definitiva, más felices; y aunque los problemas a los que nos enfrentamos son extraordinarios, las soluciones residen en el ideal de la Ilustración: el uso de la razón y la ciencia” (En defensa de la Ilustración; Paidós). Haciendo uso de las cifras, Pinker muestra que la vida, la salud, la prosperidad, la seguridad, la paz, el conocimiento y la felicidad han ido en aumento no sólo en Occidente, sino en todo el mundo.
¿Por qué muchos científicos sostienen que el capitalismo no funciona, a pesar de las descripciones de Pinker? Esencialmente porque las distintas desigualdades no paran de crecer, polarizan las sociedades y ponen en peligro la calidad de la democracia. En algunos de los textos se defiende que el capitalismo realmente existente es incompatible con la democracia: aumenta el sentimiento ciudadano de que la civilización tal como la conocemos, basada en la democracia y el debate, se encuentra amenazada. Lo que hace que la situación actual sea particularmente preocupante es que el espacio para ese debate se está reduciendo; parece haber una “tribalización” de las opiniones no sólo sobre la política, sino sobre cuáles son los principales problemas sociales y qué hacer con ellos.
Todo el mundo tiene derecho a tener sus propias opiniones, pero no sus propios hechos
La principal credencial del capitalismo —­mejorar el nivel de vida de todos de manera ininterrumpida— está en entredicho. Para quienes se quedan por el camino, el capitalismo no está funcionando bien. Por ejemplo, la mitad de la generación nacida en la década de los ochenta está rotundamente peor que la generación de sus padres a la misma edad. La ansiedad, la ira y la desesperación de esas cohortes de edad (y la de los mayores de 45 años que se queda sin trabajo) hacen trizas las lealtades políticas de antaño, sean del signo ideológico que sean. El síndrome del declive personal comienza con la pérdida de un empleo satisfactorio. La apoteosis del capitalismo actual se debería, en buena medida, a la debilidad creciente del poder de la fuerza de trabajo (los asalariados y los sindicatos). Desde antes de la Gran Depresión de los años treinta del siglo XX no había vuelto a suceder, en una escala tan grande, que el segmento más acaudalado de la sociedad se quedara con una porción más grande de los ingresos. Joseph Stiglitz dice, refiriéndose a EE UU pero con validez casi universal, que “evolucionamos de manera resuelta hacia una economía y una democracia del 1%, por el 1% y para el 1%”. Es por ello por lo que el Nobel de Economía abomina de la política de Donald Trump y piensa que las políticas públicas activas que deberían practicarse son la antítesis de las existentes, una especie de mezcla contemporánea de Teddy Roosevelt (presidente republicano) y Franklin Delano Roosevelt (presidente demócrata). Las brechas que escinden a la sociedad son tan profundas (entre el campo y la ciudad, las élites cualificadas y aquellos que no han tenido acceso a una educación superior, los ricos de los pobres, hombres y mujeres, y la brecha de expectativas que albergan las clases medias…) que cree que el gradualismo para cerrarlas es inadecuado porque ésta es una época de cambios fundamentales en la que se precisan transformaciones drásticas en el seno de una democracia sólida que refrene el poder político de la riqueza concentrada en pocas manos. Se debe abandonar la confianza ciega y errónea en la “economía del goteo” que predica que, al final, todo el mundo se beneficia del goteo. La experiencia empírica dice que los beneficios del crecimiento muchas veces no llegan a todos.
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Del conjunto de los libros analizados se desprende una idea fuerza: un alegato contra el capitalismo abusivo de nuestros días, que gobierna para las élites. Existe el poder de reconstruir los cimientos del capitalismo, pero no posee una alternativa viable, y las que se han intentado poner en práctica han resultado peores y, en algunos casos, mucho peores. Hay que huir de lo que Paul Krugman denomina las “ideas zombis”, ideas que van dando tumbos, arrastrando los pies y devorando el cerebro de la gente pese a haber sido refutadas por las pruebas. Por ejemplo, la idea insistente (e ideológica) de que gravar a los ricos es sumamente destructivo para la economía en su conjunto, o que las rebajas fiscales a las rentas altas generarán un crecimiento económico milagroso. O la de quienes se oponen a que los Gobiernos desempeñen un papel mayor en la gestión de la economía, argumentando que dicho papel no solo es inmoral, sino también contraproducente e incluso tumoral. Y si los datos no avalan su opinión, atacan tanto a los datos como a quienes los presentan.
Krugman no es optimista pues entiende que, en nuestros días, aceptar lo que dicen los datos sobre una cuestión económica es visto, en muchos casos, como un acto partidista; incluso formular determinadas preguntas se considera también un acto partidista. Se apoya en el sociólogo David Patrick Moynihan, cuando escribió que “todo el mundo tiene derecho a tener su propia opinión, pero no sus propios hechos”.
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Leer tanta literatura sobre la saga y fuga del capitalismo actual permite establecer una analogía entre “el fin de la historia” de Fukuyama, de principios de los años noventa, y el “fin del capitalismo” de los años veinte del siglo XXI. Aquella seguridad que daría la victoria del liberalismo sobre el autoritarismo ha devenido en una inseguridad global y multiplicación de la vulnerabilidad individual. No se puede separar la economía de la política si se pretende avanzar en un examen certero de las circunstancias. La economía es demasiado importante para dejársela solo a los economistas.

'CAPITALISMO. NADA MÁS'

Autor: Branko Milanovic.
Traducción: Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda Gascón.
Editorial: Taurus, 2020. A la venta el 2 de abril.
Formato: tapa blanda (368 páginas) y ebook.

'BUENA ECONOMÍA PARA TIEMPOS DIFÍCILES'

Autores: Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo.
Traducción: Marta Valdivieso Rodríguez y Ramón González Férriz.
Editorial: Taurus, 2020. A la venta el 26 de marzo.
Formato: tapa blanda (496 páginas) y ebook.

'CAPITAL E IDEOLOGÍA'

Autor: Thomas Piketty.
Traducción: Daniel Fuentes.
Editorial: Deusto, 2019.
Formato: tapa dura (1.248 páginas) y ebook.

'CAPITALISMO PROGRESISTA'

Autor: Joseph E. Stiglitz.
Traducción: Jaime Enrique Collyer Canales.
Editorial: Taurus, 2020.
Formato: tapa blanda (496 páginas) y ebook.

'EL FUTURO DEL CAPITALISMO'

Autor: Paul Collier.
Traducción: Ramón González Férriz / Marta Valdivieso Rodríguez.
Editorial: Debate, 2019.
Formato: tapa blanda (352 páginas) y ebook.

'CONTRA LOS ZOMBIS'

Autor: Paul Krugman.
Traducción: Yolanda Fontal Rueda.
Editorial: Crítica, 2020.
Formato: tapa dura (464) y ebook.

'EXCESOS'

Autor: Emilio Ontiveros.
Editorial: Planeta, 2019.
Formato: tapa blanda (320) y ebook.

'¿FUNCIONA EL CAPITALISMO?'

Autores: Jacob Field y Matthew Taylor.
Traducción: Cristóbal Barber Casasnovas.
Editorial: Blume, 2019.
Formato: tapa blanda (144 páginas).

'SOMBRAS. EL DESORDEN FINANCIERO EN LA ERA DE LA GLOBALIZACIÓN'

Autores: Michael Ash y Francisco Louça.
Traducción: Roser Garí Pérez, Javier Maestro y Adrián Sánchez.
Editorial: Sylone, 2019.
Formato: tapa blanda (416).

'CIVILIZADOS HASTA LA MUERTE'

Autor: Christopher Ryan.
Traducción: Lucía Barahona.
Editorial: Capitán Swing, 2020.
Formato: tapa blanda (296 páginas).
Encuéntralo en tu librería más cercana

'CAPITALISMO. CRISIS Y REINVENCIÓN'

Autor: Ramón Casilda Béjar.
Editorial: Tirant Humanidades, 2019.
Formato: tapa dura (532 páginas). 

 https://elpais.com/cultura/2020/02/28/babelia/1582891433_869353.html?ssm=FB_CC&fbclid=IwAR3h18AYQiR-tKna7LKjN5XR8azzSrZRHqWssww2hGuguUaZn48PIV-dD00

Estoy de acuerdo en la reforma, la adaptación, la transición, o la implantación de nuevos sistemas o modelos socieconómicos con pensamiento sistémico (mi preferencia via transición) pero teniendo en cuenta que el modelo actual no es un modelo capitalista es dual, los estados controlan entre un 30 y un 80 % del PIB de un pais,via presupuestos estatales

HAY que refundar, adaptar, reformar, o como se prefiera designar, pero es difícil establecer los pasos de este proceso o transición, quizas empezando por regular los aspectos mas negativos del capitalismo, desigualdad, poder monopolios, oligopolios, normas ambientales y laborales a nivel global, para esto serian necesarios nuevas instituciones supranacionales, o nuevos acuerdos tipo Bretton Woods, o empezar por aplicar la regulación propuesta por los teóricos de la economia social del mercado, y del ordoliberalismo, la supresión de paraisos fiscales, la regulación mundial del gasto en armamento, la sanidad universal...